¿Para qué ser normales si tenemos el punk?

Por: Juan José Ossa Zuluaga. Miembro de la Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral. 

Fotografia: Alejandra Londoño.

Isabel II.

“Dios salve a la reina, el régimen fascista te ha convertido en un imbécil, una bomba de hidrógeno en potencia” (“God saves the queen, the fascist regime made yo a moron, pothential h-bomb”) Así empieza una de las canciones más insignes del punk. Una canción que trasgrede la figura del líder del Estado británico, ese ser endiosado que se representa como una mujer de hierro, un símbolo nacional que es desdibujado a cada estrofa y que encarna una forma de gobierno que para muchas personas es obsoleta en la sociedad actual, la monarquía.

Esta canción de Sex Pistols que hace una parodia al himno británico, esa misma que fue censurada por la BBC y por la que fueron arrestados el siete de junio de 1977 cuando la tocaron sobre un bote en el rio Támesis mientras navegaban frente al parlamento de este país. God saves the queen se ha convertido en una de las joyas de la corona, si se me permite la ironía, del Punk, no solo por su letra, sino por lo que personifica el género.

Una vez hablaba con un amigo en una noche de esas donde una acera, unos rones y la música del celular (en ese momento sonaba la canción “la solución final”) eran la mejor compañía para pasar el rato:

– Parce la Poya Records es la propia puñalada al sistema.

Hoy, sentado en el patio del Instituto de Cultura en el Víboral Rock, en el auge del concierto puedo decir:

– Guti, parcero, no es solo La Poya. El punk como música, como letras y como forma de expresión artística es “la propia puñalada al sistema.” Transgrede, hace crítica social, se burla de los horrores de la guerra, de la corrupción, de la religión e incluso de la institucionalidad que puso la tarima en la que se está tocando en el preciso momento. El punk es todo esto. Pero sobre todo, es una fiesta donde se pogea y se escupen verdades dolorosas a la cara con una sonrisa dibujada en el rostro.
Puede sonar extraño, pero es así, o por lo menos así lo siento. Y recuerdo las palabras que le escuche decir en un taller al cronista Alberto Salcedo Ramos “en el Caribe se lloran las tragedias dos semanas y a la tercera se les pone maracas de fondo”. Con el Punk pasa algo similar.

La fiesta.

Son las 6 de la tarde y toca Eskizofrenia. El vestuario de la banda se asemeja a Havey ‘Dos Caras’, pero en este caso es todo su cuerpo el que se divide en dos. Un lado tiene un traje, mocasines, pantalón de dril, camisa, chaqueta tipo blazer y corbata, mientras la otra mitad del cuerpo está desnuda, cubierta apenas por un pañal de tela. Sus rostros también se encuentran divididos, la parte del traje es verde, tan verde como los billetes del Tío Rico (versión criolla de Monopoly) que tuve cuando niño. Su vestuario y sus letras son la eterna dicotomía entre el rico y el pobre.

El patio del Instituto apenas se está llenando de gente, pero eso no evita que los pocos que se encuentran al frente hagan un pogo frenético al ritmo de la desigualdad social.

El pogo solo se detiene entre canciones y crece a medida que el sol muere. Hace tres horas inició el concierto y la noche de hoy no se parece a la de días anteriores, el cielo está claro y la única lluvia que cae es en forma de crítica social.

Sobre el escenario Fredy Cardona, el vocalista de Censura, se pone unas gafas bifocales de color verde fosforescente que mantiene colgadas sobre su cuello con un cordón para leer el orden de las canciones que han dispuesto para el toque. Su vista no es igual a la que tuvo en los inicios de la banda hace casi treinta años. El cuerpo envejece, pero la actitud no, el mensaje es directo y la censura está solo en el nombre.

En el público alguien pide insistentemente una canción:

– ¡LATINOAMERICAAAAA! Toquen LATINOAMERICAAAA.
– No papito, todavía no. – Le espeta Fredy.

Los asistentes lanzan una carcajada. En el punk el público es importante pero no tiene la última palabra, total lo que importa es decir lo que se piensa así no sea agradable para quien lo escucha.

Dejando de lado los lentes bifocales de Censura, en el patio la gente se ríe, canta y comparte con los amigos. La noche esta fría pero a nadie le importa, el calor del concierto los arropa a todos.

Verdades incómodas.

Esta mañana, antes de que iniciara el festival, llegó Andrés, un compañero de la sala de redacción visiblemente afectado, eran las diez de la mañana y acababan de asesinar en la esquina de su casa a alguien. ¿Quién es? No sabemos ¿por qué lo mataron?.

