Un rumor intuido: primer encuentro formativo de cuerdas pulsadas

Por: Juan Manuel Vásquez Vivas, en apoyo a Plectroriente.

Todo comenzó como un juego de palabras. “Plectroriente”, el primer encuentro formativo de cuerdas pulsadas, ya anunciaba con su nombre sus herramientas y orígenes. Tantos otros apelativos han tenido la púa, la plumilla o la uña y, sin embargo, ninguno otro, además de plectro, significaba también “inspiración”. Pronto se fraguó la fecha. El sábado 10 de mayo se atiborraron los pasillos del Instituto de Cultura no solo con los visitantes habituales de los recitales, sino además con los músicos de la Estudiantina del Oriente Antioqueño y la Estudiantina de los Andes Antioqueños.

Esta última había participado del álbum “Pulsos Vitales” con una terna conformada por el pasillo “Para quien pueda entenderlo”, el ímpetu juguetón de “Cosas de niños” y los aires jazzeros de “Mañana es tarde”. De esta manera, la interpretación de las composiciones de León Cardona, Jorge Arbeláez y Víctor Hugo Múnera terminaron por sentar las bases de la curiosidad con la que el público de la subregión visitó la Sala Montañas del Instituto de Cultura. El ensamble era colosal: había reunido en un mismo escenario a más de cien músicos, que integraban a ambas agrupaciones.

Al fin, la velada emprendió un viaje por las melodías de cinco obras compuestas por Luis Uribe Bueno durante el siglo XX. Tras una vida en la que su música no obtuvo la difusión y reconocimiento que merecía, pese a colaboraciones memorables como aquella que tuvo lugar en los años 80 con el Trío Morales Pino, sus manuscritos habían llegado al resguardo de la Universidad de Antioquia gracias a la contribución de la familia del músico y más adelante regresarían a los escenarios a partir de los arreglos de Germán Posada.

Uribe Bueno hizo de la música un campo de experimentación en el que se propuso corromper los géneros tradicionales. Trastocarlos, por amor, irremediablemente. De la misma manera en que Astor Piazzolla debió luchar primero contra los cultores del tango para luego recibir su admiración, el maestro Uribe Bueno supo cifrar con arabescos y serifas las partituras de una concepción musical que instalaba la música colombiana en un plano universal.

Como aquella noche pudo constatar el público del Instituto, Luis Uribe Bueno —y con él las adaptaciones de la Estudiantina de los Andes Antioqueños— levó puentes que unieron la síncopa de un bambuco con los vientos telúricos de la música indígena en “Sentimiento motilón”, las precipitaciones de un torbellino con el escobilleo del jazz en “Torbellino santandereano”, la cadencia apacible de un pasillo con el espíritu melancólico de la música brasileña en “Saudade”, el vaivén de un vals con sus falsos finales, o las risas del auditorio con los compases que se repetían una y otra, y una y otra, y una y otra vez en “Disco rayao”.

Por su parte, el repertorio que interpretó la Estudiantina del Oriente Antioqueño planteó un recorrido por las sonoridades que han explorado en los últimos años las agrupaciones de cuerdas tradicionales de El Carmen, Marinilla, Guarne, La Ceja y El Retiro. Un puñado de sanjuanitos, bambucos, porros y pasillos acompañaron el declinar de una noche cuyos ecos no terminaron de esfumarse. Porque si hay algo que permaneció tras el concierto fue ese rumor, esa certidumbre, que ya había intuido años atrás Luis Uribe Bueno: toda música que llegara a estas tierras, fuera venida de más allá de los puertos, del otro lado del continente o imaginada en cualquier rincón del mundo, no podría caer dócilmente en los valles, escalar triunfalmente los Andes ni desplazar los sonidos metálicos de las bandolas. Por el contrario, su destino era el del diálogo, el de la mutación, el del juego de las palabras y la música. Tras aquella noche esa certeza permanecía.

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