Por: Andrés Álvarez Arboleda, Miembro de Opinión a la Plaza, medio Aliado del festival.
Fotografia: Fabian Rendón Morales
La polémica concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, inspirado en el poeta británico Dylan Thomas para crear su seudónimo, en cierto modo validó para el mundo artístico la fecunda relación entre la literatura y el rock. Aunque antes no se pensara que estas expresiones del arte fueran mutuamente excluyentes, ni siquiera que este tipo de relaciones representara una novedad, este hecho sí posibilitó que tomara fuerza una interpretación según la cual no es posible hacer una distinción entre el contenido sonoro y el contenido lírico de las canciones de Bob Dylan sin reducir indebidamente su valor estético: cada pieza es íntegramente canción y poema, expresión indisociable de la música y de la literatura.
Por supuesto, Dylan no es el único músico de esta clase. Su entrañable amiga Patti Smith, «la madrina del punk», quien recibió en su nombre el Nobel y cantó A hard rain’s a-gonna fall en la ceremonia de Estocolmo, cuenta que siempre lleva tres libretas consigo: una para escribir canciones, otra para el germen de una novela, y otra para garrapatear notas o hacer dibujos. Este trabajo le ha permitido un tránsito esencial entre las distintas manifestaciones estéticas que están latentes en su obra. En la entrevista telefónica que le hizo Laura Fernández para el diario El País, Smith se refirió a su oficio con estas palabras: “Cuando tienes un don, es imposible dedicarse simplemente a vivir. Es como si tuvieras dos cabezas. Una está intentando vivir mientras la otra está intentando crear. Me pasa a menudo que estoy en casa, rodeada de gente, y tengo que encerrarme en el baño con una libreta porque se me ha ocurrido una idea”. Y es esta conjunción la que, en definitiva, le ha valido el apelativo de artista total.
La naturaleza del rock ha permitido que la formación de este tipo de relaciones lo hagan uno de los géneros más diversos y ricos en posibilidades expresivas. Por eso, artistas como Dylan, Smith o Bowie están lejos de ser una rara excepción. El nacimiento del rock no solo estuvo marcado por la formación de un crisol en el que coincidieron una cantidad de géneros musicales (jazz, blues, R&B, soul, country), sino también por un ambiente cultural que fue determinante en la creación de muchos de los rasgos musicales que conserva actualmente e incluso en la consolidación de las banderas políticas –la rebeldía, el pacifismo, el antirracismo– que todavía asociamos al rock. En ese contexto cultural ningún movimiento tuvo tanto peso como la Generación beat, el movimiento literario que desencajó el conservadurismo moral de la década de los cincuenta.
Aullido de Allen Ginsberg, En el camino de Jack Kerouac y El almuerzo desnudo de William S. Burroughs fueron las obras fundacionales de la Generación beat. La estética de contracultura que allí se instauró abordaba de manera descarnada los temas del desarraigo, del uso de drogas y de la libertad sexual, cuyo tratamiento influenció el ideario hippie y el carácter crudo del rock. Como explica Xavier Coronado, la muerte prematura de Kerouac –a pesar de su relevancia– le impidió un relacionamiento mayor con los roqueros de la época; sin embargo, Ginsberg y Borroughs sostuvieron un intercambio muy importante con los músicos que hemos señalado desde el principio, especialmente con Patti Smith. William S. Borroughs, de manera particular, compartió en varias ocasiones escenarios con la banda The Clash y su voz aparece recitando un mantra budista en la canción Ghetto Defendan; por otro lado, el mismo término “heavy metal” fue acuñado a partir de la obra de este autor.
Paradójicamente, sí fue Jack Kerouac quien había logrado identificar en La filosofía de la Generación Beat (1958) la influencia fundamental de su movimiento en el mundo del rock: “Por un raro milagro de la metamorfosis, la juventud de la posguerra se reveló también beat y adoptó sus gestos; pronto se lo vio en todas partes, el nuevo estilo, el desaliño y la actitud indiferentes; […] e incluso el vestuario de los hipsters beat se abrió paso en la nueva juventud del rock ‘n’ roll por vía de Montgomery Clift (la campera de cuero), Marlon Brando (la camiseta) y Elvis Presley (las patillas), y entonces la Generación Beat, aunque ya muerta, resucitaba y se veía de pronto justificada.” Esta nueva actitud de la juventud, por supuesto, generó una gran resistencia entre los sectores conservadores, inflamados por el patrioterismo con el que se pretendía justificar la posición de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría.
Con el fin de caricaturizar y desprestigiar a los protagonistas de la Generación beat, el periodista Herb Caen les impuso el apelativo beatnik, una conjunción entre las palabras Beat y Sputnik, para asociarlos así con el comunismo soviético. Este mismo apelativo fue luego extendido despectivamente a todos los jóvenes roqueros y simpatizantes de las causas antibelicistas. Lo cierto es que, desde entonces, como una revelación, el rock y la literatura se conjugaron para darle una fuerte sacudida a la cultura del mundo de posguerra, y todavía, en nuevas circunstancias históricas, esta unión sigue punzando las conciencias como un tábano.