Por: Juan Manuel Vásquez Vivas, oficina de comunicaciones.
Tan solo un par de semanas después, por la misma calle por la que había desfilado el camión con la mudanza de Tespys, un grupo de personas empujaba un pizarrón negro. Como si no encontrara ya lugar entre los resquicios de lo que alguna vez había sido el Colegio Monseñor Ramón Arcila, el pizarrón había sido arrojado a las calles y ahora descendía poco a poco rumbo al parque principal, como en un rito a la vez mortuorio y festivo, por el camino que serpenteaba entre muros de loza, ojos curiosos y mosaicos. Una vez en las escalinatas que tantas veces han acogido al teatro callejero, pareció que el primero en observar el tablero era el cristo al que cada año durante la semana del Festival coronaban con la máscara de Talía y Melpómene para recibir la apertura del desfile de comparsas.
Más adelante, los dedos de un pequeño se acercaron a las tizas sobre el reborde del pizarrón, como tantos años atrás los de Carlos Mario Betancur —o Kamber— se acercaban a las hojas sueltas que, decoradas a mano, hablaban de un naciente festival de teatro conformado por un puñado de grupos, al que para asistir bastaba con disponer la mirada y llevar una butaca para sí mismo. Eran los años más duros del conflicto y el público respondió por primera vez con ese gesto noble de poblar los escenarios de sillas traídas de cada rincón del municipio. Fue a partir de 1999 que el Gesto se consolidó como un encuentro anual al que asistían grupos de todas las latitudes. Ahora, durante un sábado de mediados de junio, bajo un cielo que amenazaba lluvias y frente a la piel negra del pizarrón, los dedos del pequeño se decidían, finalmente, a preguntar: «¿Con qué palabra definirías El Gesto Noble?».
Las miradas de los transeúntes se detuvieron morosamente en la pregunta. Para unos cuantos el nombre del Festival Internacional de Teatro no traía a la memoria el estallido de las comparsas, las obras de teatro callejero o las presentaciones en sala, eso de gesto noble les sonaba a compasión, bondad y empatía. Otros, que en años anteriores habían tenido la posibilidad de asistir a los múltiples eventos de El Gesto, garabatearon en verdes, amarillos y rojos las palabras sorpresa, alegría, fiesta y vitalidad. Cada vez más personas se agolpaban en torno al mural transitorio, hasta que un hombre tomó una tiza de color pálido y escribió, mientras canturreaba un bambuco: «Jenialidad». Alguien le gritó desde lejos: «¿Genialidad con jota?, ¡pero si genialidad se escribe con ge!». El hombre volvió la mirada sin deshacer la sonrisa con la que había tarareado un bolero y respondió: «Pero es que el Gesto Noble, amigo, es una jenialidad con jota de jovialidad, de jolgorio y de júbilo».