Dar papaya – texto ganador del XI Premio Subregional de Cuento Página en Blanco (adultos)

Por: Olga Fanny Osorio Ciro.*

Cuando amanece… sembrados, caminos, baldíos, atajos, montes, el río… Todo parece inventado por un dios cuya debilidad es la belleza. Los machetes anuncian el día primero que los gallos, propinando la herida a la caña de azúcar, guturando el intermitente chass- chass, para garantizar el rendimiento de la mano jornalera en pos de las arcas de ciertos señores.

… Antes decíamos ¡El campo y Dios! Pero el campo ahora no tiene nada de bendito.

La gente me pregunta que cómo estoy, que cómo voy… y la verdad – verdad, me siento como encalambrao, cabriao, maluco. Uno quisiera emberracar, y tirar no más que pa´ delante, pero es que en este pueblo hay muchas talanqueras. ¡Ay Indalecio!, tanto vivir y trabajar uno por aquí, pa´ a la final sentirse uno dando tumbos como un ciego! A estás horas de la vida, siente uno que no tiene nada, que es nadie; “Necesito cantos de alegría y resurrección”. Nos cantaletea el padre Alberto en las misas, pero es que es tan jodido cantar “aleluya” – “aleluya” en la Araucana. ¡Es que usted todavía no sabe qué fue lo que pasó!…

-¡Ehhh! Pero que misterio pues… hace por lo menos una hora que estás barajusteando, y si, no sé nada. ¡ Contá pues, contá!

Intimidado pero resuelto, Antonio José farfulla:

-Hace más o menos un mes que mi papá se me apareció.

-¿Queee? – protesta Indalecio – ¿apareció o se te apareció?

-Se me apareció hombre, es que…

-Hasta donde supimos todos, don Rogelio un día empacó algo de ropa, se fue y no se volvió a saber nada de él…

-Si, pero es que, espérate yo te cuento desde el principio.

-El esplendor de una tarde azafrán, rosácea y azul, refulge en la tapia centenaria de un corredor que aún goza de muy buena memoria; y el malabar de un aire que todo lo toca, da cuenta de un café que se refunde allá adentro, con la animosidad de tercos tizones.

– ¿Te tomás un tinto? – pregunta Antonio José, levantándose de pronto del taburete, camino a la cocina.

-¡Pues bueno! Tomémonoslo doble, que esto va como pa´ largo – asiente Indalecio, intrigado ya, tras la espalda que se va.

-… ¿Y la Rosa es que no está ? – alzando la voz.

-¡Ah! Esa siempre terminó comiéndole cuento a mi hermano Ramón… ¡A las mujeres no las entiende nadie!

En Indalecio se dibuja una sonrisita silenciosa y socarrona, pues siempre supo que Antonio no es de esos hombres que tienen el suficiente talante, para saber tratar a una mujer.

-¿De qué te reís? – asoma Antonio José con dos tacitas humeantes.

-Pues no, que acaba de pasar como un ventarrón el gato.

-¡Pues si hombre! – acomodándose en el taburete de tres patas – ese día que nos encontramos en la plaza, te dije que subieras por aquí más bien, pa´ que conversáramos.

-¡Soltálo pues, soltálo! – Acosa Indalecio, después del primer trago de café caliente.

-Pues fíjate que a principios del mes que pasó, estaba yo allí en la cocina, a eso de las 11 de la noche, hirviendo un agua dulce y poniendo unos frijoles pal´ otro día, cuando escuché unos pasos clariticos allegándose aquí al corredor, y me pareció muy raro porque a esa hora nadie repunta por aquí. En vez de salir por esta puerta – señala la entrada a la cocina – cogí pa´ la sala pa´ salir a la principal, y averiguar qué era lo que pasaba. Cuando lo que veo es mi a papá entrando, enjuagao en sudor, o emparamao por el lapo de agua que estaba cayendo: aún hoy no sé asegurar nada, pero ahí estaba… patentico, como cuando volvía día a día de la finca de los Valencia, rendido de voltear.

-Servirme leche caliente -me dijo – que el frío es mucho, y a ver si le vale sobre todo a estás rodillas.

-Desplomao y después de mirarme fijamente, apretó los ojos, como si le doliera todo.

-¿Pero de dónde venía pues? – reclama Indalecio – ¿él no se había ido desde hace como quince años… qué viento lo trajo?

-¡Yo tampoco podía creerlo! – confirma Antonio José, descargando la taza en el piso de piedra y levantándose de un tirón, para inmediatamente volver a sentarse en un butaco, otrora parte de un poderoso cedro – me cogió un escalofrío y me temblaban las piernas… pero me le hice el loco; vos sabes que yo respetaba mucho a mi papá, y no hice si no volver a echar pal´ fogón.

-¿Querés más café?

-Pues bueno – acepta Indalecio con el gato negro de Rosa, culebreando entre sus pantorrillas.

-Caminá pa´ la cocina.- Invita Antonio yéndose – y sigamos en la sala, hoy hay moscos hasta pa´ vender aquí afuera.

Opaca pero jubilosa, alcanza a escucharse la bocina del bus escalera, curveando la caña del ingenio sin par de los Ocampo: son las 4.

-Aquí venía yo, cuando ví a mi papá; y ahí fue donde se sentó. – señala un baúl largo y tendido con una cobija de antigua usanza. Buscan los dos acomodo en asientos aporreados por el tiempo; y el humo de tinto montañero se trepa a las altas tapias.

