Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Fotografía tomada por Fabián Rendón Morales – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral
El Rock plural
Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de nuestro medio aliado en Víboral Rock Opinión a la Plaza.
El Rock es desde sus orígenes un crisol. Una inmensa diversidad de géneros musicales confluyeron a mediados del siglo XX para sembrar el germen de lo que no mucho tiempo después sería una de las expresiones culturales más exuberantes y plurales, tal vez precisamente porque dicha convergencia excedió el ámbito de lo puramente musical: mientras el country era en cierta medida heredero del folclor europeo, el rythm and blues y el jazz aportaban al Rock and roll originario una síntesis de los valores estéticos y culturales de la población afro que vivía en un contexto de segregación dentro de la sociedad norteamericana. Esta amalgama exquisita fue entonces una tierra fértil para el reconocimiento recíproco entre estos dos mundos que en aquella época parecían irreconciliables.
El Rock no ha dejado de nutrirse de este y de otros mestizajes, y la muestra más clara es la inabarcable multiplicidad de subgéneros que lo conforman, desde el pop rock hasta el black metal. Sin embargo, esta diversidad en la que el Rock encontró en gran medida su arraigo y su potencial expresivo ha sido una conquista no despojada de paradojas. A los países de la periferia mundial el Rock llegó como una representación de la hegemonía simbólica (muchas veces homogeneizante) de los países que, después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a consolidar una posición geopolítica dominante: el Rock que primero llegó fue el que había sido canalizado por los aparatos comerciales que dejaron de considerar al tercer mundo exclusivamente una despensa de materias primas y encontraron en él una posibilidad de abrir nuevos nichos de mercado.
El árbol envenenado, no obstante, producirá siempre frutos envenenados. Y desde el más profundo sustrato el Rock estaba signado por una actitud de malestar, de rebeldía que ni siquiera la cooptación de muchas de sus obras por parte de los poderes establecidos podía neutralizar. Tampoco el Rock resultó ser un instrumento totalmente conducente para crear un racero cultural unívoco porque su origen plural, que incluso logró establecer un puente entre las comunidades blancas y negras empobrecidas en los Estados Unidos, tenía una característica porosidad que permitía a las singularidades de las identidades periféricas apropiarse de sus posibilidades expresivas en un ejercicio de resistencia. Las resistencias planteadas desde el Rock también han sido múltiples, y han generado nuevos sentidos sobre el reconocimiento del otro y de lo otro.
En el Víboral Rock 2017 las charlas de la jornada académica abordaron, al menos tangencialmente, este asunto en el contexto colombiano. Santiago Arango –uno de los exponentes– planteaba que el Rock posibilitó que muchos encontraran su lugar en el mundo, que se ratificaran como sujetos y desarrollaran su particularidad; no de cualquier forma sino a partir de la puesta en crisis de lo previa y rígidamente establecido por los sistemas cerrados: la costumbre, la religión, la política endogámica. A fuerza del grito y de la estética disonante del género se posibilitaron líneas de fuga en medio de la violencia (ya no estética) de los discursos hegemónicos, que se bifurcaron y abrevaron cada vez de nuevas fuentes, entre las que no fueron extrañas las autóctonas.
Carlos David Bravo al realizar una reconstrucción histórica del punk en el barrio Castilla de Medellín, encontró en el Rock una de las artes corruptas, bellamente corrupto, en tanto lograba captar no solo una profunda diversidad de ritmos sino también de posiciones frente al mundo. Esta confluencia tampoco fue siempre pacífica. Sin embargo, poblaron la ciudad de una constelación de personajes que recorrían las calles con una grabadora en la mano, se encontraban, a veces se enfrentaban, pero sobre todo generaron una dialéctica en la que los mismos sentidos de la corporalidad (el pogo, el cabeceo, el pelo largo) y de la apropiación del espacio (las notas, los conciertos, las caminatas) reivindicaron un derecho de ciudad para la pluralidad. Esa es la nota de la fiesta: en el Rock, en su actitud de incomodar, en su afán de intercambio, en el salirse estridente del yo, está las posibilidades de construcción más allá de los límites de las interpretaciones omnicomprensivas del mundo. Sea esta una conquista también del Víboral Rock.
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