Fisionomía de lo intangible. Interioridad y expresión en Carlos Jiménez Gómez

Fisionomía de lo intangible
Interioridad y expresión en Carlos Jiménez Gómez

Por Elizabeth Jiménez Gómez

Tiene un nombre, Carlos Jiménez Gómez, un origen, El Carmen de Viboral, una fecha de nacimiento, 11 de septiembre de 1930. Era un hombre con voces múltiples a favor de un enfoque más natural, el resultado: una de las representaciones más auténticas y con más carácter que se puedan visionar en los últimos tiempos. Un hombre que era capaz de navegar con absoluta naturalidad entre fragmentos autobiográficos, filosóficos, reflexiones estéticas, consideraciones subjetivas, formas literarias y al mismo tiempo de plantearse cuestiones políticas, siempre encaminado en la búsqueda de la identidad personal y nacional a través de la historia. Un hombre que fue fiel a sus principios y al mismo tiempo fiel a las leyes internas de la política más humanista que se ha practicado y que se ha podido ver en Colombia, en el mejor y más profundo sentido de esas palabras.

Al sumirnos en la lectura de la obra de Carlos Jiménez nos percatamos que se asemeja a fotogramas de un ciclo de vida, un acontecer de la vida cotidiana con sus reglas explicitas y enigmáticas; una experimentación literaria y política donde las tradiciones narrativas clásicas denominadas como “costumbrismo” le permitieron llevar a cabo un proyecto narrativo, con el cual pudo exponer las cuestiones que le parecieron más determinantes para su territorio y para su vida: Las abruptas transiciones en busca de la modernidad dejaron expuestas la falta de identidad y el poco o nulo conocimiento y reconocimiento de nuestra historia.

Uno de los aspectos de la obra de Carlos raramente mencionado, es el de su propia experiencia en la ciudad, la confrontación con la modernidad propia de las ciudades pero desde el punto de vista de un hombre nacido en un pueblo de provincia con todas las cargas regionales que esto implica.

El interés de Carlos Jiménez por el estudio de las transformaciones del territorio como de aquellos que lo habitaban, siempre estuvo marcada por una relación entre la “historia secreta” de su generación y cómo esto fue determinando los trazos de sus nuevos pensamientos e ideologías, preocupándose primero por el valor explicativo de carácter espacial, luego como un fenómeno mental y finalmente como un fenómeno cultural. Sin embargo es preciso aclarar que gran parte de su obra también tiene algo de testimonial de sus días como Procurador de la Nación, cargo que desempeño en los años 1982-1986.

Los libros de Carlos constituyen en conjunto una penetración trascendental a la comprensión de las mutaciones determinantes a las que el país y sus pobladores se vieron enfrentados. Su obra, es un compendio de seis décadas de observación y reflexión en los cuales realizó descripciones claras y sistemáticas de lo que él determinó como el “fenómeno Antioqueño”. Con respecto a esto, planteó una exploración a la naturaleza provinciana del entorno que dejo atrás en su juventud, que se ocupa en su mayor parte de la mentalidad, pero no como una ciencia histórica, sino más bien como un conocimiento filosófico que surge de la vivencia.

Una primera aproximación se puede abordar desde la reflexión en torno al rol de la imagen en la representación del fenómeno perceptible, es decir, su visualización como espacio. Como sugieren sus primeros ensayos, Carlos tenía conocimiento de gran parte de los desarrollos estructurales de Antioquia, los cuales se han utilizado por otros teóricos para representar los fenómenos costumbristas de la región. No nos sorprende entonces encontrarnos con que en el desarrollo de su obra, acompañe sus postulados con una serie de descripciones del mismo territorio, que apoyan la comprensión de sus ideas a lo largo del camino. La cantidad de imágenes que se pueden contemplar en sus ensayos cumplen la función de presentar visualmente las relaciones intrínsecas entre los pueblos como representaciones espaciales, con una ubicación geográfica y arquitectura determinadas, la contraposición de campo y ciudad tan marcada en Antioquia y las tradiciones económicas de la época.

