Dos voces del metal carmelitano

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

Fotografía tomada por Alejandra Londoño – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral

Dos voces del metal carmelitano

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

La lluvia descendía frondosa y tenaz. Hubo una noche en que los hombres no le temieron a ningún anticipo de diluvio. Hubo una noche en que las mujeres supieron agudizar sus rostros con las goteras que descubrían los contornos de sus figuras. Las lluvias se abrían como un racimo contra los cuerpos y la música de Vitam Et Mortem era el sonido que congregaba las aguas y los cabellos rabiosos que seguían los ritmos de la banda.

 

Debo decir que la banda es carmelitana. Que su estética hace quince años nació para saber las manos que tiene la muerte. ¿La muerte? ¿Dónde está la muerte?

Julián Trujillo recuerda que en sus jornadas juveniles era habitual visitar a su abuela. En el sendero el cementerio se erguía, sin triunfo y sin pena.

–Por ahí día por medio habían tres muertos en la morgue, ¿cierto? y yo iba a ver. Llegó un momento en el que todos los días soñaba que mi papá estaba acostado desnudo en la poceta de la morgue… todo el tiempo era así. Esa preocupación por la muerte es lo que permite que nazca Vitam Et mortem.

No es la banda lo que ha surgido en esa edad primigenia de Julián Trujillo, es la idea, porque la idea de la muerte, de lo desconocido, la idea de salto al vacío que aqueja las almas que transitan en la tierra encontró su cuna en los brazos de un niño que paseaba entre los muertos. El pensamiento original se transformó en cada disco. La muerte para ellos fue un exorcismo de la nada que se adhiere a los que dejan el espejismo terrenal, luego se trastoca para ser una visión ritual desde la exploración de múltiples culturas. Para su cuarto disco la preocupación por la muerte se transforma en una pregunta por la construcción de las narrativas de la constitución territorial latinoamericana hace quinientos años, en La Colonia. El discurso traspasó la metafísica para asir la carne: ya es el hombre el problema que los aqueja, ya es la historia.

Julián Trujillo (guitarra y voz), Julián Rodríguez (batería y voz) están sentados junto a mí. Trujillo aún lleva sobre su piel las sugestivas vetas de pintura con las cuales lo vimos entrar en escena. Placidez en sus rostros, serenidad en las voces. La oscuridad, la velocidad y la densidad que plasman en sus canciones hacen posible la catarsis que revela estos rostros tranquilos que observo.

–El Metal es una expresión muy agresiva –dice Julián Trujillo– es una manera de hacer oposición a la manera como nos venden la música, a la manera de cómo nos venden el arte, a la manera cómo nos dominan en los medios de comunicación. El Metal es un grito muy fuerte de oposición.

–Yo creo que el Metal es esa posibilidad de pegar el grito de todas esas cosas que uno tiene contenidas y que bueno, por lo menos yo, no recurro a la violencia física, a la agresión porque no me gusta meterme con el otro ¿cierto?, me parece que eso desgasta mucho, mientras que el Metal da esa posibilidad de canalizar esas rabias de la inconformidad, del caos, es ese grito que uno quiere hacer a la sociedad –agrega Julián Rodríguez.

Cuando Vitam Et Mortem se presentó en el Festival sentí la música descomunal entrar en los cuerpos de quienes escuchábamos. Vi los cuerpos aferrarse a la brutalidad y la oscuridad. Los vi desencajarse al recibir la dosis de fuerza como si al mismo tiempo en que reciben los latigazos del sonido purgaran la ira. El performance de la banda es contenido, sobrio pero sin dejar de lado la expresividad: el maquillaje consigue tonos cadavéricos donde los cuatro músicos toman también facetas teatrales.

