Por: Julián Acosta Gómez. Miembro de Opinión a la plaza, medio aliado del festival.
A las dos de la tarde, en la Sala de Teatro Tespys, se produjo el papel de “Mujeres creadoras y teatro”. El sol se entusiasmaba sobre las carnes de los asistentes. En el centro del panel, Patricia Ariza, directora de La Candelaria, dejó caer entre sus sentencias una verdad que removió lugares que casi todos callamos: “Las luchas políticas son necesarias, pero las mujeres necesitamos un cuarto propio”. La frase me cayó como una dentellada. Recordé la voz de las muchas voces, a Svetana Aliexévich en su libro La guerra no tiene rostro de mujer: “Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones masculinas. De las palabras masculinas. Las mujeres mientras tanto guardan silencio”. Es cierto, Svetlana. Entonces la historia que nos teje en una comunidad pone sus dedos en las palabras del ser femenino, para encontrar la polifonía donde puede encontrarse la única belleza, los colores todos. Ahora la historia me dice al oído la vida de tres mujeres que se plasman en la memoria de la vida carmelitana como pinturas, no son apenas musas intocables, son la mente tras el arte para hacer frente al silencio.
Como el agua misma, primera pintura.
En la fotografìa: Sandra Milena Restrepo.
Foto: Valentín Betancur
“Ni siquiera sabía para dónde venía”, me dice en el patio de la Casa de la Cultura Sixto Arango Gallo mientras el viento despeina las flores. Recuerda en cada esquina de la casa, las historias, los amores y la amistad perdidos y vueltos a encontrar en la memoria. Su primer acercamiento al teatro estaba signado por el misterio. Una amiga la había invitado para que la acompañara a una clase en la Casa de la Cultura. Tenía once años. El primer ejercicio era una escena que obligaba a trasformar un rudimentario objeto en un teléfono con la potencia de la imaginación. Dice que siempre había buscado algo, que en su cuerpo habitaba una ausencia que supo colmar cuando el teatro se abrió paso por toda ella. Desde allí no se alejó jamás de los caminos artísticos sin temerle a los prejuicios que flotaban para las mujeres frente al mundo de las artes escénicas, entonces el arte mismo ha servido para trastocar los sentidos que sabe de lo femenino “lo femenino está en lo receptivo pero también en el darse, está en lo sutil. Está en el agua… la mujer tiene el papel de dar su propia mirada sobre la sociedad, más desde lo personal y el detalle”. Quizás ese primer vacío del que habla ha sido la razón que puebla todos los espacios de gestión cultural que se ha permitido: Se ha transmutado en el escenario, ha sembrado el aire con su voz de cantante, ha coordinado múltiples procesos en la Casa de la Cultura y ahora mismo puebla de historias la Sala de Lectura José Manuel Arango como promotora de lectura. Del teatro ha comprendido la gracia de las múltiples caras.
Un colibrí. No toma respiro mientras dispone el espacio para recibir a los niños a quienes dice cuentos que aviva con su propia infancia. Un colibrí. Aletea en el escenario entre sus títeres vueltos a la vida con su vida misma. