Por: Juan Manuel Vásquez Vivas.
En la última celebración de este año de Las Palabras y La Noche, velada poética y musical, nuestra maestra de ceremonias, Marga López, se reunió con Nicolás Naranjo, licenciado en Filosofía y Letras de la UPB con estudios de maestría en el Boston College de Estados Unidos. Ambos pensadores acompañaron la noche carmelitana con una conversación sobre la literatura y cultura peruanas. De la mano de este repaso por la vida y obras de José Carlos Mariátegui y César Vallejo acudió la memoria de tantos otros nombres que han investido a Perú como uno de los puntos medulares del arte en el continente americano.
Nicolás dio inicio al sobrevuelo por este paisaje de no pocas cumbres con una semblanza de lo que no solo para él ha significado compartir la palabra con Marga, nuestra “hada golondrina de la luna”: «Estar al lado de Marga es como estar junto a la poesía. Ella es su encarnación». A continuación, dispuso el itinerario que habría de seguir la primera parte de Las Palabras, tras la cual se realizaría el concierto de la agrupación de música afroperuana Lundú, en el marco del Festival Sonamos Latinoamérica.
Sobre este croquis de su viaje por el arte peruano, el invitado esbozó algunas líneas dedicadas a la figura del Inca Garcilaso de la Vega, quien dejó tras su muerte —cerca de los ochenta años— un legado en el que por primera vez se imbricaba pacíficamente la cultura americana con la europea. A la mirada del Inca la sucedieron puntos de vista cosmopolitas como el del ensayista Manuel González Prada, autor de la recopilación “Pájinas libres” de 1894, o el del escritor José Carlos Mariátegui sintetizado en su más ampliamente difundido “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”. Ambas plumas acudieron al fin del siglo XIX, relató Nicolás, con un deseo contundente de escapar a la nostalgia colonial y presentar al mundo la autonomía del pensamiento latinoamericano para ocuparse de la reflexión ante temas como lo indígena o lo moderno.
Tras este abrebocas del panorama intelectual peruano, la conversación tornó a las lindes poéticas de la obra de César Vallejo. Un maestro proveniente del campo que, siendo el menor de once hermanos, conoció de primera mano el subterráneo trabajo de los mineros, el desamparo de las cárceles, el errar como proscrito por las calles de París y el practicar una fértil y recíproca admiración con Federico García Lorca y Pedro Salinas. Previos a las preguntas del público, en el auditorio retumbaron, a veces en la garganta de Nicolás, a veces en la voz de Marga, versos de las páginas de “Los heraldos negros” de Vallejo, otros de José Watanabe, Manuel Escorza y Blanca Varela, cada uno baluarte a su modo de la literatura andina.
Finalmente, una juguetona pregunta de Marga López fue el colofón de la velada poética. Tras su lectura acompañada de festivos aspavientos, miró a Nicolás para decirle, de la misma forma en que tantas veces había interrogado en el pasado a su padre, el filósofo Jorge Alberto Naranjo: «¿Cómo te quedó, pues, el alma, Nicolás?». Los pliegues de su cuestionamiento no solo alcanzaron al ponente, repercutieron además en las perplejidades de un ámbito que minutos más tarde acogió la participación musical de Lundú.
Este grupo, venido de la ciudad de Arequipa, con un número de instrumentos mayor a la suma de las manos de sus integrantes, acompasó con una decena de temas el tramo musical de Las Palabras. Quijadas de burro, clarinete y saxofón, congas, cajón y quena, siringa, guitarras y armónica: el desfile de músicas afroperuanas aderezado con jazz y música andina acudió a la Sala Montañas y antes de cualquier presentación los acordes delirantes invadieron el escenario. Cuando terminó la primera canción, la voz monumental de Marikatia Campos encontró lugar entre los festejos del público para hablar del origen de la banda en el 2017. Como en una suerte de invocación del Carnavalito (cuya vigesimotercera versión se realizará entre el 11 y 13 de octubre) llegó “Dale, toma”, una marinera limeña de Alicia Maguiña, un yaraví arequipeño en voz femenina e incluso boleros.
La noche siguió enfebrecida y apaciguada en este orden entre el homenaje, la fiesta y la reivindicación de la ocultada cultura afroperuana, o como lo dijo Marga, «entre la pasión por las pasiones», pues de la misma manera en que en sus poemas resonaban sus amores y viajes por las incas tierras literarias, por los compases de Lundú resonaban las canciones de cuna y crianza del Perú mítico.