-¿Y entonces?- pregunta la intriga de Indalecio.

-No, pues que se fue tomando sorbo a sorbo la leche, y aunque reconcentrando en su cuerpo viejo, no me perdía de vista. Cuando terminó, me hizo señas de que le recibiera la taza.

-¿Quiere más?

-No. Lo que quiero es hablar con usted Antonio. A eso vine. ¡No he podido descansar en paz desde que me fui! y quiero explicarle que fue lo que pasó, a usted mi hijo mayor. Cuando salí de la casa y de esa manera, no fue por propia voluntad: su mamá y los 7 hijos eran para mi lo primero. Usted sabe que, por esos días, había inconformidad en el ingenio, y yo me abanderé para empujar a los compañeros a exigir justicia…Sueldos de hambre y tratos a las patadas era lo que teníamos.

Esa mañana me llamó el capataz Rubiano aparte:

-Usted ya no hace parte de este baile. Devuélvase por donde vino. Miserables y desagradecidos como usted, no los necesitamos. ¡piérdase o lo quebramos!

Salí. Deambulé atontado y confundido a campo abierto mucho rato, antes de llegar a empacar cuatro trapos. No sé si por fortuna o por desgracia, su mamá había salido al caño a lavar ropa, y ustedes los tres grandes estaban, claro, trabajando y los otros cuatro en la escuela. Logré llegar como pude a pueblo Rico y esa misma semana me enganché, gracias a Dios, a la recolección de arroz. Cuando creía que ya estaba saliendo del hueco, me sorprendieron dos vendetas de Rubiano, cuando iba camino al rancho, donde la estaba pasando.

– ¿Pa´ donde crees que vas perro inmundo? – me gritó uno de ellos, desenvainando un machete.

– ¡Agradecé que te dejamos vivir otro ratico! – graznó el otro.

Acabaron conmigo. Me dejaron en pedacitos.

– Pero papá… ¿y no estás aquí pues?… estoy soñando o es que me estoy volviendo loco?

-¡Que cosa tan escabrosa Indalecio! No entendía nada.

-Increíble Toñito… ahora soy yo el consternado, pero ya voy entendiendo: se te apareció.

– ¡Si, pero eso no es nada! espérate. – chilla Antonio José, tragando saliva y pálido como la taza que pone sobre el alféizar de una ventana, que desde hace unos diez años agoniza.

– Ehhh, pero ¿cómo sigue este cuento pues?

– Como te parece que en esas tocaron la puerta a los trancazos. Tan a la brava, que los más seguro es que se oyó desde allí, desde la cuchilla de los Aristizábal. Abrí, cuando dos tipos fornidos y rudos me empujaron pa´ dentro, perdí el equilibrio y me fui contra ese escaparate.

– ¿Cuál es tu nombre malnacido y pa´ que finca trabajas? – me esculcó uno, con su vozarrón de puerco. Ya botaba sangre por la nariz y por la boca. Empecé por cambiar el apellido, por si cualquier cosa.

– Antonio Suarez. Soy agricultor; Trabajo para los ricos donde caiga.

-¿Y usted viejo? – Le gritó a papá el otro atarván. – papá no dijo nada, simplemente se quedó mirándolos con esa humildad tan suya. ¿y que iba a decir?

-Claro, – asiente Indalecio – un ánima ya no es de este mundo…

-Pues, así y todo – sigue Antonio José. – Alzaron con él. No vacilaron en apercuellarlo; el cuerpo de papá jadeaba y llevaba la trayectoria de su acoso. Y sin atender a mis suplicas se lo llevaron. ¡se llevaron a mi papá Indalecio, se lo llevaron! – un llanto denso como el mar inunda los ojos.

– Y por milagro, ¿no – se – te- vol – vió -a -a pa – re -cer?- Dice con mañita Indalecio como para no hacer daño a su amigo.

– Pa´ mi, que se lo llevaron a matarlo a otro lao. Vos sabés que en estos lares, con lo que se dice o con lo que se calla, nos ganamos la sentencia.

-Pero no te mortifiques más, – Lo coge por los hombros – desde hace quince años don Rogelio es un difunto.

– ¡Es que eso es lo mas verraco!. Aquí en estas tierras se nace para morir cuantas veces sea posible. Seguro que mi papá de tanto verme aquí sembrao, también venía a pedirme que me largara de estos tierreros, para contrariamente a él, no dar el chico. Y fue él, por esas sucias cosas de este mundo, el que vino a dar papaya.

Indalecio siente profundamente en vísceras y alma el dolor de Antonio, pero se hace el macho:

– ¡Ay Toñito! Vos sabés que en esta vida tenemos que echarle miel a lo maluco, pa´ poder seguir adelante. Vení, cogé la ruana y los cigarrillos, y vamos a tomarnos un aguardiente donde clara, que este domingo se nos va.

Se fueron.

El domingo también. Y don Rogelio, nunca más volvió.

* Ganadora XI Premio de Cuento Página en Blanco (adultos) del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral (Programa Municipal de Estímulos 2024, modalidad Premios y Reconocimientos Literarios). Su trasegar literario ha sido una expresión espontánea e íntima. Participa en el club de lectura y taller de escritura de la Casa de la Cultura del municipio de Marinilla. Ha obtenido reconocimiento en los concursos literarios: segundo puesto en el segundo concurso de cuento ciudad de Marinilla, 2016 y segundo puesto en el Doceava versión concurso de cuento de El Peñol, 2019.  

Ir al contenido