Por: Edwin Leandro Villa*
A principios de los 90, el poeta y gestor cultural antioqueño Javier Naranjo, junto con otros amigos, crea la Escuela de Artes y Oficios en una casa ubicada en la vereda Quirama de El Carmen de Viboral, al oriente de Antioquia. Allí impartía talleres y charlas sobre fotografía y literatura. Quirama se encuentra en la vía La Ceja-Rionegro. Para poder asistir a la Escuela, varios jóvenes debían pedalear en sus bicicletas desde la zona urbana del pueblo hasta la vereda. Entre los que se animaban a emprender semanalmente el pequeño viaje, que no debía tardar más de una hora y media, se encontraban Carlos Mario Betancur, más conocido como «Kamber», Fredy Alzate y Mario Acevedo. Aunque en ese momento todos ellos eran unos desconocidos, años más tarde, quién lo pensaría, tanto Javier como estos jóvenes y otros más, cambiarían la historia cultural del pueblo.
Dos o tres años después de su fundación, el proyecto debió cerrar por falta de recursos. A pesar de que la Escuela se encontraba en jurisdicción de El Carmen, Javier no tenía ningún otro vínculo con el pueblo. Pero gracias a la buena labor de formación que desempeñó y a las relaciones que logró fomentar, le ofrecieron coordinar El Club de Jóvenes, proyecto que dirigía la Asociación Social para la Niñez (ASÓN), una corporación que se encargaba de ayudar a los jóvenes y a las familias menos favorecidas del municipio. Javier aceptó el ofrecimiento y decidió continuar con algunas de las actividades que ya desarrollaba en la Escuela, entre ellas, la fotografía.
ASÓN estaba ubicada en la zona urbana de El Carmen, a una cuadra de la Casa de la Cultura, sobre la misma acera, yendo hacia el parque principal. A Javier le brindaron un espacio precisamente en el centro cultural para que desarrollara sus actividades. En ese pequeño espacio organizó un cuarto oscuro con elementos que ya tenía en su casa y algunos que ASÓN le complementó.
No quería imponer un pénsum ni tampoco deseaba que el grupo tuviera un orden inquebrantable. Un fin de semana, él y los muchachos visitaban una vereda y hacían un mural con toda la comunidad, en otra oportunidad tomaban fotos en las nuevas construcciones del pueblo y luego las revelaban en el cuarto oscuro, al siguiente fin de semana se sentaban a leer o a escribir, al otro se ponían a jugar un partido de fútbol y hacían un sancocho. Más que una pléyade de intelectuales o artistas pretenciosos que se reunían con la firme intención de exaltar sus egos, se trataba de un grupo de peludos y un pelado (Javier) que se reunían para despertar otras sensibilidades diferentes a las que suscitaban la Iglesia y toda la godarria carmelitana.
Poco a poco el interés por lo literario fue ganando terreno y el grupo volcó la mayoría de sus actividades hacia dicha labor, aunque todavía algunos integrantes seguían tomando y revelando fotos en el cuarto oscuro o pintando murales. Para ese momento, también habían ingresado otros jóvenes que hacían parte de Tespys, el único grupo teatral que había en el pueblo, fundado por Kamber en 1988. Teniendo en cuenta la diversidad de personas que integraban el grupo y el auge que comenzaban a tener, consideraron que era el momento de cambiarle el nombre. Luego de meditar por varios días decidieron llamarlo Savia Taller.
Era 1993. Un año clave para la historia cultural de El Carmen. A fuerza de caer en lugares comunes, podría decirse que fue el año que dividió la historia del pueblo en dos. El Carmen es reconocido por dos cosas: por su labor ceramista y por su festival de teatro. Pues bien, fue en ese año cuando Kamber junto con el apoyo de quienes hacían parte de Tespys, entre ellos Freddy, y también de algunos integrantes de Savia, crea el Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble, un festival que no solo atrajo a los amantes del teatro, sino que contribuyó a modificar las dinámicas socioculturales del pueblo.
