Carta para un burlador

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

Ramiro Tejada en Maestros de Obra del XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble (15 de julio de 2017).
Fotografía: Alejandra Londoño.

 

Una voz como de piedra, ahogada y sin eco, me sacó de mi letargo en aquella tarde del año 2014. Yo me encontraba en el café de El Instituto de Cultura seducido por el olor primaveral del jardín y por las muchedumbres que se agolpaban en torno a El Gesto Noble. La voz zigzagueaba en la segunda planta de la edificación y yo no atinaba a descubrir su fuente a pesar de que los ojos y las risas de los demás ya te seguían con la mirada. “Todos invitados para Maestros de obra”, decías, mientras recorrías con ademanes de soldado de plomo los corredores. Solo cuando te detuviste frente a la Sala de Lectura José Manuel Arango pude verte con una pañoleta amarrada en la sien, ya con jadeos de atleta otoñal, ya con la sonrisa socarrona que acentuaba mi asombro. Estabas descalzo, Ramiro, llevando a cuestas un personaje animoso y juguetón que supe después como el personaje que llevabas siempre abajo de las tablas. Fue la primera vez que te vi, y cuando ya entrabas a la Sala de Lectura para la charla del evento “Maestros de obra”, supe por otros que te observaban de tu ingenio para las bromas y de la agudeza en el pensar. Lo pude confirmar no mucho después en nuestras conversaciones de teatro, de Nabokov, de Flaubert y Vargas Llosa, de Thomas Mann, con tus amplias referencias al cine y a la música…  cuando sucumbes a los temas que te apasionan se anulan las bromas y tus pómulos abultados afilan los ojos: para darse el lujo de aflojarse los quicios debe serse bastante audaz, Ramiro.     

En tu Ridiculum Mortis (como titulas a la hoja de vida que me has enviado) se cuenta que naciste el 24 de noviembre de 1954 en Medellín. Intuyo que tuviste un segundo nacimiento, en el año 1975 cuando en medio de una huelga universitaria te topas con la obra Las medallas del general de José Manuel Freidel. Cuando  terminó el espectáculo tu  asombro fue tal que los increpaste: “¡ey! ¿como hace uno para actuar con ustedes?” Ellos te explicaron que pronto se realizarán las convocatorias  desde el comité estudiantil. Era una época en que el teatro seguía una línea con amplias tendencias políticas. Tu primera  obra como actor, a.e.i.o.u. es una reflexión sobre la educación del país. Luego, tu camino de fábulas, burlas y críticas se tejió a la  par entre los estudios en Derecho de la Universidad de Antioquia y las obras que recuerdas: Los duraznos son duros de roer, ¿verdad Clotalda? (1976), Los Infortunios de la Bella Otero y otras desdichas (1983); En Casa de Irene (1984); Amantina o la Historia de un desamor (1987); Tribulaciones de un Abogado que quiso ser Actor o el oloroso caso de la manzana verde (1989) que Freidel escribió exclusivamente para ti como desagravio porque partirías a Bogotá para laborar como abogado… “quiso”, dice el título, como si Freidel se burlara del actor que abandonó su grupo para ser abogado. También participaste en obras como La última cinta de Krapp (1996); Ricardo III (2004); Romeo y Julieta (2006) y entre otras tantas que suman una arboleda de fracasos y glorias, porque de eso está compuesta tanto la vida como el teatro, Ramiro, el conflicto nunca se resuelve y la pregunta, siempre inconclusa, mantiene a Sísifo encadenado a la piedra.

Pueden decir de ti que eres excéntrico, (y quien lo diga no faltaría en verdad) pero esa misma exaltación del ser que te ha deparado enemigos y contradictores  también te llevó a que en el año 1990 empezaras con El Palomar de las cartas, una suerte de happening que propone a un escribano que se arropa en un árbol cualquiera para que los amantes compren una carta de amor para su ser querido. Esta puesta en escena que nació sin ninguna pretensión alcanzó un alto nivel de disfrute  entre los paseantes casuales  de  las Ferias del Libro de Medellín, Bogotá y Caracas; también en el Festival Internacional de Teatro de Bogotá. A manera de mofa: Si la carta de amor no surtía el efecto esperado, la de despecho era gratis. Sí, la exaltación, Ramiro, esa preocupación por la ternura y las libertades te encaminó ese mismo año a presentarte como candidato a la alcaldía de Medellín bajo el movimiento Ocio – Cultura cuya consigna era: “ocio y cultura hasta la sepultura”, ¿a qué alucinado hombre podría ocurrírsele  un reino del ocio y el arte? Solo a ti, Ramiro, que no puedes negar que estás compuesto por ambos en partes iguales, a ti, porque entendiste que para lograr la construcción de un hombre multiforme hay que olvidar el miedo  a perturbar el orden.

 

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