Les he preguntado por los ritos que puede preparar la banda antes de una presentación y la imagen que persiste en mí es la de una tempestad. Primer acto: se sostiene la mar en calma, segundo acto: se destruye la planicie del cuerpo acuífero en un éxtasis incontrolable, tercer acto: la mar, exhausta, se arrulla en sus propias entrañas. Lo pienso así ya que me han contado que el estadio anterior a los conciertos se rige por la concentración y la tranquilidad, que prefieren conservar sus energías para exaltarlas sin tregua en la tarima. Luego en concierto, puede verse a Rodríguez sacándole el alma a la batería y Trujillo con los músculos tensos de furia contenida. Al final queda la quietud de los rostros meditativos.

–¿Hay un concierto con Vitam que haya marcado de alguna manera sus vidas como músicos?

–(Julián Felipe Rodríguez es un hombre de mirada negra y barba silvestre, no podría decirse que es rollizo pero sus amigos entrañables le dicen “Gordo”. Usa el cabello largo y ahora mientras hablamos está suelto y enmarañado): ¿Concierto?, el de Pasto, esa acogida tan brutal, la gente con los afiches, se sabían los temas. El concierto fue en el 2010, creo. Los muchachos fueron antes que yo. Desde el principio fue brutal porque claro, llegar uno al aeropuerto y que lo estén esperando con cartelito y el nombre de la banda… el taxista súper parchado me empezó a contar chistes de pastusos en Pasto (risas). Salir del escenario y firmar afiches, firmar discos… la cantidad de gente, fue una experiencia muy bacana.

–(Julián Trujillo tiene la apariencia de un vikingo. Su voz marca la sonoridad que tenemos los hombres de las montañas.): Recuerdo el primer concierto, porque estaba muy asustado y era la primera vez que yo me arriesgaba a cantar, cuando Vitam Et Mortem empezó a cantar yo solo tocaba la guitarra, teníamos un amigo que cantaba pero él se salió y entonces ya empecé yo a cantar. Eso es otro cuento… ya me sentía expuesto.

–Julián Felipe, ¿Cuál es tu primera relación con el Metal?

–Eso fue llegando por mi hermano, por mi familia, hasta que decidí montar mi banda de Metal con Sebastián Martínez, se llamaba Vultur… ahí empecé a explorar los sonidos del Metal y ya viene, pues, la invitación de Juli para hacer parte de Vitam, que fue un proceso muy banano porque yo no sabía tocar Batería, pues, así que aprendí con Julián ensayando, madrugábamos todos los días a las ocho de la mañana a darle, a darle, a darle hasta que aprendía.

–Él tocaba guitarra antes, yo le daba clases de guitarra pero él tenía muchas aptitudes musicales y ahí estaba la batería que nosotros teníamos y yo veía que el baterista de la banda quería otras cosas en la vida, entonces yo le dije a Julián: Ey, ensayá, tal cosa, que usted va a remplazar al otro baterista.

–¿Y vos? ¿Qué relación tenés con la música?

–Bueno, la música para mí es todo lo que me representa, todo está contenido en la música… yo a la música llegué por el Metal, yo recuerdo que en el colegio a mi hermano le prestaron los primeros discos de Rock… por allá uno de Black Metal y para mí eso era pesadísimo. Yo había empezado ya en clases de guitarra pero yo escuchaba esas voces guturales, así un segundito, (hace un gesto como si pellizcara el aire) y la quitaba. Tenía 15 años… Entonces en televisión empezaron a pasar un programa… Yo no soportaba los guturales pero veía los videos y quedaba clavado ahí porque la estética era muy tesa, el concepto de la imagen… Luego me reuní con algunos amigos y ya empezamos a hacer los primeros ensayos…Empezamos a rotar casetes. Ahí conocí a Helbert que tenía las mejores colecciones… pero no los prestaba… Recuerdo algo: él no era capaz de dormir temprano, entonces yo lo acompañaba hasta tarde; tres, cuatro de la mañana y ahí sí me los prestaba. Esa música es la que me nutrió para hacer lo que hago. 

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