Un segundo vistazo puede plantearse desde el reconocimiento de la teoría de las mentalidades, como un fundamento dinámico que otorga una identidad o falta de ella, a un proceso abrupto y confrontador. Es innegable que en la historia Colombiana ha habido una franca evasión a las consideraciones teóricas acerca de las mentalidades, actitud que es ciertamente comprensible, pues hasta ahora la descripción del pasado ha estado basada más en circunstancias exteriores como la conquista, la modernización y luego todos los fenómenos devastadores que se empezaron a manifestar en todo el territorio Colombiano. Está claro que Carlos no solo hizo una descripción detallada de la forma de pensar de una época que estaba sufriendo una transformación, sino que además de esto tiene en cuenta todas las contradicciones a las que se tenían que enfrentar. En sus ensayos le da una gran importancia a estos aspectos y los plantea como un medio esencial para entender las circunstancias del presente. Es importante también entender que sus escritos no son más que una invitación a hacer una retrospectiva, a reconstruir los cimientos del pasado y desde ahí construir nuestro presente. Nuestros antepasados miraban a su entorno frente a frente y nosotros lo hacemos a través de sus ojos.
Una de las principales preocupaciones de Carlos es que aunque es evidente que las nuevas generaciones quieren tener filosofías fruto de su propia visión y no en vano nos dice que “Estamos tan lejos del pasado, que nos sentimos en ocasiones tentados a no reconocerlo como capítulo inicial de nuestra propia biografía”, tenemos que tener presente que estamos cobijados por las tradiciones, la corriente de las mentalidades de antaño aún nos circundan y atraviesan debido a que viajamos a tientas entre los huesos resecos del pasado.

Desconfiamos a veces de nuestra afinidad con la cultura, la mayor parte del tiempo porque desconocemos nuestra relación con ella. La cultura en el mejor de los casos puede ser una de las mayores fuentes de revelación poética y aún más de transformación interior, que permita la autodeterminación y al mismo tiempo la correlación con las diversas interacciones de la realidad circundante, a un nivel tanto estético como moral.

Sin embargo es de vital importancia reconocer la dependencia empírica de la cultura con el pasado, uno que por lo menos para Colombia es bastante cuestionable. Si no valoramos este principio, se puede perder la autonomía que se requiere para fundamentar una cultura regeneradora. Es a través de la cultura que Carlos nos invita a reconocer que ciertos cambios no son solo deseables sino posibles y aún más urgentes, pero sin el reconocimiento de la decadencia, la desarticulación y la frustración con la que nuestro territorio fue conquistado y sabiendo que tales rasgos culminantes aún siguen anidados en el espíritu de nuestra política y diario vivir, es imposible concebir una transformación que parezca decidida de antemano y no solo como una simple manifestación igual de decadente, desarticulada y frustrada.

Desde sus primeras obras se evidencia que ha desarrollado exhaustivamente sus habilidades innatas para observar y organizar: La belleza y simplicidad con la que escribe cada uno de sus libros es prueba de su talento y de esta manera, casi sin advertirlo, pasando de la poesía a la política y de ésta a la investigación de los fenómenos provinciales, como en un eterno retorno viaja hasta la filosofía donde finalmente presenta el efecto moral y estético de sus investigaciones. La teoría de la metamorfosis antioqueña, en particular, ha sufrido mucho y su desarrollo se ha visto retardado incalculablemente al haber sido con frecuencia, relacionada con un simple síntoma de la violencia naciente, a pesar de que esta particular transformación de todo un territorio, en estricto rigor, puede ser abordada como un fenómeno mucho más amplio.

En lo que respecta a Antioquia, sus calles, casas, montañas, personas, Carlos se resistió desde un principio a aceptar definiciones objetivas pero impersonales que se encuentran en hojas marchitas de papel. La mayoría de esas explicaciones objetivas de los documentos de época, dejan fuera de consideración precisamente lo que es esencial para la historia: La cualidad especifica de la transición de intimidades para las personas, para el observador que las describe y finalmente, la razón viva entre el ojo del observador y su propio sentir.

En contraposición a la historia tradicional, Carlos se propuso el desarrollo de una historia viva, una historia de la experiencia, absolutamente dependiente del contacto con imágenes de muchas expresiones pero sobre todo de las evocaciones y observaciones. Principalmente en sus ensayos, se aventura en el análisis del aspecto, podríamos decir “sensible-moral” de su mundo lindante, haciendo referencia a la materialidad del escenario y la naturaleza inmaterial del interior de aquellos que lo habitan. Esta organización moral de las transformaciones supone centrarse en las personas, en un nivel superior de lo sensible y lo simbólico, del uso de la identidad como recurso estético.

