Los secretos engranajes de la danza: memorias de la decimoséptima versión del Festival Andanzas

Por: Juan Manuel Vásquez Vivas, apoyo comunicativo Andanzas.

Era la tarde del viernes 25 de abril cuando el tiempo dio comienzo a su danza. Restaban aún cuatro días para que se conmemoraran 298 años desde el nacimiento del bailarín francés Jean-Georges Noverre. Quien sería conocido como el Shakespeare de la danza clásica vio la luz un 29 de abril de 1727 en París y 83 años más tarde, tras una vida consagrada al movimiento, Noverre afrontó sus últimos compases en el departamento de Yvelines, Francia. Tal fue su legado, que desde 1982 el Instituto Internacional del Teatro eligió su natalicio como fecha para la conmemoración del día internacional de la danza. No muy lejos de la París de Noverre, exactamente veinte años más tarde y en la frontera entre Suiza y Francia, nacería el inventor del tourbillon, Abraham Louis Breguet. Ambos hombres, sabemos hoy, transformarían para siempre las artes en las que volcaron sus vidas: Noverre, a la danza; Breguet, a la medición del tiempo.

Era, pues, la tarde del viernes 25 de abril cuando la bailarina Melissa Palacio vio cumplidas las cinco de la tarde en el reloj y dio comienzo a su charla sobre danza multimedial. Con ella se inauguraban las actividades artísticas y culturales de la decimoséptima edición del Festival Andanzas. Tras estudiar Artes, Danza e Ingeniería Física, Melissa había viajado a Alemania, otra de las patrias que comparten sus límites con las de Noverre y Breguet, para llevar a cabo su maestría en danza en la prestigiosa escuela Bauhaus. Durante las siguientes dos horas, los asistentes contemplaron un amplio panorama sobre las manifestaciones actuales de la danza a través de los medios digitales y de la trayectoria de Melissa. Antes de que aquel diálogo iniciara, quizá podría haber resultado extraño saber que aquella bailarina se hubiera formado también en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional. Después de escucharla, sin embargo, la ciencia era otro fruto de la danza de las partículas elementales.

Dos horas más tarde —cuando aún faltaban tres días para el cierre del festival—, los cuerpos imitaron al tiempo y dieron comienzo a su danza. Primero, la Sala de Artes Escénicas Montañas acogió la coreografía “Sabré olvidar” de Juan Pablo Herrera, luego, a “Sombras” de la agrupación Éter, y como cierre a una noche azogada por la música, los murmullos y las multitudes, en la Sala de Teatro Tespys, que festeja este mes su aniversario número treintaisiete, se ofreció la estremecedora pieza “Vituperio”, de Alisson Ramírez. Durante el sábado, las Andanzas llegaron pronto. En la mañana el Grupo de proyección en danza infantil del Instituto de Cultura dirigió una muestra coreográfica a las niñas y niños del Renacuajo Paseador, y a pocos metros de allí, en el salón de danza del Instituto, Bray Castañeda realizó el taller de movimiento corporal para salsa y bachata.

Ya en la tarde del segundo día, el recinto del Instituto brindó los espectáculos “Mujer-es” y “Cartografía en movimiento”, ambos protagonizados por los grupos de proyección en danza de la Escuela de Artes. A “Cartografía” se sumaron las músicas del mundo del Ensamble del Instituto conformado por Julián Trujillo, Daniela López, Lucas Rodas y Ana María Calderón. El repertorio de la agrupación, conocido por los visitantes más asiduos de la Casa, se transformó en esta ocasión con los giros, zapateos, vuelos de faldas y cortejos de las mujeres que dieron cuerpo a las melodías. Finalmente, la noche cerró con “Animales eróticos”, función de danza contemporánea, a cargo de la Compañía Ballet House, y con la composición “Rastros de una tradición”, del grupo invitado: Arcilla Danza.

Era la tarde del domingo 26 de abril, el tercer y último día del festival. Desde las tres de la tarde, el parque principal fue el escenario para toda suerte de expresiones corporales, atavíos y músicas. La danza árabe, con sus bedlahs de monedas y sus fajines; el pop, con sus pantalones holgados y movimientos explosivos; el reguetón, el dembow y el dancehall, con las precipitaciones sinuosas de la música antillana; o las guabinas y los currulaos con sus faldones, pañuelos y mangas bombachas. En el ámbito de la plazoleta, la música empezó a extenderse con una temporalidad inusitada, como si cada quien llegara al espectáculo con una coreografía propia. La danza del hombre que vendía globos, la de las niñas que pastoreaban a los animales hinchados de helio, la de quienes se trepaban a los árboles para no perderse ningún lance, la de los paraguas de quienes se resguardaron de las primeras gotas de lluvia y acaso las danzas de espera, en tanto un grupo seguía a otro.

Era la tarde de domingo y faltaban aún dos días para el día internacional de la danza, para conmemorar el nacimiento de Jean-Georges Noverre. Pero ya en el festival todo movimiento era un festejo: de pronto perdido por los senderos de la música, frente a los bailarines, un hombre entre el público se llevó su reloj de pulsera al oído. Como si algo anduviera mal con el tiempo, intentó percibir el garrapateo silencioso del tourbillon: la invención de Abraham Louis Breguet. Quizá, solo quería saber cuánto faltaba para que comenzara el Segundo Concurso Nacional de Danza, el evento de clausura del festival. O quizá, aquel hombre fue el primero en darse cuenta de que el baile y los relojes antiguos comparten una misma naturaleza. O que no era un mero azar que Noverre y Breguet nacieran en la misma época. El ballet moderno de Noverre buscaba la suspensión del cuerpo, su ingravidez; el mecanismo del tourbillon, inventado por Breguet, deseaba que la gravedad no afectara al mecanismo del reloj; en el fondo, a la vida de ambos hombres la había inquietado una misma pregunta por los secretos engranajes de la danza y el tiempo.

Eran las siete de la noche del domingo. Le restaban menos de tres horas al festival y seis grupos provenientes de diferentes rincones del país se enfrentaron en la alegre lucha del concurso: Pasión en movimiento, Showdance, Al ritmo UdeA, Club de baile deportivo Tumbao, Compañía Artística Orishas y Proyecto M. Suspendidos los bailarines sobre el torso de sus parejas, ya fuera acompasados por un tango, un son, un vals o una salsa, recibieron los aplausos de una plaza que no terminaba de creer en la aparente simpleza con la que un cuerpo puede perder su peso cuando se entrega a la sed de la danza.

Ir al contenido