Anecdotario: Una puñalada al corazón

Escrito por: Alejandro Arcila, integrante de Opinión a la Plaza.

 Grupo de teatro Tercer Acto de Bogotá. Obra Puntos apartados, teatro de calle XXII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble  (17 de julio de 2017).

Fotografía: Alejandra Londoño.

Anecdotario: Una puñalada al corazón

Escrito por: Alejandro Arcila, integrante de Opinión a la Plaza.

Samuel Beckett es un autor imprescindible en el teatro, su carácter reservado y melancólico junto al profundo amor que sentía por la humanidad se alcanza a apreciar en sus obras pero se revela con mayor vigor en algunas anécdotas que se cuentan de él.

Por ejemplo los problemas que le causó haber recibido el Premio Nobel de Literatura en el 69. Viajaba con su amor de toda la vida, Suzanne Déchevaux, por Túnez y les anunciaron el premio. Inmediatamente decidió esconderse y desconectar el teléfono. Finalmente, de un modo cortés y humilde, aceptó el premio pero no recibió el dinero ni fue a la ceremonia. ¿Será por eso que su tumba está al lado de la de Sartre que rechazó el mismo premio cinco años antes?

Pero la gran anécdota, la que más me gusta de Beckett, la recordé ayer, mientras trabajábamos en la sala de redacción del Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble, la recordé porque entró Andrés Oquendo, que maneja las cámaras de Viboral Televisión, quejándose de un suceso harto particular, mientras hacía una toma en la calle un hombre saltó de un segundo piso y amenazó con golpearlo, sin ninguna razón aparente. A Beckett le sucedió que salía de ver La Gran Ilusión de Jean Renoir, en enero de 1938, discutía acalorada pero amistosamente con Alan y Belinda Duncan, les denunciaba que hacia el final de la película, Renoir manifestaba cierta simpatía con el nazismo y de repente un individuo se le acercó y le asestó dos puñaladas, una en el pecho otra en una pierna. El asaltante fue atrapado y se inició un proceso penal en su contra, pero a Beckett no le interesaban condenas, solo quería saber el porqué. Robert Jules Prudent, el cuchillero, le respondió algo que habría podido responder cualquier personaje becketiano “Je ne sais pas, monsieur. Je m’excuse”. Al final Beckett retiró los cargos contra Prudent, diciendo que habría que perdonarle, que lo había hecho sin ningún motivo y que, en medio de todo, le había parecido un gran tipo.

Se me ocurre otra cosa, lo perdonó porque esa lesión marcó definitivamente su vida: herido gravemente fue hospitalizado durante varios meses – La cuchillada le había rozado el corazón–, James Joyce le consiguió una habitación privada en un hospital de primera y allí fue que retomó una vieja amistad. Suzanne Déchevaux-Dumesnil comenzó a frecuentarlo en su convalecencia. Pronto, pronto, pronto, Suzanne se convertiría en el gran amor de su vida. ¿Cómo no perdonar al que lo lleva a uno al amor?

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