Por: Juan José Rendón*
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.
José Lezama Lima.
Sobre el tokonoma interior de la casa antes de finalizar la cuadra, Eliecer observa su rostro y sonríe al espejo para empezar su día. En el tokonoma también se ponen las vidas que fueron y serán, y de vez en cuando, se aguarda en silencio con la visita, mientras la familia sirve temprano el aguapanela antes de salir de la casa.
Se conoce su maestranza en las artes del obrerismo; había salido a los diez años de Sevilla-Valle en busca de una aventura infantil que lo condenó al peregrinaje eterno, allá en la mitad del siglo XX. Es conocido en el barrio por ser puntual en sus entregas y hacer cualquier trabajo para mantener las casas en buenas condiciones. Pasó largos años buscando un destino antes de terminar en la casa de Santa Rivera, y mirarse puntual y sagradamente a las 06:23, a las 11:57 y a las 23 con 43.
En horarios distintos marchan por las escaleras del segundo piso los 4 hijos de Eliecer, cada uno con dos años de diferencia y caminos alternos en nuestra historia. Acostumbra a ser el último en bajar, después de darle desayuno a todos y llevar al jardín en su bicicleta del 86, puntual y sagradamente, al niño de la casa.
Una buena palada debe empezar de abajo hacia arriba, de una manera suave y consistente con la arena, ¿Entendió, Gustavo? No me pregunte por qué, no hay una explicación alguna, es experiencia. Eso le puedo decir. Alguna vez se acordará de la técnica, un centímetro de más en la medida de la madera, un punto mal puesto en la soldadura y un brochazo sin constancia, marcan cualquier cosa. Cada uno tiene su figura y su sentido, de eso depende el pago, mijo.
Eliecer pedaleda por la avenida principal, imagina cómo sería su vida si no hubiera viajado en mula por Ecuador: allá conoció a Rosa, de ella guarda una foto mal revelada y un amor joven; recuerda, mientras pasa el olor a gasolina que dejó el bus, el momento en que abandonó su casa de la infancia, los pastizales de maíz de Sevilla-Valle, el Don que lo arrimó en un camión a una avenida parecida a esta en la cual se volvió hombre, y cuando entró por primera vez en esa selva. Llegan nostalgias de la barba larga y ancha, característica de la moda en su momento, y la música protesta, pero sobre todo, las baladas, todos los días las baladas. También, el viaje iniciático hacia el camino religioso, practicando el gnosticismo como forma de supervivencia y manera aporética de vida. Pedaleda más rápido sintiendo la brisa en sus ojos cada vez más cansados, y recibe la pendiente para poner a prueba sus reflejos.
Vea mijo, cuando sea grande va a entender esto, y más, no busque nada. Mire para allá, mirá bien: todo lo que puedan contemplar tus ojos, lo que pueda abarcar tu mirada en cualquiera de esas direcciones, e incluso más allá. Toda esa inmensidad fue de tu tatarabuelo Juan Santiago, el pasó aquí los días más tristes de su vida, confinado a vivir en soledad, rodeado de vacas, pájaros, caballos, servidumbre y toda su familia. Condenado a vivir en este vasto paraíso por cárcel, pero no te preocupés, no siempre fue triste, mi papá de corazón grande me encomendó la tarea de dividir esta inmensidad en pequeñas haciendas de miles de hectáreas para que así, cuando nos llegue el momento a la gente berraca y de bien como tú o como yo, podamos pasar nuestros días tristes encerrados en compañía, rodeados de naturaleza, ríos, animales, una amplia zona social y toda nuestra familia. Mirá ahí, a la izquierda, bien a la izquierda, a la derecha no a la izquierda, ahí.
Cada tanto, cada Domingo, Eliecer solía darle palabras de largo aliento al niño de la casa. Daban una vuelta larga por la galería del centro, presentaba a sus amigos de la calle y montaba largas horas al niño en la parrilla de su bicicleta del 86. Sus amigos callejeros, decía, eran unas tumbas y en nadie más confiaba. Caminaban cogidos de la mano entre vendedores ambulantes, calles tetiadas de basura, sus amigos sentados en alguna esquina manipulando el aluminio, sus largas zancadas, las anécdotas del ayer y sus cantos de boleros desprevenidos. Pedaleaban largas horas para volver a casa, en esos instantes sentía el pasar de pitos y carros, la última despedida de Margarita, su rostro y sus gestos, las fotografías que guardaba en el baúl de la pieza al lado del líquido que se echa en el cuerpo antes de dormir, dice que sin eso no descansa. Junto al despliegue de luces urbanas y calles largas, pedaleaba y volvía a la primera vez que Juan Santiago le habló de construir un segundo piso. Mirá ahí, arriba, esa va a ser tu casa, mijo, y la de tus hijos. Se preguntaba sobre las goteras que nunca pudo solucionar, la primera vez que le contaron del niño, el día que Jorge se cayó en la bicicleta saltando en el Guabal y se abrió el pecho, la primera vez que conoció al marido eterno de Eliana, la del medio. Llegaba al billar sin poder contestar cuándo iba a llegar el momento de despedir a Carolina, la del niño. Y tomaba unas cuantas cervezas y ron, siempre ron. Te acordás cuando nos sacaron los chiros a la calle, me había casado pensando en un futuro con mi esposa, unos niños corriendo en el patio, y en hacer un asado de bienvenida, sí, soñaba con ese día. Cuando nos desalojaron por falsificación de papeles fue el día más triste, claro, es que mi papá nunca dejó listo eso, y mis hermanos, que no lo son, me traicionaron, me vaciaron, a mí y a nuestra mi familia, esa casa es mi herencia. Mira para allá, mirá bien: todo lo que puedan contemplar tus ojos, lo que pueda abarcar tu mirada en cualquiera de esas direcciones, e incluso más allá. Toda esa inmensidad fue de nosotros.
Sobre el tokonoma interior de la casa antes de finalizar la cuadra, Eliecer observa, como todos los días, su rostro y sonríe al espejo para empezar su día. En el tokonoma también se ponen las caras que fueron, son y serán, y de vez en cuando, se aguarda en silencio con la visita, mientras la familia desayuna las macitas fritas antes de salir de la casa.
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*Ganador XI Premio de Cuento Página en Blanco (jóvenes) del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral (Programa Municipal de Estímulos 2024, modalidad Premios y Reconocimientos Literarios). Es estudiante de Sociología en la Universidad de Antioquia y próximo a graduarse de Estudios Literarios de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es Gestor Cultural del municipio de Rionegro y co-fundador del colectivo mythos, en el cual ha desarrollado diferentes proyectos sociales y artísticos. Ha publicado en revistas como Enfoque de Oriente, Revista Oropel de Chile y la revista El Gesto Noble (2023-2024); también ha participado en exposiciones colectivas como las “Hojas del Viento” en el Palacio de Bellas Artes-Medellín, 2022; recitando poemas en el Festival del Libro Apalabrar, 2022; exponiendo en la Corporación Otra Parte de Medellín en “El Mapa de los Objetos Perdidos” y en el podcast del Jardín Botánico “Tertulias Botánicas”, 2022.