Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Maestros de obra
Fotografía: Alejandra Londoño- Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Pocas personas, si tenemos en cuenta el abarrotamiento fantástico que sucede alrededor de los demás eventos del festival, llegan día a día a las sesiones de Maestros de Obra. Sin embargo, este no es un acontecimiento menor: la conversación que ha suscitado el espacio se ha convertido en una especie de crisol donde los directores, los actores y el público se unen en un intercambio fecundo. En esta versión de El Gesto Noble, invitados por la reflexión sobre el tema “Teatro, Memoria y Festival”, los participantes han convertido el evento en una especie de memoria viva de todos los años del Festival. Aquí algunas impresiones.
I. Kamber explicó, al inicio de una de las funciones, que El Gesto Noble había nacido en una de las épocas más crueles de la violencia en El Carmen de Viboral. El festival, así, había sido una voz de la vitalidad artística que se alzaba en medio de la muerte: que la muerte fratricida solo ocurriera en la ficción del escenario teatral y no en el escenario de la vida social. Pero, aun cuando ha ocurrido la tragedia, el teatro es uno de los lugares que permiten recuperar la memoria. Carlos Jiménez (Nemcatacoa Teatro) y Jorge Orozco (Compañía de Danza Tierra de Leyendas), reflexionando sobre el contexto urbano y el contexto rural, respectivamente, asumieron este objeto en sus propuestas dramáticas; ellos también necesitaban reconstruir el relato de una época para recuperarla del dolor, y sobre todo del olvido: la peor forma que puede tomar la muerte. El Gesto Noble sigue siendo una cruzada contra el olvido.
II. Orlando Cajamarca, director de Esquina Latina, relató algunos momentos de su relación con El Gesto Noble y se refirió a los cambios que ha sufrido el Festival en sus distintas versiones. Su primer encuentro teatral con El Carmen se remonta a 1993. En esa época los pioneros del Festival, con más ánimos que recursos, habían emprendido una apuesta verdaderamente arriesgada: los artistas tenían que alojarse en la Casa Campesina o en casas de familia. Cajamarca recuerda que alguna vez una de las señoras encargadas de la alimentación, para quitarle la nata a su café con leche, simplemente había decidido soplarle dentro de la taza con los dos dientes que le quedaban. En otra ocasión, habían tenido que dormir (esto es mucho decir, contando con los vecinos) en un motel.
Esos momentos -que eran los pasos iniciales de una conquista– los recuerda con cariño. Ahora el Festival se ha consolidado como un ejemplo de organización y de dignificación del oficio, al que ese inicio precario le dio su fuego vital.
III. Sandra Zea, una amiga infaltable de El Gesto Noble, piensa que el sufrimiento se ha sobrevalorado como el sentimiento característico de quienes tienen alguna sensibilidad estética. Con su paso por el teatro ha intentado rescatar la alegría, la vitalidad, como una realidad esencial y, por tanto, como objeto de reflexión del teatro y de la vida misma. En el Festival encuentra la alegría de la cercanía, no solo porque a todos los acontecimientos del mismo se puede llegar caminando sino porque existe el trato entrañable de la gente, y esta cercanía justifica al teatro, que para ella no es otra cosa que el arte del vecino.