Por: Juan Camilo López, estudiante de Filología (practicante área de comunicaciones)
Como un vaticinio, el tema del festival de este año se enmarcaba en el agua y sus guardianes, en los tres días del Carnavalito el elemento vital se hizo presente de una u otra forma. Ya sea desde la socialización del proyecto Camino de la Vereda con los acueductos veredales, dejando fluir la ternura por los cuerpos, bailando bajo la lluvia, inundado las calles del pueblo en el desfile andino o escuchando las cristalinas y líquidas voces de los artistas; las músicas del festival. Así como el agua es necesaria para la existencia, el Carnavalito de Música Andina y Latinoamericana es necesario para la vida del pueblo y de sus habitantes: limpia, renueva, calma y estremece los cuerpos de quienes se acercan a escuchar el sonido de las quenas y las tamboras.
Desde el primer día, con el “Canto a la ternura”, un concierto integrado por el maestro Luis Mario Morales y la Estudiantina del Instituto de Cultura que da comienzos a los ritmos del festival, hasta las danzas y movimientos que provoca el Grupo Huari en el cierre del mismo, se inmortaliza el sentimiento del encuentro con el alma y las memorias de las historias ancestrales. Entre cuerdas, tamboras, flautas y voces, la fiesta andina se llena de las personas que aman moverse con libertad y como sus corazones les indican. Todo gracias a cada artista comprometido con dar la talla, en el arte de embellecer los detalles sonoros y sensoriales; de transmitir la belleza de lo que debe permanecer en medio de la fugacidad y fluidez natural de las cosas.
Por supuesto, el evento no estaría completo sin la cercanía del público, esa gran masa de personas que, a pesar de ser ajenos y desconocidos entre sí, también se hacen sentir como un todo unitario que permite vivir muy dentro de sí. Esto sin importar si es en la intimidad de la Sala Montañas o en el Parque Principal. El primero es un espacio absolutamente profundo y cercano que permite la conexión entre los artistas y los espectadores.
Para ilustrar, en cinco actos performativos acompañados con la luz de una vela, los poemas de un libro, una loza tradicional, un arreglo de flores y la embriaguez de un vino, se le brindó un homenaje al maestro Morales, de parte de la Estudiantina, con toda la devoción de estos regalos; para agradecer y conmemorar que vuelva al pueblo y evitar que el mundo se quede sin la “luz del infinito”. Esto habrá tenido repercusión en la forma en la que se hayan sentido unificados, como si hubieran sido hechos para tocar juntos. Si se notaron temblar, no pareció que fuera por los nervios, sino como una manera de expresar la incontenible ternura y amor que se siente en cada canción; especialmente cuando el maestro se roba unos minutos para, con voz casi quebrada, hablar sobre la ternura, el amor y la particularidad de estar en el pueblo y acompañarse de su esposa. Ella pareció ser la razón por la que el cantante cerró los ojos con tanta ternura durante más de una interpretación.
En el Parque Principal, por otro lado, se dejó sentir la vida y la energía de cada músico, una fuerza que ni las tradicionales lluvias de El Carmen pueden ahuyentar. Al sentir que los cuerpos vibran de la emoción, se contienen las lágrimas de la plenitud y se enfrenta el abismo que hay entre nosotros y aquello con lo que cada uno batalla para florecer. Donde los invitados locales brillaron y los foráneos hicieron magia para todos “los dementes que buscan en el fondo del mar de pensamiento hondos” y la lluvia, como ya se mencionó a la eterna asistente de los eventos carmelitanos, nos hizo pensar ¿se tiembla del frío o de emoción? Claramente ambas respuestas son correctas, pero no hay excusas para dejar de estar en el parque con una totuma en la mano y un fermento en el corazón.
En el corazón del pueblo, la música pareció convertirse en sangre, otro líquido vital, que se moviliza gracias al ritmo, luces, danzas y magia que cada asistente al festival le brinda al espacio. Sin embargo, el Carnavalito no solo irradia música en los conciertos, esta se puede oír en cada taller y conversatorio que estaba programado, permitiendo apreciar aún más el organismo vivo que está compuesto por músicos, instrumentos y espectadores; a pesar de no contar siempre con un escenario formal. Es siempre una experiencia enriquecedora para el alma, un descanso para el corazón y una alegría para el cuerpo. Gracias Carnavalito, gracias a todos los que hacen parte este festival y este pueblo mágico.