Escrito por: Alejandro Arcila, integrante de Opinión a la Plaza.
Carnaval de Comparsas del XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble. Teatro Bitácoras de La Ceja del Tambo (16 de julio de 2017).
Fotografía: Farley Giraldo.
La procesión
Escrito por: Alejandro Arcila, integrante de Opinión a la Plaza.
De niño le tenía miedo a los zanqueros, a los mimos y a los payasos. A veces he vuelto sobre este miedo y he hallado dos posibles explicaciones. La primera, el recuerdo de un payaso que se burló de mi en una feria ya casi perdida en las memorias de mi infancia, me había separado de mis padres y mientras los buscaba desorientado, él se paró allí a hacer chistes. La segunda es la sensación de descontento que causaba el Carnaval de Comparsas de El Gesto Noble entre la gente de El Carmen hace veinte años.
La segunda explicación me gusta, y se reduce a esto: El Gesto Noble coincide con las fiestas de la Virgen del Carmen y el Carnaval de Comparsas se hace justo el domingo que es el día clásico de la Virgen. ¿Cuántas veces, como este año, habrá caído justo el 16 de julio?, es una pregunta por la que valdría la pena hacer arqueología y desempolvar los almanaques. No siempre ha sido en estas fechas, hasta 1998 se hizo en noviembre y coincidía con el día de las Ánimas, y entre el 99 y 2005 se celebraba justo después de la Semana Santa.
En el pueblo parecía no sentar muy bien la idea de que casi tras la imagen inmaculada de la Virgen y el desfile de señoras y de carros –porque no hay que olvidar que la Virgen del Carmen es patrona de los conductores– desfilaran los bufones. La reacción debía ser mucho peor si los brujos salían tras el resucitado. Y allí estaba yo, de niño, en el andén del Edificio El Edén viéndolos pasar a ambos: a la Virgen y a los teatreros, y temiendo que el mundo se dividiera en unos y otros y que el mal fuera encarnado por los segundos. Este criterio no era descabellado, al contrario era muy común. Finalmente peludos, brujos, teatreros y satánicos, hace unos veinte años en este pueblo, eran más o menos la misma cosa. ¿De allí el miedo? ¿De allí mi petición a los siete años de que sacaran ese cuadro del payaso con el perrito de mi habitación?
¿A qué bufón podría habérsele ocurrido esa broma tenaz de poner el carnaval tras la procesión? No fue gratuita la ocurrencia, era premeditada. Le pregunto a Kamber y me suelta una sonrisa cómplice, me dice que todos los carnavales están vinculados a las festividades religiosas, normalmente al contrario: primero lo pagano y luego lo sagrado, antes el carnaval y después el ayuno cuaresmal; aquí se decidió al contrario y era una provocación, sí; pero también una invitación, una forma de aprovechar el tumulto y pescar espectadores en el río revuelto.
Hoy estaba de nuevo, después del desfile de la Patrona, viendo a las señoras y a los conductores salir de misa, sintiendo el ambiente festivo y de espera. Ahora no le temo a los payasos, la gente parece también haber superado ese temor. La mayoría se fueron ubicando en la Calle de la Cerámica y los vi, esperando ansiosos a que pasaran las comparsas. Me tomé el tiempo de escudriñar los rostros expectantes y me encontré a la gente tranquila y cotidiana del pueblo. Los vi sonreír al paso de los zancos, los bailarines, los malabaristas, los mimos. Y cuando todo terminó, cuando el Carnaval se cerraba, tras el paso de los más de ochocientos artistas que habían caminado ese día las calles del pueblo, las señoras y los conductores se iban sumando.
No recuerdo que esto hubiera sucedido antes: tras el jolgorio, la gente “ordinaria”, los que yo llamo “tranquilos y cotidianos habitantes de este pueblo”, desfilaban como en una romería, como lo hacen todavía tras la Virgen del Carmen. El carnaval pone a comulgar el carácter popular y religioso presente en el antiguo ditirambo. En el parque principal, las tarimas y las pantallas que se instalaron para el Festival de Teatro terminaron sirviéndole a los curas, también, para las festividades patronales.
Que después no me digan que el arte no transforma a los pueblos…