El teatro de los muertos

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

A todos nos toca

Fotografía: Alejandra Londoño- Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

Nadie se imagina tener que hacer fila para lograr un puesto en el cementerio. Que de propia mano pagaría por su lugar en la última morada. La noche ha crecido helada y neblinosa sobre la cúpula mientras las lápidas apenas descubren los nombres de los muertos. Es jueves 26 de julio. 9:00pm. Los ángeles de mármol envejecido contemplan la romería que se agolpa en las puertas. Hay una capa de brisa sobre el jardín, hay una escenario a un costado de las bóvedas, hay una música cantinera arrastrándose por las paredes. Las puertas se abren y los asistentes entran con una vigilancia ceremonial que va transformándose cuando brotan las formas del improvisado teatro: el luto del cuerpo se tornó en el ritual de la memoria. Los rostros de todos deambulan por el ámbito con gesto premonitorio. La lluvia revienta contra las carpas y los truenos dividen la oscuridad. Despunta la obra: El lugar de los muertos es el hogar del ensueño.

La presentación narra la historia de un hombre que muere y en cinco cuadros trabaja los elementos filosóficos y psicológicos de lo mortuorio en un contexto latinoamericano. A todos nos toca es una obra de Teatro Rodante, una agrupación compuesta por un colombiano y una mexicana. Es una oda a la memoria, es la muerte que surge como una sombra frente a todo.

II
Desde que fue levantado el cementerio municipal de El Carmen de Viboral es la primera vez que allí se presenta una obra de teatro. Cuenta el párroco de la parroquia Nuestra Señora de El Carmen que al ser requerido el espacio por el Instituto de Cultura para las funciones se convenció de lo oportuno del evento ya que “estas presentaciones favorecen la memoria… un pueblo no puede seguir pensando que un lugar como el cementerio es un espacio para calaveras… es un lugar para la vida. La resurrección se da cuando los seres queridos permanecen en la memoria. Aquí no hablamos de muerte si no de vida”. Las lápidas del cementerio son los rostros que tiene el recuerdo: lustradas, coronadas de flores jóvenes, estampadas con fotografías; agotadas, con flores secas, abandonadas. Se concretaron dos funciones: A todos nos toca de Teatro Rodante, el 26 de julio y O Marinheiro de teatro Matacandelas, el viernes 27.

O Marinheiro se ha establecido como una obra de culto en el teatro. Fue concebida para un espacio íntimo, no más de cincuenta personas. Se ha presentado en espacios alternos de diversas envergaduras y de ellas solo tres veces en cementerios, incluida la función del viernes en El Gesto Noble. Es una obra que dialoga con la poesía y la filosofía, que levanta el velo ante el misterio y el sueño, que emana un ambiente casi espiritual. El montaje de Matacandelas aparece en los años noventa como una propuesta del estatismo y la delicadeza. También exige tanto a los espectadores como a los actores una actitud reflexiva que ubica a los individuos en los terrenos de la perplejidad: “la obra pega muy fuerte, es un momento para sentir, existir, para escudriñar en los sueños y el misterio… uno se afecta. Las actrices me piden que las temporadas no sean largas, les da duro”, dice Cristóbal Peláez, director de teatro Matacandelas.

La singularidad del evento en el cementerio desajustó la naturaleza del municipio. Hubo quienes juzgaron las presentaciones como manifestaciones satánicas. Pero también prosperó con mayor fuerza la idea de ofrenda artística hacia el misterio de la muerte: “yo creo que este lugar está asociado con la festividad, pero nosotros los humanos hemos olvidado esa relación con la celebración de las nuevas formas, que se vuelven polvo, que se vuelven tierra o silencio para muchos”, dice Alejandro Trujillo mientras seca las lágrimas que han quedado sostenidas en sus mejillas al fin de A todos nos toca.

III 

El jueves a las ocho de la mañana los corredores en la segunda planta del Instituto de Cultura se poblaron con víctimas del conflicto armado. En el interior del Consejo Municipal se instaló una audiencia de incidencia y reparación de víctimas con ex-combatientes de las fuerzas paramilitares del Magdalena Medio. Entre los postulados se encontraban Luis Eduardo Zuluaga alias Macguiver y Ramón Isaza junto a varios de sus hijos. En los corredores inferiores los niños se apresuraban en las filas para la función infantil de El Gesto Noble. Arriba, las madres caminaban con las lágrimas apretadas: “¿Dónde está mi hijo?”, “¿yo no entiendo, nos están enredando”. La memoria reclama un lugar en la voz de los carmelitanos porque la tierra que fue amasada por la sangre merece los surcos y los sembrados, porque los ausentes perviven en el recuerdo y no en el silencio de los olvidados. Francisco Lozano, actor de Teatro Rodante conoció el acontecimiento y al finalizar la función del cementerio no pudo contener la emoción y las palabras se abultaron en su garganta: “jamás pensé yo como colombiano estar aquí [hace una pausa y la voz se entrecorta] y poder descifrar que los cementerios hoy hacen una fiesta, hoy escuché y vi en los patios del Instituto este movimiento, redimir el dolor [se silencia de nuevo y un relámpago se extiende en la noche]… ¡el trueno!… entendí que tiene sentido que ustedes estén allá [señala al público], nosotros aquí, y ellos [señala las tumbas] son los verdaderos invitados”.

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