En el caso de Carlos estamos frente a un solitario, ya que cuesta encauzarlo en alguna corriente, asignarle cómodamente el lugar que le corresponda: fue político, abogado, escritor, poeta, filósofo, geógrafo del pasado e incluso un “pequeño visionario”. Sus palabras tienen una doble naturaleza: Son un informe de lo que fue aconteciendo durante sus incursiones políticas y por otro, un camino que conduce a su propia interioridad que termina siendo la de todos aquellos que compartimos una patria que poco a poco fue perdiendo su identidad. Lo cierto es que Carlos describe en un lenguaje deliberadamente poético y literario una cantidad enorme de conceptos y procesos que las ciencias políticas conocen y explican con su propio
vocabulario sofisticado, en otras palabras, él escribió la misma verdad que ya se había escuchado antes, pero la suya es percibida con la sabiduría de la observación y los sentidos. Su trabajo fue uno de los más nítidos y desconocidos en la historia de este país: Describir literaria y de vez en vez poéticamente la ortodoxia convencional, la falta de una consistencia interna y lo que eso conlleva: enajenación y despersonalización nacional.

Sus palabras no son más que una forma de trascender la superficie del “fenómeno antioqueño”, una forma de penetrar en la intimidad aparente del pensamiento, de las costumbres e incluso del territorio; Carlos es más como un historiador que está dispuesto a ir más lejos. La contrariedad de escribir historia radica en una especie de privación sensorial, un anestésico que evita que se sienta plenamente la intensidad de los acontecimientos, sin embargo, si nos adentramos en las reflexiones de Carlos, éstas nos permitirán sentir la esencia de su época, de las salvajes transmutaciones por las que tuvo que pasar la identidad del territorio. Lo cierto es que su obra establece una manifestación concreta y lógica como consecuencia de una serie de nociones y actitudes éticas incuestionables.

Liberado de la dictadura de las concepciones ajenas y del peso de los “vicios de la cultura tradicional”, uno es capaz de percibir que Carlos se encontraba en un estado de atención máxima en el que todo era una gran fuente de interés. Sus reflexiones son un “viaje a pie” por los senderos del pensamiento y la observación, y en el lento camino que emprendemos cuando ojeamos sus páginas comprendemos las terribles contradicciones de la vida social y política. En sus palabras hay un acto revolucionario constante, desde sus primeros libros, con una desarrollada sustancia literaria y con una de las descripciones más bellas y reales de la teoría de la realidad Antioqueña, su ideología política queda perfectamente al descubierto, su talante humanista y estoica – por etiquetarlo de alguna manera ya que un hombre como él resulta inclasificable – su talante literaria resulta de una extraordinaria universalidad.

Carlos construye una obra ensayística de tremenda significancia, con el manejo natural de las palabras, muy característico suyo, para comprender con más claridad unas instancias muy particulares de la vida y la política antioqueña. Lo definitivamente trascendente de su conocimiento es que su punto de partida es el contexto geográfico y social particular y termina convirtiéndose en una preocupación universal, a la luz de la cual se puede comprender cualquier fenómeno de la vida Colombiana ya que aquello marginal de entonces lo sigue siendo ahora, que aquella sociedad de entonces poco o mucho sigue siendo la de ahora, que las personas de allí las tenemos aquí, que los cambios tan enormes que se anticipaban siguen
en buena medida sin realizarse.

El estudio fenomenológico que desarrolla Carlos se puede interpretar más como el anhelo de transmitir una enseñanza del transcurrir de la vida de aquel entonces, siempre enfocado en la experiencia directa de los fenómenos sensibles. Sus palabras actúan como mediadoras, son un instrumento para la percepción: Sus ensayos nos permiten descifrar las características de su época tal como un prisma nos permite ahondar en las particularidades de la luz y de esta forma nos da la posibilidad de estar unos grados más cerca de entender los cambios y efectos de la transición abrupta que vivió el país justamente en una época con una falta de proyección evidente. El debate entre literatura y política ha estado históricamente marcado por su separación entre lo perceptivo y lo exacto. Mientras que las formas literarias han estado vinculadas a la expresión de lo visceral y lo sensible, la política por su lado se ha enmarcado en el estudio teórico de la organización social.

Se puede decir que en este sentido, Carlos creó un vínculo estrecho entre el arte y la ciencia, ya que apasionadamente esclareció los rincones más siniestros de la sociedad y la política.

