EI club de la resistencia

 Por: Julián Acosta Gómez, miembro de Opinión a la Plaza, medio aliado del festival.

Fotografía: Fabian Rendón Morales

       El cielo estaba acosado por hendiduras de fuego que se ramificaban como las venas en las manos. Arriba, la noche era moldeada bajo un riguroso martillo; abajo la tierra bramaba cuando los saltos de todos se unieron en un solo baile. “La lluvia es una chica sin sentido del humor”, cantan Los PetitFellas. Esta noche se ha empeñado en disputarle la verdad al verso con la obstinación del cielo que se ha desangrado en el suelo carmelitano. La lluvia desciende y a quienes saben recibir su prodigio les crece la voluptuosidad: La lluvia es una chica tenaz que lanza su canto contra la tierra. En la piel de las mujeres se pronuncian las goteras con la efervescencia de las piedras de sol que guiaron a los vikingos en las borrascas de los mares nórdicos; en los hombres las ropas estragadas truenan contra el viento y las aguas para que la música no se duerma y pueda arder sobre las pieles. Hoy me importan menos las bandas que el poder mismo de la música: “Ser rockero y no ser revolucionario es una contradicción” me dice Nicolai, vocalista de Los PetitFellas momentos antes de comenzar su concierto. Estoy de acuerdo: en el país de pesadumbre, donde las balas llueven más que las aguas, una tormenta que agite el espíritu en un concierto de rock es una euforia conjurada por los caídos. A cada gota, una voz silenciada. A cada acorde, un saludo a las ánimas. Estoy de acuerdo: la música y la lluvia caen sobre el pueblo como una catarsis y donde otros ponen la zozobra El rock pone el baile: Bienvenidos al club de la resistencia.

Son las 9:00pm de la noche, sábado 2 de junio y Aterciopelados intenta encontrar un lugar en el escenario. Las aguas se abren paso entre los cuerpos y el destino del concierto es desconocido. Todos observan cómo la banda regresa al camerino. Las localidades y negocios que circundan el Parque Principal se atragantan con las multitudes. El Carmen de Viboral es un enjambre colapsado: desde el viernes 25 de mayo se alquiló la última habitación disponible en el hotel Recuerdos de la Loza, La Perla Azulina tenía separadas sus habitaciones con amplia anticipación a los días del Víboral Rock. Las pensiones abarrotadas, el transporte insuficiente, el agua embravecida. A las 2:00 pm presencié la prueba de sonido de Los PetitFellas, podría decir que a esa hora el sol se hizo hombre y habitó entre nosotros. El calor y la luminosidad que estallaba contra los edificios semejaba a la potencia imaginativa del desierto. Un escritor de Opinión a la Plaza me dijo:
—Póngale la firma, va a hacer calor toda la tarde y va a caer el diluvio toda la noche— Mira el escenario y se acomoda los lentes.
— Andrés, ¡Pilas! que han colgado a otros profetas por menos— respondí con la risa nerviosa de quien recibe una epifanía.

II
Cuando el público advirtió que esta vez la banda no dejaría el escenario y Andrea Echeverri liberó las primeras voces, las vibraciones de los saltos, como la estridencia de los gritos, treparon por mi cuerpo. En la pantalla led se proyectó la palabra “Aterciopelados” con la tipografía Duque E 14, ese tipo de letra ignominioso creado días atrás como sátira contra los supuestos fraudes en los tarjetones electorales para la presidencia de Colombia. Entonces pienso en el arte como acción social, una hora antes el equipo de Opinión a la Plaza conversó con Andrea y Héctor sobre el tema:
(Estamos en la parte baja de la Casa Cural que ha servido como camerino para las bandas invitadas de la noche: PetitFellas y Aterciopelados. Todos están prestos para el espectáculo y la tensión que supuse era más un preámbulo ansioso de festividad. Andrea y Héctor nos reciben en un espacio cerrado aledaño a su camerino. El tiempo se estrecha y la conversación es mínima. Hector está sentado frente a nosotros mientras Andrea revolotea como un gorrión por el ámbito. Dice estar nerviosa. Afuera el público crepita)

— El arte tiene que ser reflexivo, tiene que retar a los paradigmas que estén en ese instante, el arte tiene que estar, de alguna manera, siendo la posibilidad de avanzar como seres humano y dar un paso más adelante para beneficio de todos a través de acciones y mover la creatividad. El arte tiene que ser retador. El arte va llenando esos espacios que la política y otros elementos de la vida no lo logran…el arte toca vibras a través de la sensibilización. Yo estoy convencido de eso del “artivismo” el arte con una conciencia de generar cambios en la sociedad. (Dice Héctor Buitrago con expresión serena que puede contraponerse a la explosión vital en el escenario que haría palpitar los cimientos del parque carmelitano.)
— Hay una conciencia que se ha ido sembrando… se puede hacer un cambio. Igual con los derechos de la mujer, con lo anti-bélico y lo ancestral, Aterciopelados ha usado en sus canciones y su estética un poco para mandar mensajes por esos lados. Yo que soy mujer, muchas [canciones] por ahí, porque soy mujer en este mundo sexual, neoliberal donde todo se vende, donde el protagonista de toda esta macabra propaganda comercial y patriarcal (vigoriza la voz como si las palabras pasaran por una caída pedregosa) es el cuerpo y la sexualidad de la mujer.