Savia Taller con v, no con b. En algún momento las personas confundían el nombre del grupo, y entonces Javier con paciencia debía explicarles que era Savia con v, como la savia de las plantas, savia como nutricia, como lo que alimenta; no Sabia con b: ellos no eran ningunos sabios.
Con el nombre del festival no hubo confusiones entre la gente, las confusiones se presentaron con la creación del onomástico. Surgió la idea de que el festival incluyera en su nombre la palabra gesto, por ser un elemento universal, esencial en el teatro y en la vida, una expresión sin palabras que dice más que las palabras. Sin embargo, el problema se hallaba en el resto del onomástico: no encontraban otro nombre que armonizara con el primero. «¿El Gesto? ¿El Gesto qué?», se preguntaban. Hasta que, por fin, tras horas y, quizá días, de pensamiento continuo, una palabra surgió: noble. El Gesto Noble, así se llamaría el festival. Un nombre sonoro, eufónico. Pero más allá de su armonía fonética, ¿tenía algún significado o era simplemente una creativa ocurrencia?
La década del 90 fue una época de mucha violencia para el pueblo, el objetivo de la creación del festival no era solamente entretener a las personas, también se quería cultivar los sentidos y sanar, por medio del teatro, las heridas que la violencia comenzaba a ocasionar en la ciudadanía. Entonces, no se trataba de una simple ocurrencia, el festival pretendía no solo entretener a las personas, sino ser un verdadero gesto noble del teatro para El Carmen.
Pero no había recursos. De acuerdo con una entrevista realizada a Kamber en 2016, por Jonathan Loaiza de El Tiempo, en la primera versión del festival los invitados se alojaron en la casa de Kamber porque el dinero ni siquiera alcanzaba para cubrir sus gastos de hospedaje y alimentación. Sin embargo, de manera intermitente, el festival continuó presentándose.
Cuando a Javier le ofrecen ser el director de la Casa de la Cultura, por allá en el 95, ya debía estar rondando los cuarenta, pero aún se sentía tan vital como un muchacho. Por lo que no dudó en aceptar el reto. A partir de ese momento, el grupo de diez, doce o quince peludos y un pelado, que se reunía todos los fines de semana para pasar un tiempo agradable en medio de la fotografía, la pintura de murales o las actividades literarias, tenían una misión más valiosa que solo divertirse o despertar los sentidos: dirigir los destinos del recinto cultural del pueblo. Pero ellos querían más, ellos querían transformar el pensamiento cultural de los habitantes, querían desadormecer las conciencias, subvertir el conservadurismo, construir un pueblo en donde todos tuvieran cabida, todos, desde el peludo que toca rock o metal hasta el tipo que cultiva su propia comida sin orgánicos, todos, sin excepciones. El camino no iba a ser nada fácil.
[…] Para acabar de ajustar, estamos patrocinando la descomposición de nuestra juventud permitiéndoles ciertos eventos disfrazados de recreación. En octubre, por ejemplo, se dio permiso para una fiesta de menores en el patio posterior de la Casa de la Cultura y un concurso de modelaje en el salón de actos del mismo centro. Y vaya que clase de recreación. En el primero, en un momento dado, se decomisaron navajas, otras armas y droga; en el segundo, prácticamente se dio un espectáculo lindando con lo inmoral. ¿Dónde vamos a parar pues? Si en algunas ciudades y poblaciones están restringiendo la circulación de los jóvenes a partir de las 8 y 9 de la noche, ¿Cómo se permiten en El Carmen actos para ellos hasta la una de la mañana? Autoridades tiene este pueblo que saben responder.
(Parte de la nota que se publicó en El Carmelitano, en la edición 14, número 79, de noviembre-diciembre de 1995)
Por esa época existía un periódico llamado El Carmelitano, fundado en 1982 por Pedro Luis Jiménez, el cual tenía una importante circulación en el pueblo. Una noche, Javier y los muchachos hicieron un evento en la Casa de la Cultura para recoger fondos y celebrar las bodas de oro del Instituto Técnico Industrial (I.T.I), uno de los colegios de mayor antigüedad e importancia en el pueblo. Al evento asistió Pedro Luis y al día siguiente publicó una nota en el periódico donde manifestaba su indignación porque a la entrada del concierto a unas personas les habían decomisado marihuana y diversas armas cortopunzantes. Javier tuvo que mandar una carta al periódico para esclarecer la situación.
