Escrito por: Ricardo Ospina
Conversación con Timo Ruuskanen, del Red Nose Company & Teatteri Quo Vadis, de Finlandia
Fotografía: Fabián Rendón- Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
Escrito por: Ricardo Ospina
El clown no solo es el payaso, es también un actor. Lo que le digo a mis alumnos es que sean sencillos, es como esculpir, hay que limpiar el trabajo, emplear mínimos elementos. El actor-payaso en formación cree tener su verdad sobre la escena, pero no es tan rápido, tiene que detenerse para encontrar algo contundente, es una meditación.
En un teatro de mi pueblo me encontré con algo que me gustó, el sentido del absurdo. Es posible que cualquier cosa pase en la escena, esa sorpresa que te asalta, no solo la risa sino la poesía del absurdo; nunca olvidaré que el absurdo me llevó a hacer teatro. Cuando estaba estudiando actuación, asistí a un curso de clown en la escuela de Helsinki. Consideraba que no había nada más difícil que interpretar un payaso, lo bonito es que tiene que parecer fácil como las ejecuciones de una bailarina o los trazos del dibujante, pero en verdad es toda una técnica.
El arte del payaso es un método, el clown crea belleza e imágenes oníricas, me gusta que la escena sea bella, no busco el realismo sino que las cosas tontas y locas tengan belleza. El payaso que me gusta crear no es el payaso de circo sino el payaso de teatro, hay más tiempo para el silencio, el vacío, la palabra y los pensamientos profundos en el espacio escénico. Keaton, Chaplin y Darío Fo me inspiraron al unir alegría y melancolía, es la belleza del sentimiento de la alegría en la tristeza, y el sabor del silencio y de la música, esto es muy finés.
Lo que hacemos es crear historias. De repente, un incidente, una indignación política o un sentimiento personal rompen la continuidad. Es una vieja tradición, el payaso tiene la capacidad de decir cualquier cosa, como el loco que puede decir lo que se le antoje, o el Quijote -que ahora estamos montando a dúo- un loco que Cervantes creó hace doscientos años, cuya licencia para decir lo que se le ocurre sobre la sociedad lo asemeja al clown. Es una suerte de ventana, una manera de reflexionar sobre lo que está sucediendo con nosotros. En la escena surge de pronto una pregunta política apremiante o una pregunta de asombro; el clown es como un niño que ve por primera vez con ojos abiertos el mundo y se hace preguntas elementales. Es una improvisación que cuenta con el ritmo de las historias. Siempre pensamos que cualquier cosa es posible, es como una sesión de jazz: la improvisación tiene que sonar bien en el ritmo de la fabulación.