Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Jorge Eines en la Jornada Académica del XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble.
Fotografía: Alejandra Londoño.
Monólogo sobre la coherencia
Un perfil sobre el maestro Jorge Eines.
Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Uno va construyendo el azar. Yo me gané que Videla, el dictador argentino, me quisiera matar. Me lo gané trabajando, comprometido. A los veintidós años dirigí la primera obra de teatro infantil con contenido político en la Argentina. Se llamaba ‘Chapatuti en Sandilandia’. En esta los campesinos de una granja se sublevaban porque la dueña no les dejaba el domingo para descansar, y hacían esta canción: “la sandía del domingo nunca crece/ porque un día de descanso se merece/ si la sandía trabaja durante toda la semana/ debe descansar el domingo en la mañana”. Todos los fines de semana se llenaba la sala del teatro, los niños salían cantando las arengas y entre el público se contaban miembros de la izquierda.
En el año setenta y seis, este pasado fue interpretado por la gente de Videla como una seña de que más adelante me haría guerrillero, cuando lo mío no era otra cosa que el arte. Una noche –en la que por una casualidad me había retrasado– me recibió el portero con la noticia de que me habían venido a buscar varios hombres, escondidos detrás de los árboles con ametralladoras. Media hora después había dejando mi casa. Desde Uruguay, el país al que huí en primer término, me embarqué para España. Allí llegué con una mano atrás y otra adelante, y lo único que tenía era tiempo (que es lo que tienen los pobres).
Tantos años de franquismo habían convertido al país en el desierto, pero ese tiempo vasto con el que contaba me dio la posibilidad de afianzar unos valores estéticos. Lejos de la Argentina me percaté de que esta me había dado una visión particular sobre el hecho cultural: me dio una mirada sociológica sobre el teatro; la gente allí va al teatro con una posición singularmente activa. En España la gente va a teatro como a ver televisión, hacíamos una obra con Federico Luppi más mala que pegarle a la mamá y todo el mundo la iba a buscar por entretenimiento. Yo realicé este último tipo de eventos con gran éxito económico y con gran desasosiego personal, porque si es fácil para mí llenar teatros, me cuesta mucho más llenar mi alma.
Ahora no concibo una búsqueda estética que no tenga que ver con una búsqueda ética, y los predicamentos teórico-técnicos que voy ensayando en los procesos de creación están al servicio de este objetivo. Fue así como aterricé en el proyecto Tejido Abierto Teatro, que remite al nombre de nuestro primer espectáculo: Tejido Beckett. Esa fue una ruptura con el teatro comercial español, avocado específicamente al entretenimiento y en el cual Beckett es una mala palabra. En este momento de mi vida no creo que el problema esencial del teatro pueda versar sobre quién llena más la sala.
En el país y en el tiempo en los que me formé para el teatro se daba una importancia enorme al contenido, al qué. Uno debía tener algo que contar y luego surgía la forma. En esto creí yo. Si uno tomaba el camino del arte lo debía asumir con coherencia, reconociendo que la ideología existía y con la decisión personal de implicarse en los vínculos humanos. Este compromiso te obligaba a ser exigente con lo que hacías, a ser estudioso: no solo a sobrevivir por sobrevivir sino a conquistar una espiritualidad según la cual el arte es algo importante en la vida. Tengo ahora una intensa necesidad de coherencia, lo que escribo en mis libros, lo que hablo en mis clases y lo que hago en mis puestas en escena forman parte de un mismo ámbito de convicciones. Y no quiero que entre eso y yo haya ninguna diferencia.
¿Entonces qué me ocupa? En ese aspecto soy un beckettiano: me ocupa encontrar un sentido en lo que hago, creerme lo que hago y creérmelo en el ensayo. Si te ocupas de cuidar que ocurra algo en el ensayo los resultados viene solos, y así debe ser. No se puede hacer el amor pensando en el orgasmo. Ese es el método en Tejido Abierto Teatro, donde todo tiene que formar parte de una totalidad de la que yo debo ser testigo en los ensayos. Si soy un buen testigo, como director, le doy un buen pase al espectador.