Por: Juan Manuel Vásquez Vivas, equipo de comunicaciones Instituto de Cultura.
A mediados de septiembre de 2023, Hellman Pardo, Andrés Vásquez y Lucía Estrada —jurados del XII Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango—daban firma al acta de premiación en la que se determinaba que, tras la detenida lectura de las casi cuarenta obras finalistas, la titulada Caramanta era merecedora de la consecución de la presente edición del concurso. Según el acta, el libro firmado bajo el pseudónimo de Odysseas evidenciaba el oficio de un poeta y reflejaba la casa como un lugar en que la epifanía de la palabra sucedía. En él coincidían la luz y la sombra, las pérdidas y los hallazgos, el asombro y la incertidumbre, la cohesión, el ritmo, el tono y la atmósfera.
La fascinación frente a los méritos estéticos del volumen ganador se revistió de interés cuando se supo, finalmente, que el heterónimo correspondía a Robinson Quintero Ossa. Tras haber estudiado Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Externado de Colombia, el escritor había publicado desde 1994 una sucesión de notables obras literarias que lo habían situado lenta pero irreprochablemente en el panorama de la literatura nacional como una de sus voces más vigorosas. Este trasegar en el que Robinson había cultivado los géneros de la poesía, la lúdica, el ensayo y la investigación literaria encontraba un nuevo hito ocho meses después de la publicación del acta, en la ceremonia de publicación que tuvo lugar en la sala de teatro Montañas del Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral.
En esta conversación con el también poeta Luis Germán Sierra, Robinson habló del lento caminar en el proceso de escritura de su poemario, de las calladas obsesiones que lo habían alimentado y de la búsqueda de ese estilo que, sin nostalgia, le permitiera hacer de la infancia una experiencia vital que ocurre en un presente inagotable. A pesar de que, como es natural, algunos de los interrogantes arrojados por el autor y su contertulio durante la charla adquirirán pleno sentido para los lectores con el paso del tiempo, la amistad entre Robinson y Luis Germán propició una noche en la que los ecos de la lluvia, la casa y la cotidiana extrañeza resonaron en la palabra de la misma forma en que lo han hecho en la literatura escrita por ambos.
Ya con el libro entre las manos del público, la velada acogió la lectura de algunos de los poemas publicados, unos por petición del recinto y otros por criterio del autor. Un especial sobrecogimiento invadió la sala cuando la voz de Robinson leyó las últimas líneas de Desvelo y de La mesa, con el mismo tono melódico y grave con que además se consagra a otro de sus amores: el tango. En la prosa poética de los dos escritos confluye el vértigo de la existencia, en uno desde la prefiguración de la ausencia y la violencia, en el otro por el duende que visita la percepción infantil.
Caramanta es mucho más que un poemario costumbrista. Sus lectores y lectoras asisten a la consolidación, por medio de las letras, de aquel espacio mítico del que provendría toda la literatura posterior de Robinson. Por sus páginas desfilan el sueño de la casa, la primera turbación del deseo, los abismos ascendentes, la descomposición de los cuerpos hallados junto al camino. Caramanta no es tan solo aquel municipio de calles escarpadas, madrugadas gélidas y montañas prodigiosas; quien intente encontrar en aquel espacio cartográfico las percepciones que fantasean en la voz lírica del libro estará, pues, cometiendo el mismo error de aquel que busca en Aracataca la desmesura mítica de Macondo, en Jericó al Balandú de Mejía Vallejo, o en San Gabriel a la espectral Comala en que Juan Rulfo vio sus primeros años.
Entre las verdes páginas del decimosegundo Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango se esconde la canora Caramanta, aquella a la que Robinson homenajeó en La máquina de cantar (2015). Este libro de escritura lúdica y vivaz es “una réplica del cuaderno de pasatiempos del profesor Rubén Quirogas”, el maestro que insufló la sed por la palabra en los tiempos de educación juvenil del poeta. En el capítulo titulado Diccionario de palabras imaginarias, “Taramanta” es definida hipotéticamente como “un pueblo en la montaña”, como “un viento fuerte que viene del Suroeste”, como “un lugar en la lejanía del Universo”. Y es que, si bien el pueblo estuvo presente desde el primer tomo publicado por Robinson Quintero Ossa, quizá no sería hasta La máquina que su nombre quedaría indefectiblemente ligado a la presencia universal de aquellos pueblos desconocidos, silenciosamente arropados en los meandros de las montañas o los ríos; aquellos en los que, como en Caramanta o en El Carmen de Viboral, la literatura extiende todavía las alas de su sueño.