Es necesario aclarar la desinformación que fue publicada en El Carmelitano de noviembre-diciembre del año en curso.
Enumero la verdad sobre los hechos.
1. Al decir «fiesta de menores» se omite el que la fiesta la organizó el I.T.I buscando recoger fondos para la celebración de las bodas de oro […], omisión que tiñe la información de un sesgo desafortunado. […]
2. Si se decomisaron armas, droga, navajas […], fue y agradezco mucho el que lo haya mencionado, porque hubo control y vigilancia. En cuántas fiestas hay revisión de quiénes entran? La inadvertencia supone que en una fiesta no hubo muchachos con navajas o drogas?
3. La fiesta de menores no duró hasta la una de la mañana, duró hasta las 11 y 30 PM.
4. Respecto al concurso de modelaje, se evaluó la propuesta, que era más exactamente la de mostrar a los padres de las modelos el trabajo que la directora del grupo estaba realizando.
[…] No sé qué hubo de inmoral, o por lo menos lindando con éste territorio. Lo que sí sé es que el argumento de lo moral condición necesaria en toda sociedad, también ha servido para cometer los peores excesos, como la inquisición y su pira, en la que ardieron científicos como Giordano Bruno.
(Parte de la carta de Javier que fue publicada en El Carmelitano en su edición 15, número 80, enero-febrero de 1996)
Pero ni siquiera así logró calmar su turbación.
En la edición pasada comentamos sobre un permiso concedido para una fiesta de menores de cuya realización este medio recibió conceptos negativos de una fuente de alta fidelidad que tiene la obligación de velar por la moral pública. Para este periódico y para cualquiera del mundo, hay fuentes informativas que por las cualidades de lo que son y representan merecen absoluta credibilidad sin necesidad de confrontar sus versiones. Tan pernicioso puede ser convertir la moral en obsesión mojigata como creer que quienes tienen posiciones de autoridad la pueden menospreciar encubriéndola con el manto de la intocabilidad. Por parte del periódico, señor Director, lo que se afirmó corresponde a la verdad y nada más que a la verdad así usted la descalifique con términos y posiciones descomedidos e irrespetuosos que por lo menos dejan mucho que cuestionar en su calidad de rector de la cultura carmelitana.
(Parte de la respuesta de Pedro Luis a la carta de Javier, publicada en El Carmelitano en su edición 15, número 80, enero-febrero de 1996)
El escándalo de la fiesta alcanzó ciertas proporciones, mas no fue el único evento que provocó turbulencia. En alguna ocasión, Javier y los muchachos lograron conseguir un video beam y proyectaron un concierto de Vivaldi y uno de Darío Gómez en pleno parque principal. La iglesia más importante del pueblo también queda en el parque. Después de los conciertos, los sacerdotes pusieron el grito en el cielo por el ruido infernal que profanaba la santa misa. Javier tuvo que intervenir de nuevo para tratar de limar asperezas.
Cierto día, Tespys presentó una obra de teatro en la Casa de la Cultura, a la que asistieron estudiantes del ITI y de la Institución Educativa Fray Julio Tobón, los únicos dos colegios que en ese entonces había en el municipio. De acuerdo con el guion, en una de las escenas uno de los actores debía desnudarse. El actor sin ningún tapujo se despojó de sus ropas sobre las tablas del escenario sin prever lo que sucedería después. El desnudo desató un escándalo tan grande en el pueblo que los integrantes de Tespys, incluyendo al liberal actor, tuvieron que ir a los colegios a explicar por qué se hacían este tipo de actos en el teatro y por qué no constituían un atentado contra la moral.