En los intersticios que deja la lluvia se abren paso las notas y los mensajes de Aterciopelados. La legendaria banda ha encontrado un lugar en los corazones de los asistentes. Las pieles atrapadas por una fría noche de junio y los espíritus caldean como si las músicas de todos los tiempos se descolgaran de los parlantes. Andrea intenta hechizar la lluvia -que no cesa- con dulces rimas. “Que no se me vayan a resfriar” dice al público que no mengua. Cierran el concierto. Interpretan “Maligno”. Como traído por la lluvia Nicolai Fella, vocalista de Los PetitFellas, se une a la banda. Entonces la nueva voz se entrelaza con la ruiseñora para mostrar que los tiempos nacen y mueren pero es el arte quien perdura, los años móviles que todo lo roen dejan las voces y las historias. Al fin de la canción hay un solo abrazo: el público que añora y el artista que se aleja. El arte siempre queda, la canción no se silencia.

III
Érase la banda de la apoteosis. Érase la banda de la apoteosis que viste de negro por Colombia que agoniza pero no muere. Érase la banda del club de la resistencia. Érase el rap que se abre paso entre las músicas hegemónicas para cantar a la disidencia estética. Érase la síncope del verso y las canciones vitales. Érase, señoras y señores, Los PetitFellas. Cae el bajo, el bum-bah de las aceras y las esquinas, el melifluo asenso del jazz, el blues y el fraseo vertiginoso. Y sí, eso es un saxofón, señoras y señores que han venido de lejos y de cerca, ya la lluvia los ha dispuesto, solo queda saltar, señoras y señores. Sí, de Bogotá: Adrián, Sebastián, César, Nicolás, David y Andrés. Si no los conocía pues sepan ustedes que una vez dieron un concierto en Andes y un niño les envió una carta agradeciendo porque habían propiciado su primer concierto en la vida, showtime, señoras y señores, “ustedes alcen la mano y juren que tampoco dejarán que maten sus sueños poquito a poco”, cierren las sombrillas… señoras y señores, fuerte aplauso, ¡con ustedes Los PetitFellas!

La agrupación remonta sus origines hasta hace seis años, dice Sebastián Panesso. Su construcción estética está atravesada por sonidos de tradición africana como el Jazz, el blues y la salsa. Un día normal en su lugar de ensayo está suspendido entre la algarabia y el trabajo severo. Todos son compositores y las ideas que ocupan las cuatro horas de ensayo van enfocadas para que sean del agrado de todos los miembros de la banda. Es una suerte de mesa redonda imaginaria. La idea es el lugar donde la diversidad se puebla de matices y termina en el acorde o en la síncope o en el fraseo que resonará en los escenarios.
(Están los seis músicos en la sala de estar de un hotel en El Carmen de Viboral. Todos parecen atentos a la conversación y en ocaciones acentúan algo de lo que ha sido dicho. Sebastián Panesso recibe al equipo de Opinión a la plaza pero es Nicolai Fella quien toma la palabra.)

Hay que asumirnos como seres políticos, todo lo que haces en una sociedad es un acto político y uno llega ala música no solo por la música sino porque su espíritu está cargado por eso. Yo creo que el sistema quiere vernos desunidos, tristes, ignorantes, deprimidos, en la oscuridad… ese es el objetivo del sistema, es lo que han planeado para todos nosotros, controlarnos. Nosotros creemos que desde la música podemos dar otras luces, otros visos de las cosas y de ahí que hablemos de la resistencia y de ahí que hablemos de la valentía y de ahí que hablemos del amor. En las premisas de quien tiene catorce años tiene un montón de líos diarios y problemas en su casa y no ve respuesta y alguien desde el arte le dice: ¡Vamos que sí puedes cambiar! Buscamos que nuestra música haga que nos sintamos no-solos, porque así también nos quieren, que nos sintamos solos… y cuando te acercas por medio de, no sé, la democratización que ha permitido las redes sociales y las plataformas, es bueno venir y decirle a las personas: “parcero, no está solo, todo bien”.

Parece que todos están convencidos de que no están solos, Resistiremos (Resistiremos) Y nadie (Nadie) podrá robarnos los sueños, una mujer que andaba sola comenzó a bailar conmigo mientras yo apenas lograba sobreponerme al peso de mis ropas y a la tensión que el frío le imponía a mis músculos, Resistiremos por amor a nuestra esencia. Supe después que se llamaba Estefanía y no sabía dónde iba a dormir esa noche, no le importaba. ¿Porque habría de hacerlo? esa noche fue consagrada al paso candente de los cuerpos, a la hermandad de los tímpanos en una misma frecuencia. Hoy voy a re re reírme de todo por nada, lanzando besos a quien me lance patadas. Y si esta tierra ha resistido todas las guerras y todos los oprobios y todas las soledades desde los tiempos anteriores a La Cruz, podrá resistir los bajos, y los bramidos, y los saltos que amenazan las estructuras de los conspiradores. Hoy me importan menos las bandas que el poder mismo de la música. Bienvenidos al Club de la resistencia.

 

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