Ríos de memoria: desfile de comparsas del FIT El Gesto Noble

 

«Habré emprendido el camino
hacia el lugar donde vida y espíritu
por fin sean para siempre
un solo cuerpo».

Hugo Jamioy

 

Sobre el escenario resonaban los últimos compases de «Lluvia con nieve». Parecía mentira que apenas unas horas atrás los vientos que ahora rugían aquel mambo furioso acompañaran dócilmente la procesión de la Virgen de El Carmen. Entonces, esos mismos instrumentos de bronce avanzaban por las calles del pueblo con la cadencia de una marcha solemne, mientras el sol les arrancaba un último destello, como si con él despidieran a la mañana y a las estatuillas de los santos, y saludaran al carnaval. Horas antes, cuando lejos estaba la noche, los hombres que se persignaban al paso de las andas parecían otros hombres, otras sus músicas, otras sus costumbres. Los músicos apenas se atrevían a mirar por el rabillo del ojo a las mujeres con sus velos de encaje. Nada había en su caminar de las formas del baile o del rito que daba inicio.

Se trataba de un comienzo atípico, porque en realidad semanas antes las calles del pueblo ya escuchaban la promesa del Festival. Días atrás se había tapizado el Instituto de afiches monocromos, la exposición central de El Gesto Noble había acogido una fuente con nombre propio, se había impartido el taller central y las obras de la muestra, La Candelaria y la Compañía Carlos Bolívar habían abarrotado las salas, como lo harían muchas otras en los siguientes días. Podría decirse que el curso del desfile no nacía con la tarde del domingo, acaso ni siquiera con las primeras reuniones que fraguaron el repertorio de la exposición, las obras, los foros o los conciertos. El desfile de comparsas se ha hecho una costumbre del espíritu colectivo de esas personas que cargan sus sillas a la vera de las calles, de quienes se atavían de pinturas y mascarones para parir animales de fantasía; del espíritu de todos aquellos cuerpos que siguen a la última comparsa en la cola del desfile, como quien busca una sala en penumbra para apaciguar sus angustias.

Las notas resonaban aún sobre el escenario del parque y por sus cuatro esquinas se desbordaban las aguas de la música y la memoria: el repiqueteo de campanas y cencerros recordaba la caravana de bicicletas antiguas que abrió el desfile; los muros de la iglesia, la alcaldía, los bares y las casas, a las fachadas que parapetadas en rodillos encerraron a alcaldes festivos, sacerdotes bailarines y viudas de falaces duelos; la danza silenciosa de una mujer junto a su hermano, a la de mimos a los que nunca podría reprochárseles una palabra dicha de más. Cada recodo del concierto sugería un eco de lo que había sido el Festival en su treintena de versiones, con sus decenas de desfiles y su infinidad de ovaciones.

Y no era, sin embargo, el festival el que se estremecía con los últimos compases de «Lluvia con nieve», eran los cuerpos, las espirales del baile, su tacto, los recuerdos, el río convulso de la memoria de quienes se preguntaban en qué momento pasaron veinte años desde que clavamos el último madero para inaugurar la Sala Montañas. Tanto teatro y tan fugaz el tiempo. Parecía tan cercana la perplejidad de ver a La Candelaria de Santiago García, Patricia Ariza y Policarpo Forero aterrizar en el pueblo por primera vez, ver «El paso o parábola del camino», ver «Salida al sol, camino a la paz», y dos décadas después, con la imagen de Santiago García, remontando el río de la memoria, ver en «Soma Mnemosine» el milagro de una actuación con la que regresaba del otro lado. «Un muerto no se ahoga dos veces en el mismo río», se oye decir durante la obra, pero tú, Santiago, te sumerges una y otra vez en el mismo río: el teatro es tu Estigio.

Acaso lo que agolpaba los cuerpos, durante la noche del domingo, en la fundación del Festival, era menos la sed de fiesta que esa voluntad de vida; la certidumbre de que las artes vivas también son visitadas por los espectros de nuestra memoria, de esa historia de la que, somos parte cada día, un poco más.

Artículo escrito por: Juan Manuel Vásquez Vivas – Filólogo hispanista y apoyo comunicativo del FIT El Gesto Noble.

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