Los peludos y Javier llegaban a la Casa de la Cultura a las nueve de la mañana y se iban a eso de las diez u once de la noche. Algunas veces también trabajaban los fines de semana, en especial cuando iban a visitar alguna vereda. Las gentes del pueblo no entendían por qué «los locos de la Casa de la Cultura», como solían llamarlos, se mataban trabajando tanto, no entendían su terquedad ni su entusiasmo. Pero poco a poco, y con la ayuda del festival, comenzaron a entender.
El Gesto Noble duraba una semana y desde sus inicios causó un gran impacto en la población carmelitana: la gente esperaba ansiosa su llegada y lamentaban que acabara tan pronto. Cuando los recursos para su ejecución eran escasos y se hacía imposible llevarlo a cabo, las personas protestaban. Hubo un año en que, como todos, no había recursos para realizar el festival. Cansados de esa situación, Javier y Kamber se reunieron para ver qué decisión tomaban al respecto. Javier tenía una idea.
— Vamos a hablar con el alcalde y le decimos que no hay plata, que este año no va a haber festival.
— No, pero cómo así, cómo se te ocurre que vamos a hacer eso.
— Hombre, relájate, a él no le va a convenir ni cinco que este año no se haga el festival, él no puede hacer eso, se le viene el pueblo encima.
Javier tenía razón. Hablaron con el alcalde y para ese mismo día ya contaban con los recursos. El festival ya no era de Tespys ni tampoco era de Kamber, y mucho menos de Javier, el festival ya era del pueblo. En gran medida fue gracias a El Gesto Noble que la gente comenzó a entender el empecinamiento de los locos de la Casa de la Cultura, y dejó de preguntarse por qué no paraban de trabajar. El festival de teatro fue la punta de lanza para que las dinámicas socioculturales del pueblo se transformaran y una verdadera cultura naciera, una cultura donde la diversidad de pensamientos, perspectivas y formas de expresión tuvieran cabida, una Cultura con mayúscula. Las semillas que habían sembrado Javier y Kamber desde Savia y desde Tespys daban sus primeros frutos, pero no iban a ser los únicos.
Una tarde, Mario Acevedo caminaba tranquilo con su boina por las calles del pueblo. De pronto, observó una carreta de mangos arrumada entre varios tiestos. Era una simple carreta de madera, no tenía nada de especial, parecía que ya ni siquiera era usada para cumplir con su función primordial. Pero a Mario se le ocurrió una idea. Se acercó al señor que parecía ser su dueño y le preguntó el precio. Luego se dirigió a la Casa de la Cultura y le comentó a Javier lo que tenía pensado hacer con la carreta. A Javier le pareció una idea brillante, entre ambos reunieron el dinero necesario para comprarla y dieron en marcha con el plan.
La Carreta de Leer inició en 1995 como un proyecto de promoción y divulgación de la lectura. Mario Acevedo llenaba la carreta con los libros que hacían parte de la colección de la Biblioteca Municipal, la cual dirigía también Javier. Sacaba la carreta todos los domingos y se iba para los barrios, el parque principal o las veredas a leerles y contarles historias a los niños, niñas y adolescentes del pueblo. Los adultos también podían participar de las actividades que Mario dirigía o tomar un libro de la carreta y leer libremente sentados sobre una acera o sobre las escalinatas del parque. Mario no cobraba un peso por su labor y su proyecto recibió algunos premios del Ministerio de Cultura y otras entidades.
Desde la Casa de la Cultura, aparte de El Gesto Noble y La Carreta de Leer, también se formaron rizomas como La palabra y la noche y El Carnavalito. La palabra y la noche (ahora Las palabras y la noche) es un evento que se realiza el último viernes de cada mes, en donde se trae algún invitado regional para conversar una o dos horas sobre alguna obra o autor, o sobre algún tema relacionado con la literatura, la música y el arte en general. Por su parte, El Carnavalito es un festival de música andina y latinoamericana, en el que participan grupos regionales y nacionales. Según la página oficial del ahora Instituto de Cultura[1], la primera versión fue en conmemoración del Día de la raza y la idea de realizar el festival fue de Kamber y Jaime Baena, quien también hacía teatro y tenía acercamientos con la música andina.
