Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.
Fotografía tomada por Daniel Galeano – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral
“No pongo los codos en la mesa”
Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.
Andrea Ávila se mueve en el escenario como si caminara en carbón encendido. Su vientre se dobla en espasmos violentos y adelanta los hombros para golpear el viento que le huye. Arquea la espalda para dejar que la ira le inunde el cuerpo. En sus labios y mandíbula se seca la sangre que todos sa-bemos ficticia pero que al entrar en el juego de oscuridad y violencia parece tan real como los sonidos que retumban en la entraña. Es la vocalista de Agressor. La banda fue fundada en el año 1985. Su transcurrir en la música puede dar cuenta de una época en el proceso del Metal nacional y si bien su agrupación ha sido muchas veces trastocada por los cambios en la formación no ha perdido el sendero de la violencia musical, de letras perturbadoras. No pudo haber sido de otra manera. En la época en que la banda fue conformada Jorge I. Molina vocalista y bajista, Mauricio Montoya baterista y Toño Guerrero como guitarrista, era la época en que Pablo Escobar llenó de humo negro los cielos, de escombros las calles y de cuerpos los cementerios. Cantar a la violencia para Agressor no es una apología, ha sido una lugar para la protesta, de repudiar con violencia la violencia, de cubrir la oscuridad con oscuridad.
Andrea Ávila es el miembro más joven de la agrupación. Dice que tiene sus veintitantos y mientras lo dice unas líneas le dibujan algo parecido a una sonrisa. La sangre ya está seca.
– Yo también tuve momentos que me marcaron mucho de la violencia, nací en la comuna 13. En la gran parte de mi adolescencia habían balaceras diario. También tuve miedo. Curiosamente la música llegó a mí: el punk, el metal, Rodrigo D: No Futuro y quise expresarme, ahora un poco mayor, encontrarme con esa violencia en Agressor es encontrarme con mi pasado, mi presente y mi futuro. Para mí la relación entre violencia, sociedad y juventud es eterna.
Saca de su bolso una botella de agua, mientras me habla vierte un poco de su contenido y se limpia la boca, la mandíbula y el cuello. De pronto, advierto que frente a mí está una mujer de rostro re-dondo y cándido, y que los sonidos guturales que rasguñan la piel se quedaron atrás de los aplausos. Su voz es como de flauta.
–Tu dices que cuando nos bajamos del escenario somos muy tranquilos- me dice Andrea- es que cuando una persona sufre tanto aprende a apreciar la bondad.
Pero cuando vemos a Andrea en el escenario asistimos a una metamorfosis, como si le corriera ácido por sangre y fuera un león que ha sido enjaulado por largos años y un día la puerta del encierro quedara abierta. Es la liberación, la violencia cae como una patada en la cara.
–Yo en mi cotidianidad veo, leo, vivo, estudio, tengo sensaciones adversas y eso me va llenando, me va llenando, me va llenando, me entero de las noticias de lo que pasa en nuestra sociedad y eso me va llenando, me va llenando de esa pasión de esa hambre y cuando me monto en el escenario ya estalla lo que alguna vez sentí.
Vuelve a su bolso. En sus manos abre el polvo compacto. Impregna la esponja. Con lentos círculos se unge el rostro. Usa un pantalón camuflado que admite usar con temor cuando sale a caminar por las calles de su barrio; “una mujer poniéndose camuflados ¿será una paraca, miliciana, guerrillera, una satánica?”, dice. La Poseída, como la llaman por la estrepitosa voz que arde en su boca, se está acicalando el cabello.
–A veces creen que uno no es tan femenino y en este momento me estoy maquillando y peinando porque soy una mujer. Si tú me preguntas cómo me considero, yo te diré que me considero una dama.
Para Andrea encontrar los portentosos guturales fue una ardua tarea que le llevó años. Nadie le enseñó. Le costó las lágrimas que en otros tiempos derramaban las madres de los muertos, los ríos de sangre que hacen arroyo en las cunetas de las comunas y el trabajo que termina por ser lo que edifica la reconstrucción social. Así terminó cantando con ira de una sociedad de la ira: para repudiarla.
–A mí me dicen que yo tengo voz de muñequita, es que escúcheme hablar y yo sé que la voz de una mujer tiende a los rasgados y me gusta mucho transgredir. No creo que abandone nunca lo femenino pero sí transgredo lo que la gente cree que debe ser.
Le gusta que la traten bien, le gusta ser cortés. Es locuaz y no le gusta poner los codos sobre la mesa. La música le ha dado el signo para descifrar la emoción que lo gobierna todo y lo recorre todo. Porque las sonrisas no pueden abrigar los ardores que produce una ciudad enmarañada en el llanto, porque en la ciudad de la Eterna Primavera, los más florecen de entre la sequía. El metal abrió las tierras para que el agua suavizara la aridez que nos quedó -y nos sigue persiguiendo- de las balas. Lo que une a Agressor con el público es el sentir: la frustración y la alegría no buscan las manos tersas o las gruesas, no saben de mujeres ni de hombres, esas categorías nos las ha impuesto el pensamiento y La Historia. El amor no sabe si es un corazón virgen o añoso.
–Yo cuando me monto a un escenario lo que en realidad hago es sacar a flote mis sentimientos, porque estoy siendo sincera y la gente se conecta no porque sea mujer o hombre… porque para mí los sentimientos no tienen género.
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