En cuanto a su búsqueda literaria y artística, nos deja un claro mapa sentimental de sus aspiraciones y sobre todo de las personas que por medio de su escritura, poesía o pintura lo dejaron cautivado, autores específicamente que en sus palabras o pensamientos tienen una relación con él. Es común encontrar entre sus ensayos una descripción íntima, poética y sencilla de los rasgos físicos, hábitos, sueños, pasiones y miedos que algunos Antioqueños se esforzaron por plasmar en sus obras de arte. Lo suyo es un buceo profundo por el arte costumbrista tan indiscutible en esta región. A raíz de esto, nos preguntamos ¿Por qué leemos lo que leemos? ¿Por qué escribimos lo que escribimos? ¿Cuáles son las características definitivas que escogemos para determinar que una obra de arte nos cautiva? O como decía Peréc “¿Sabemos ver lo que es importante?” Hay una buena cantidad de ensayos sobre algunos creadores en los cuales Carlos reconoce que por medio de sus obras se puede aprehender una verdad que muchas veces se muestra esquiva o borrosa sobre la realidad. Se nota en sus escritos una profunda admiración por la forma en que ellos modelaban la línea de fuga: La literatura y la pintura como actividad reconocedora que precisa la energía de secuencias vecinas o más precisamente la biografía de un territorio, un compendio de obras que retratan las vidas nada extraordinarias de los pueblos de la región pero que a través de ellas se logra precisamente el desciframiento del entorno visible, pues para Carlos el entendimiento de la interioridad de los Antioqueños tenía más de inquietante y atractivo que cualquier metáfora.

Para hablar de un territorio, para medir lo histórico y lo realmente significativo y revelador en ello, debemos tener presente lo más esencial: Lo que ocurre cada día, lo cotidiano en lo que nos reflejamos, lo evidente que nos representa, interrogar lo habitual con todas sus costumbres y condicionamientos, es esto finalmente lo que funda “nuestra propia antropología”. Lo que es de admirar en todos estos creadores costumbristas es su respuesta clara y sincera al interrogante por lo que pasaba entonces, examinar todas las raíces en las cuales están fundadas nuestras creencias sobre las cuales funcionan nuestros pueblos y nuestra cultura.

Los libros de Carlos nos ofrecen la posibilidad de una lectura lenta y detallada de todo lo que lo rodeaba y al mismo tiempo nos permite reconocer que aquellos autores son un puente a la observación doméstica, a la meditación sobre su tiempo y los espacios que habitaban, una meditación íntima para recordar nuestra propia historia y su lugar en el mundo, percibir con mayor profundidad la materialidad de la memoria y descifrar su potencia artística. Es también importante entender que esta admiración por los escritores costumbristas se puede representar como el miedo a la desaparición, sus libros son un acto de protección, preservar aquello que inevitablemente se perderá sin notarlo: la simple existencia de nuestro pasado, la sustancia de nuestra cultura, la esencia de nuestra idiosincrasia.

La placentera sensación que transmiten los libros de Carlos, perdura debido al estrecho vínculo que existe entre sus meditaciones estoicas y sus motivos filosóficos y políticos. La simplicidad de su carácter, el amor a la verdad y la justicia y su anhelo de comunicarla y defenderla es lo que hace que cada uno de sus pensamientos sea trazado con el símbolo apropiado. Es encantador recorrer sus palabras desde el punto de vista literario y poético y al mismo tiempo reconocer un defensor acérrimo de los derechos naturales en plena efervescencia radical. Una representación autentica de reivindicación de aspectos creativos, una lucha decidida por reivindicar los derechos inalienables de los colombianos, una causa que creemos perdida, pero no por pérdida menos justa.

Los libros de Carlos Jiménez son un documento de una época siniestra y castigada como la dimensión en la que estaba atrapada, eso no significa que la atmosfera de sus contemplaciones carezca de grandeza o belleza, incluso sus momentos más débiles en su quehacer político son barridos por la grandeza de la obra en su conjunto. Su gran estatura moral se abala por la belleza del texto mismo. En sus palabras no solo se reconoce la claridad de sus percepciones sino que además se reconocen todos los desconciertos por los que tuvo que pasar: Las decepciones, la lucha contra grandes ímpetus indiferentes, los pequeños caminos fatigosos, tortuosos y estrechos, los triunfos lentos y difíciles, todo recorrido con su original imaginación y su característica inteligencia matizada y diversa. Fue precisamente esto lo que le permitió trastocar bruscamente las costumbres primitivas que empezaron a establecerse en el país. Sin embargo, al igual que las grandes voluntades contra fuerzas imparables, permaneció intangible.
No obstante, Si el mundo es justo, se mantendrá.

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