Además de estos eventos, Javier y Kamber, inspirados en el libro de Mircea Eliade, crearon el programa radial Lo sagrado y lo profano, con el que pretendían llevar el amor por las letras a todos los rincones de los carmelitanos. El programa lo grababan en la casa de Kamber con una pequeña grabadora que él tenía. Se escondían en el baño para evitar que el ruido de los carros interrumpiera la grabación y leían el guion que habían preparado previamente. Lo sagrado y lo profano se transmitía en la única emisora del pueblo y se emitía semanalmente. Duró un par de años mientras Javier continuó como director de la Casa de la Cultura.
Aparte de dirigir los destinos del recinto cultural de El Carmen y la Biblioteca Municipal, Javier continuó coordinando las actividades de Savia Taller, que se siguieron organizando los fines de semana, en las noches. Asimismo, desde que fue nombrado como director, habilitó un espacio más grande para que realizaran las reuniones del grupo. Fue en ese tiempo cuando José Manuel Arango, el gran poeta carmelitano, se interesó por asistir a Savia.
Antes de publicar Silabario (1994), Javier participó en un concurso de poesía que realizaba la Universidad de Antioquia. Aunque nunca había hablado con José Manuel y él no tenía idea de su existencia, anhelaba que leyera sus poemas y le hiciera observaciones. Pero por más que ambos habitaran la Universidad de Antioquia, un encuentro casual entre ambos parecía improbable. Javier no tenía más remedio que arremeter contra su timidez y abordarlo en cuanto se diera la oportunidad. Una mañana, una tarde e incluso, aunque inverosímil, pudo haber sido una noche, Javier se encontró por los pasillos de la Universidad a José Manuel. Llevaba un manojo de poemas escritos en unas servilletas junto con su número de teléfono. Se acercó a él y con la voz trémula le alcanzó a decir:
— José Manuel, ahí te dejo por si querés leer esto.
— Pero vení.
— No, no, chao.
José Manuel agarró el manojo de poemas y Javier, con la cara sonrojada, salió huyendo. Al poco tiempo, el poeta se puso en contacto con él, se citaron en un bar que quedaba al frente de la Universidad de Antioquia y tuvieron una larga conversación. Aparte de plantearle algunas observaciones y señalar ciertos elementos sobre los poemas que Javier le había entregado, le dijo que no pusiera o soltara una palabra porque sí, que debía saber escuchar la música de las palabras y estar atento con su peso específico. Fue todo un seminario sobre cómo escribir poesía. También hablaron sobre sus intereses literarios, sobre sus vidas. Se hicieron buenos amigos. Después, José Manuel le ayudó a publicar Silabario, en la editorial de la Universidad de Antioquia, y también comenzó a asistir a los encuentros de Savia.
Fue a pocas reuniones realmente, cinco, seis, quizá siete. Pero cuando asistía era una maravilla para todos. Participaba de La palabra y la noche, leía sus poemas, conversaba sobre literatura. Siempre asistía con su pantalón de terlete y su camisa manga corta o manga larga, ambos en colores neutros, nada de suntuosidad, nada de rimbombancia. Quería pasar desapercibido, ser como una sombra, menos que una sombra. A pesar de todo, su presencia era muy importante, y todos lo admiraban. Terminaba Savia y continuaban conversando en algún bar, entre copas de ron o aguardiente. Mientras avanzaba la noche, poco a poco, sucedía la metamorfosis: José Manuel empezaba a soltarse, a vencer su timidez. La charla, que antes tenía un cierto matiz de solemnidad, se volvía toda una fiesta. José Manuel bromeaba, contaba alguna divertida anécdota, reía a carcajadas. Él, que quería pasar desapercibido, se convertía en el núcleo de la reunión.
El poeta muere en el 2002 y en ese mismo año, Javier, Kamber y los demás miembros de Savia deciden crear el Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango como una forma de preservar su legado y conmemorar su vida y obra. A pesar de su ausencia, el espíritu de José Manuel nunca dejó de acompañarlos.
