Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Fotografía: Alejandra Londoño
Uno de los actores del teatro La Zaranda entra a escena: su personaje camina pesadamente, como si viniera de un viaje muy largo, y clava uno de sus pies en una cubeta con agua. Se lamenta: “Tanto caminar, pa’ ná’”. El movimiento se hace reiterativo y –al final del mismo– siempre repite: “Tanto caminar, pa’ ná’”. Este pequeño fragmento de la obra tiene su asiento en un hecho de la realidad. Gaspar Campuzano, el actor, fue invitado en Argentina a un magazín matutino para hablar sobre lo que presentaría el grupo teatral español en Buenos Aires. Después de mucho buscar la dirección de los estudios televisivos, perdida entre las interminables calles de la ciudad, se encontró con que no era el único invitado; un grupo de celebridades, que no tenía nada que ver con el teatro y todo con la farándula, también estaba allí. Por supuesto nuestro actor era el menos relevante de los invitados y casi todas las intervenciones estaban destinadas a los vedettes, así que se ocupó en comer el desayuno que les habían servido en medio de la entrevista. Se ocupó tanto en ello que perdió las escazas oportunidades que tenía de hablar por tener la boca completamente llena: el magazín había terminado sin que la audiencia llegara a conocer la voz de Gaspar Campuzano. Al final, lo despidieron del estudio televisivo con un cupón para reclamar un par de zapatos. Más tardó Gaspar en salir que en tomar un autobús para lanzarse a la búsqueda de la fábrica de calzado en la que tendría que redimir su cupón, pero la aventura fue un solo tropiezo. En Buenos Aires no se elevan las montañas que en las principales ciudades colombianas tanto nos ayudan a orientarnos, allá uno va más o menos a ciegas, y por eso el actor pasó la tarde entera sin alcanzar la dirección. No tanto por su pericia como por un golpe del azar apareció por fin la dichosa fábrica. Pero no fue ese el final del desasosiego de Gaspar: la fábrica producía solo calzado femenino. Gaspar Campuzano reclamó un par de tacones para no quedarse con las manos vacías, aún se los probó, y con una sonrisa derrotada, mientras acostumbraba sus pies a la horma del calzado, exclamó: Tanto caminar, pa’ ná’.