La tertulia de Marga López inicia y aquellos que llegaron solos, con sus amigos, sus hijos o su pareja escuchan a la poeta decir: “Los invito a cambiar sus nombres, deberíamos tener al menos cinco. El quinto te lo ponen secretamente. Lo susurra a tu oído -y al del universo- la persona que te ha de bautizar”. A la misma Marga los niños la han nombrado como el Hada Golondrina de la luna y ella exhibe su nombre como una condecoración. Entonces, cada uno decide el suyo para participar de este festejo de las artes y ella guarda en su memoria no solo el nombre por el que son llamados afuera, sino aquel heterónimo con el cual habitar la poesía. Así, Marga elige para cada asistente, en secreto, un quinto nombre para ser susurrado al viento que envuelve la casa.
Durante la tertulia o en sus viajes con La carreta de leer, el Hada Golondrina da de leer como quien da de beber. Hace llegar a cada una de las manos sedientas las portadas de libros sobre diferentes artistas: Salvador Dalí, Fernando Botero, David Manzur o Débora Arango; entrega libros, revistas, periódicos, versos sueltos, bocetos de sus propios escritos. Pide que le hablen de esa obra cuyo hallazgo haya sido una conmoción al momento de aventurarse en sus páginas y cada uno abre el libro frente a sí como si fuese una ventana de la que emerge una parte de su alma.
Un par de minutos después, ya no es la poesía de la pintura la que interesa al grupo. Por el contrario, el hilo de la conversación forma una trama en la que la aguja es la pregunta por el primer asombro. Como transportadas a Caramanta, las voces recuerdan las perplejidades de la infancia que acaso aún se mantienen: “entrar al agua”, dice una de las voces, “una tormenta a lo lejos”, agrega otra, “ver cómo pierde las flores un guayacán”, “los lugares que dan nostalgia” o “lo que dicen los niños”.
En ese instante, tras el último de los asombros dichos, Marga recuerda Casa de estrellas, el libro en que Javier Naranjo, un viejo conocido del Instituto, pregunta por sus definiciones a poetas que se han disfrazado de niños o a niños que se han disfrazado de poetas -de la misma forma que ocurre en su tertulia- y definen, por ejemplo, el agua como “la transparencia que se puede tomar”, al ángel como “un señor de la guarda”, el lenguaje como “hablarle a una persona sin gritarle” o la oscuridad “como cantarle a Dios”…
Es aquí, como por orden de la memoria, en esta noche de mayo, que la luz se va. El salón queda inmerso en la penumbra y Marga lo celebra porque sabe que no es caprichoso que los niños de Casa de estrellas hayan definido la oscuridad como un canto sagrado. Ese es el espíritu de la tertulia del Hada Golondrina de la luna: hacer del río formado de palabras un canto apacible que lleve al otro, sin violencia, la guarda de la literatura.