Con nombre de niebla. Sobre Caramanta, libro ganador del XII Premio Nacional de poesía José Manuel Arango

Por: Andrés Esteban Acosta Zapata*

Caramanta es la niebla, el develamiento paciente de las montañas, el desapego de la tierra caliente luego de un largo ascenso desde el río Cauca. Caramanta es todavía la lejanía, la calma y el hogar. Sobre esto se escribe, como quien abre las puertas de su casa para encontrar las formas originarias de su mundo.

Caramanta está en Caramanta, un libro de 81 páginas de lomo verde menta, como algunos marcos de las casonas de los pueblos que se conservan en el tiempo. Pero Caramanta, el libro de poemas, no es el pueblo, ni intenta ser una reproducción o un elogio o una semblanza. El libro es la intimidad, la revelación de la vida para un poeta que vuelve al origen, reintegra su hogar a una memoria que es poética. Caramanta es un libro sobre cómo nunca se deja de descubrir el mundo.

Robinson Quintero Ossa (Caramanta, 1959) recuerda que el lugar primero es el sitio que siempre querremos recobrar. El tiempo pasa como las nubes sobre las montañas, como una memoria que se cierra y se abre continuamente: “Miro entre la neblina y, de pronto, un árbol de naranjas asoma en el patio, un pájaro sueña en los miradores del muro, un caballo corre el silencio y la distancia, un caballo solo por las lomas del viento[1]”.

El poeta no teme la reverencia a la infancia. Las cosas deben partir de un principio de ilusión hasta que la vida prueba su fragilidad. No siempre se parte de ese principio, pero sí en este caso, donde la mirada pasa por las cosas y por los hechos encontrando las palabras fieles a un acto de descubrimiento: “Sentado en el quicio de la puerta que sale al patio a escuchar el mundo, oigo el canto del pájaro tambor desde un cerro de hierbas[2]”.

La apariencia del mundo cambia, pasa de la ternura a la certeza de la muerte, se mueve del interior de la casa al destapado donde se juega con las formas de las nubes. Esto se logra sin someter las imágenes a una reelaboración inoportuna y sin el uso de palabras que fuerzan las imágenes hacia la deshonestidad. En el caso de Caramanta las palabras permiten claridad, una dimensión suficiente de la imagen.

Para el poeta, Caramanta significa un lugar del corazón. A lo largo de las páginas se descubre que la poesía es una forma de hacer un listado de las personas, las cosas y las experiencias que se pierden. El centro es una casa, pero no solo su disposición material, también el ánimo y los afectos que le dan sentido a la permanencia y a la pertenencia.

El poeta abre y cierra las puertas de su casa, igual que si rompiera un largo silencio y hablara de las imágenes que nunca lo abandonan: “La casa levita el aliento dormido de las cosas, en el sosiego asienta sus cansados bordes. La casa encierra todo lo que aduerme, rendida en los umbrales del patio, inclinada por el peso de las tejas, arrimada a los muros. La casa sosiega con sombras del jardín, ajusta con sueño las puertas y se echa en su quicio de silencio[3]”.

La casa es un centro, la ubicación del poeta. Robinson Quintero escribe sobre su Caramanta, moviliza los recuerdos y los muestra naturales, sin quebrar un orden de las cosas íntimas, que no deben mostrarse para ser exhibidas, sino que salen de adentro para compartir un lenguaje de la cercanía. Las cosas son en la memoria: una identificación con un derrotero de la vida.

En Caramanta se lee un viaje, un retorno, un lugar privilegiado que sostiene todos los demás lugares, incluso los que el poeta no menciona, pero que seguro rodean el pueblo frío en lo alto de la cordillera.

El poeta está en su hogar y lo menciona sin mentir, sin el temor del tiempo que modifica los recuerdos. Estos están intactos, como quien hace un inventario de las partes de la casa y la conoce distinta en el paso de la niebla: “En la niebla la casa es otra casa, y así el patio otro patio con su cielo al revés y su piso en el aire, y el árbol otro árbol, sin su comba de hojas, sin tronco que lo ate, y el estanque otro estanque con su riego en otra parte. Así, las puertas cambian de quicios, las cosas se desencuentran, los corredores esquivan los caminos […][4]”.

El mundo íntimo que se expresa en los poemas de Caramanta deja lugar al deseo primero, a los fantasmas de la casa, a las visiones de las plantas del corredor, al viento del solar, a los olores de un día de velorio, al caballo quieto bajo la lluvia, a los caminos de potreros y yerbales. El poeta salva su tiempo, este es su esfuerzo con las palabras.

Adenda

En Caramanta las imágenes no se movilizan por la nostalgia. El poeta ve su mundo (su casa, su pueblo, sus paisajes) e intenta llenar el vacío: “De noche, a solas, en el cuarto, una palabra cada vez, intentaba llenarlo[5]”.

[1] Del poema “Neblina”.
[2] Poema “Oquedad”.
[3] Del poema “La noche más corta”.
[4] Del poema “Niebla”.
[5] Poema “Vacío”.

*Andrés Esteban Acosta Zapata es profesor de la Universidad de Antioquia.

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