El sistema Rock (Primera parte)

Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.

Fotografía tomada por Juan José Zapata – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral

El sistema Rock

Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.

Desde las horas de la tarde, por las cuatro esquinas del Parque Principal se comenzaron a desbordar los ecos del Rock hacia todas las calles del pueblo. “Amigo, ¿dónde se está haciendo el concierto? Como que lo escucho pero no sé de dónde viene el ruido.” Le señalo al desconocido la dirección con un dedo. Él sigue el camino. Más adelante alguien más me pregunta lo mismo y me percato de que son muchas las personas que caminan, como atraídas por una fuerza irresistible, hacia el escenario del Víboral Rock. Pienso entonces en el Festival como en un sistema planetario, una fuerza gravitatoria alrededor de la cual se desarrollan muchas historias que confluyen en una sola fiesta.

El centro gravitatorio

Apenas habían tocado las primeras bandas cuando una nube descomunal, con la forma de un barco trasatlántico, se elevó sobre el escenario. La gente del pueblo sabe que cuando una nube cargada aparece sobre la vereda Boquerón significa que en menos de una hora lloverá en la zona urbana. Es una regla infalible de la experiencia. Pero a nadie parece preocuparle demasiado porque ya están atrapados en las distintas orbitas alrededor del escenario. Éste desde adentro siempre parece un pequeño caos, donde el espacio y el tiempo no encuentran definitivamente su dónde ni su cuándo. “No estamos tan mal de tiempo –dice Gustavo F.– el concierto arrancó en el segundo horario.” ¿Puede haber más de un horario? Claro que sí, me responde el anacronista. En caso de existir algún retraso todo se reacomoda, trasladando la programación durante un lapso de treinta minutos, y así la logística y las bandas tienen la certeza sobre en qué momento hacer las cosas. El aguacero comenzó a caer aproximadamente en el quinto horario.

Desde los camerinos la asistencia se veía como una marea. La lluvia, según amainaba o arreciaba, hacía que todos confluyeran en el centro o se desplazaran hacia los extremos en busca de los pocos aleros desde los que todavía se podía apreciar el escenario. Sabe Cilantro –no obstante– le impuso un poco de calor al aire con su reggae. Mientras tocaban la alegre efervescencia de los que escuchaban emparamados a la banda, contrastaba con el agitado enjambre de los que estaban detrás del escenario solucionaban algún problema urgente: “¿Mario Duarte si nos va a dar la entrevista?/ ¡Qué pasó con el agua!¡El agua!/ No tengo retorno. Sí, sí… Uno. Sí”. Alguien intentaba decirle algo a algún otro, pero nadie entendía. El presentador rasgaba la voz –ya al bordo de extinguirse– para despedir la banda nariñense y dar paso a los mexicanos de Out of Control Army. La descarga Ska hizo que la estructura metálica del tablado chirriara bajo los ritmos de una de las músicas más fecundas para mezclar los ritmos caribeños y africanos. “Enemigo público… taratá, taratá… enemigo públicoooo.” Más allá de los sombreros de los músicos (uno ellos enmascarado a la mexicana) se asomaban y se escondían un millar de cabezas arrebatados por la ejecución veloz y arremolinada de los instrumentos.

El siguiente grupo resultó ser una propuesta radical, no solo por su lírica contestataria sino sobre todo por su heterodoxia musical. Bestiärio, el grupo de folk punk latinoamericano, fue toda una conflagración. “¡Nos estamos quedando sin vallas!”, me gritó Juanjo Z., el fotógrafo de Opinión a la Plaza, bajándose a toda prisa del escenario, pero feliz de haber captado con la cámara la escena. Un contrabajo, un acordeón, un banjo y otros instrumentos cuyo nombre ignoro sumieron al parque en un éxtasis que se ciñó con fuerza sobre las barreras que separaban al público de los artistas. “El mundo es asqueroso y difícil de entender,/ la gente que lo habita asquerosa también es/ y solo me siento a ver.” De pronto, uno de los espectadores se cuela sin ser notado entre las vallas y se acerca al costado izquierdo del entarimado. Trepa sigilosamente. Bestiärio está a punto de terminar una de sus canciones cuando el curioso impertinente comienza a gritar una arenga, apropiándose de uno de los micrófonos. No alcancé a escuchar lo que dijo y nadie parecía percatarse de su presencia. Solo escuché que uno de los músicos gritaba “!este no es de aquí, este no es de aquí!”. Cuando llegó la policía el intrépido había sido bajado por los organizadores, pasó junto al camerino, le guiñó el ojo a uno de los agentes y se volvió a perder entre la muchedumbre con una sonrisa en la boca.

Del pogo se hizo la transición al baile. De Bruces a Mí aparecía nuevamente en El Carmen de Viboral, y desde el camerino la tormenta de las aguas cambiaba una canción tras otra las formas de su agitación: el remolino a la mitad del toque había sido sustituido por las suaves ondulaciones de la danza del reggae. La banda fue fundada en 1999 y sus canciones fueron ampliamente popularizadas en los últimos años de la primera década de este siglo, en parte por la campaña de la emisora Veracruz para promocionar los grupos locales. El público sabía muchas de las canciones y sus voces llegaron a competir con las imponentes torres de sonido de la tarima y con la descarga de la banda. En ese momento el caos tras bambalinas, al menos en apariencia había cesado, el camerino estaba vacío y en el interior de las vallas solo los fotógrafos. El agotamiento empezaba a calar hondo en los organizadores.

La Derecha fue la banda que cerró el concierto, y con su llegada a escena el público volvió a estallar. Sin embargo, el sonido jugó una mala pasada. En la primera canción no funcionó el micrófono de Mario Duarte, conocido por representar el papel de Nicolás Mora en el programa televisivo Yo soy Betty, La Fea, y tuvieron que iniciar la canción nuevamente. “¡Ay qué dolor, qué dolor, qué dolor!”, gritó el público al son del éxito de los años noventa. La Derecha ha estado activa en dos épocas: entre 1990 y 1997; y entre 2010 y la actualidad, mezclando los ritmos del Rock con los de la música latinoamericana. Duarte quiso aprovechar la canción para subirse a una de las torres metálicas que sostenían el techo del escenario, y el público lo animó a seguir adelante, pero al verse encartado con un cencerro y notar que las varas estaban demasiado separadas abandonó la empresa. Volvió al micrófono: “No estás tan lejos… No estás tan lejos…”

Entonces ya me había alejado del escenario y disfrutaba entre el público. A partir de ese momento me lacé a buscar las demás órbitas, concéntricas y excéntricas, del Sistema Rock. Sobre ellas hablaré en un próximo texto.

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