¿Por qué? Un reloj, un celular, un ajuste de cuentas, una denuncia pública, dijo algo que no debía o no podía o ¿tal vez era uno de tantos líderes sociales muertos? Esos que según el Gobierno no hacen parte de un plan de exterminio sistemático.

Después de mucho hablar del tema llegamos a la conclusión de que era irrelevante por qué, pues dar motivos era en cierto modo una justificación del hecho; simplemente no debía suceder. La verdad es que estamos tan acostumbrados a ver “muñecos tirados” que lo normalizamos.

Esta conversación me vuelve a la mente cuando en la tarima del Víboral Rock se ve una tela negra que cubre el escenario, letras escritas sobre esta “Orden Kaótico”. Mientras en los parlantes del festival se escucha “El estado dijo que no protegerá a estas personas y anunció la constitución de redes de informantes paramilitares (…), los anuncios de fraude electoral en las pasadas elecciones tampoco serán investigados (…), Ante esta burla a los acuerdos de paz y el Estado de derecho, Colombia Humana estará en la Corte Penal Internacional y buscar en las instancias internacionales la justicia que no se encuentra en Colombia.”

Cae el telón y aparece la banda. El vocalista está cubierto de sangre y todo parece indicar que ha recibido un balazo en la cabeza, el orificio de entrada del proyectil es visible. El muerto revive, pues todo es obra de un trabajo de maquillaje hiperrealista y comienza la función. “Vivimos en un orden caótico y nos están matando” dice Lázaro resucitado. El público se ha convertido en una licuadora gigante que gira a máxima potencia al ritmo del bombo.

Entre canciones la crítica social, el sarcasmo y la ironía se hace visible, “Gracias a la policía por el buen manejo”, “la religión nos ha dejado mucho, por ejemplo nos enseña a ser sumisos”, “todos somos iguales, no importa si es metalero, punkero o tombo.” Dice, mientras a mi lado un desconocido se ríe frenéticamente.

– Este parcero sí las está tirando muy melas. – dice.

Le respondo con una sonrisa de complicidad, mientras tanto en el escenario y sin pelos en la lengua se hace evidente la postura política (y no hablo de partidos y sectas) de la banda. Pienso en el muerto de las 10 am y en el muerto que revivió en la tarima, pues en cierto modo me preocupo por él, lo que dice y la forma en que lo dice puede ponerlo en peligro.

¡Pero hoy no! Hoy todo es puesta en escena, alguna vez el dramaturgo Inglés Oscar Wilde decía “La vida es como un teatro pero tiene un reparto deplorable”. El punk en medio de ese teatro, lleno de políticos inútiles, de corrupción y de tragedias peores que las griegas es una ventana a la cordura.

El dramaturgo hoy está protegido por el escenario, por la música, por la licuadora humana que es el pogo. (De mi transe me saca mi amigo Julián.)

– Juanjo, en el camerino están los de DESADAPTADOZ, para que les hagás las preguntas antes de que empiecen a tocar.

Entramos a la carpa contigua al escenario. En una esquina, sentado en una silla Rimax está Carlos Bravo “Caliche” el baterista, con un Pad de entrenamiento practicando redobles, dice que le gusta entrar “caliente al escenario”, mientras tanto Ángela Torres la vocalista hace estiramientos, pone sus rodillas rígidas y se toca las plantas de los pies en repetidas ocasiones como una gimnasta lista para entrar en escena. Nelson Álvarez, el bajista, está acostado sin camisa sobre el césped sintético y Johnny Guerrero el guitarrista carga un artefacto extraño, que hasta ese momento creí que hacía parte de la escenografía, un cilindro de metal, semejante a un tanque de oxígeno pequeño, está unido a otro más grande por una manguera. Un segundo tubo sale a su vez del cilindro más grande, este termina en un grifo. Pide un vaso, lo acerca a la boquilla de la que sale cerveza, me da el vaso.

– Está muy rica, le digo.

Él me cuenta que la hace y que ha ganado varios premios internacionales con ella.

La hora del concierto se acerca, ellos se reúnen y se abrazan, me despido de ellos, Caliche se me acerca, me da la mano y yo lanzo la pregunta por la que fui allí.

– ¿Es difícil hacer de las verdades incomodas y las injusticias sociales una fiesta a través de la música?

Me mira y se ríe:
– Sí es difícil, pero toca hacerlo.

Sube las escaleras al escenario, la función apenas comienza.

 

 

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