Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
César Badillo de Teatro La Candelaria en Maestros de Obra, XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble.
Fotografía: Alejandra Londoño.
Un casco de albañil estuvo todo el tiempo sobre la mesa de Maestros de Obra. Este año el evento giró en torno de la figura del espectador y su función casi siempre olvidada dentro del teatro. El objeto de este texto es recrear –sin el ánimo de hacer una relatoría– algunos fragmentos de la conversación.
El arte de ser espectador
Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
El público maleducado
A César Badillo le gusta el público maleducado (así le llama cariñosamente): el que sin haber sido formado expresa su sensibilidad frente a la obra de teatro con sus propios elementos. Una vez –en Guainía– el Teatro La Candelaria presentó Guadalupe Años Sin Cuenta a un público que había conocido a Guadalupe Salcedo y que incluso había sido protagonista de su campaña guerrillera. Sin embargo, al terminar la obra, el aplauso nunca llegó. Los actores intentaban atisbar qué ocurría desde la trastienda, temiendo que hubieran rechazado la obra, pero todos estaban sentados aún en sus butacas. Luego se dieron cuenta de que los espectadores de esas tierras no sabían que al final de la obra debían aplaudir. Era un público silencioso, y en cambio, conversaron largamente sobre los hechos que se referenciaban en la obra, muchos de los cuales habían tenido que vivir. Lo importante, decía Badillo, era llegarle al espectador con el arte.
Una situación parecida de la sensibilidad presenció Gustavo Montoya, del Teatro La Hora 25. En un teatro argentino, al terminar la obra, el público nunca se fue de sus asientos pues había acogido a los actores como si fueran sus hijos perdidos, sus hijos desaparecidos. La forma de agradecerles la obra a los artistas era otra: invitarlos a cenar a sus casas. El espectador que le arrobaba a Gustavo era este espectador genuino (según decía García Lorca) que se podía encontrar en todas partes, y que incluso lo había encontrado en los vecinos del barrio Cristóbal. Una relación así, dice el actor, se debe mantener estrechándole la mano al espectador a la entrada y a la salida de la obra, acogiéndolo también como a un huésped entrañable.
Este público general, como lo llama Ciro Gómez del grupo Hilos Mágicos, se acerca con mayor contundencia a los espectáculos de marionetas y les otorga la animación: esta se crea solo en la mente del espectador. Por eso los espectáculos de marionetas no se re-presentan sino que se presentan, porque entre el escenario y la mente del espectador viven por primera vez los personajes, lo que exige un público desprevenido.
El espectador de la última fila de butacas
Ramiro Tejada de la Oficina Central de los Sueños en Maestros de Obra, XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble.
Fotografía: Alejandra Londoño.
Ramiro Tejada cuenta que desde hace algún tiempo se ha hecho espectador de la última fila de butacas: allí hace las veces de espectador contenido, el que hace el ejercicio de aplazar la risa y el llanto ante la descarga emocional de la obra. Cuenta que Freidel era insufrible como espectador, a tal punto que varios grupos de teatro mantenían un bate por si él irrumpía en la función. Pero el espectador de la última fila de butacas puede ser igualmente contundente, acaso sin ser percibido entre el auditorio, pues es quien asume una distancia crítica frente a la obra. Este tiene dos herramientas para contemplar y memorar la obra: el ojo propio y el lápiz. Ramiro Tejada y Jorge Eines concuerdan con la idea de que la masa acrítica no funciona como espectador. Eines particularmente advierte que el buen espectador de teatro es el que está dispuesto a apagar el televisor que lleva dentro, el que quiere ser testigo de lo que está ocurriendo en escena. ¿Todavía existe este espectador?
Esto a Elkin Osorio, de Siteatro, le parece paradójico: que al espectador se le exija, además de comprar la boleta, hacer un esfuerzo en la construcción crítica del sentido de la obra. Pero explica que no puede ser de otra manera. El teatro no cumple únicamente las funciones de entretener o hacer reír, y es justamente este uno de los motivos de la obra Carlos o el idiota de la familia, la cual engaña al espectador pasándose por una comedia cuando en realidad es una versión teatral del Emilio o la educación, de Rousseau.
La tiranía del gusto
Gorsy Edú en Maestros de Obra, XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble.
Fotografía: Fabián Rendón Morales.
Ante la pregunta sobre si el espectador puede ser cultivado, formado por lo visto, varios de los invitados a Maestros de Obra pusieron de presente una preocupación: el público a la hora de llegar a las salas de teatro ya está de-formado por los medios del entretenimiento, y es urgente darle mejores elementos para que cumpla su función de intérprete, de creador del sentido de la obra. Como señaló Eines, la apreciación de teatro se queda entre el “me gusta” y “no me gusta” sin que se piense más profundamente en por qué se conforman cierto tipo de preferencias. El autor explica que esto es el resultado de un condicionamiento del espectador, creado en muchas ocasiones por la hegemonía de ciertos paradigmas –como es el de la actuación natural– que atrapan al mismo artista.
Jaiver Jurado dice que, en todo caso, la preocupación por la formación de público no es nueva, y desde la antigüedad se ha abordado este problema, pero es un asunto al que normalmente se le resta importancia pese a que existan felices ejemplos de cursos (de hasta dos años) cuyo objetivo es formar al espectador en la apreciación teatral. Que esta preocupación no es nueva lo demuestra también el hecho de que en la tradición artística africana, como cuenta Gorsy Edú, el arte deba asumir la triple tarea de entretener, informar y formar. Esto no libera la responsabilidad del espectador: su arte, el de la apreciación –finaliza Argiro estrada–, también es un ejercicio de rigurosa construcción.