La fatiga de tantos años de trabajo continuo, el deseo de explorar cosas nuevas, la sensación del deber cumplido, todos estos factores debieron influir para que Javier tomara la decisión. Probablemente, meditó la idea muchas veces, algunas mientras trabajaba en su oficina, en una reunión de Savia o en el trayecto hacia su casa. Sea como fuere, era una decisión irrevocable: Javier no continuaría más en la dirección de la Casa de la Cultura. Se lo comunicó a los muchachos, ellos se opusieron, insistieron, pero Javier no transigió. Era el 2002. Jorge Luis Orozco dirigía los destinos del pueblo y tenía jurisdicción sobre la Casa de la Cultura. El alcalde, al ver la firmeza de Javier, aceptó la renuncia y nombró a Kamber como director.
Javier no solo renuncia a su cargo, sino que decide apartarse de todos los grupos, eventos y actividades que allí se desarrollaban. Esto incluía a Savia, por supuesto. Sin Javier y sin Mario, quien se había dedicado de lleno a La Carreta de Leer y también había abandonado Savia, el grupo literario parecía condenado a su fin. Kamber asume la dirección de la Casa de la Cultura y los destinos del grupo teniendo en cuenta estos factores adversos. Pero el alma sensible y creativa del teatrero se logra imponer, poco a poco, sobre el espíritu hierático propio del chupatintas, y el rubio mechudo, de voz grave y pausada, también renuncia a la dirección de la Casa de la Cultura, seis años después.
Savia deja existir, pero renace en el 2013 gracias a un puñado de jóvenes carmelitanos: Andrés Álvarez, poeta y abogado; Julián Acosta, filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia y director de la revista de la Universidad Católica de Oriente, y Alejandro Arcila, abogado y actual concejal de El Carmen. Ellos retoman las actividades literarias del grupo y continúan con el legado de Javier y compañía durante unos cuantos años más.
El que se niega a desaparecer es Tespys, el grupo continúa formando jóvenes y adultos en torno a las artes escénicas y produciendo importantes obras de teatro que son presentadas en diferentes escenarios a nivel local, nacional e internacional.
En cuanto a los integrantes fundacionales de Savia y Tespys, los hados les han deparado destinos variopintos. Mario Acevedo publicó en 2021 el poemario Balastros y lo presentó en una velada de Las palabras y la noche. Fue su primer y único libro publicado. Falleció tres años después. Fredy hace varios años se apartó del teatro y de toda actividad cultural. Kamber continúa trabajando en torno a las artes escénicas como asesor de Tespys y de El Gesto Noble. Javier ahora se dedica a la promoción de la lectoescritura con comunidades rurales y vulnerables.
No se es pretencioso ni se cae en una hipérbole al afirmar que los miembros de Savia, y también de Tespys, son los responsables de que hoy El Carmen de Viboral sea reconocido como un pueblo con una gran riqueza cultural. Su legado se manifiesta cuando un carmelitano ve maravillado el fuego saliendo de las fauces del hombre-diablo que danza sobre sus zancos en El Carnaval de Comparsas de El Gesto Noble; cuando la señora católica, quien va a misa cada ocho días, aplaude con ahínco a los actores que se desnudaron hace unos instantes en la sala de teatro del Instituto, o, simplemente, cuando un amoroso padre le lee a su hijo un libro que tomó de La Carreta de Leer, mientras ambos están sentados sobre las escalinatas del parque en la tarde soleada del domingo.
[1] Desde el 2007 la Casa de la Cultura pasó a llamarse Instituto de Cultura.
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* Ganador II Premio Subregional de Crónica Carlos Jiménez Gómez del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral (Programa Municipal de Estímulos 2024, modalidad Premios y Reconocimientos Literarios). Profesional en Administración de Negocios Internacionales y estudiante de Filología Hispánica. Integrante del Grupo de Estudios Literarios y Lingüísticos de Antioquia (GELLA). Ha escrito en diferentes medios y revistas como DiariOriente, Al Poniente, Revista Crisopeya y también ha creado blogs de reseñas cinematográficas. Su pasión es la literatura en todas sus manifestaciones, la lingüística y el cine.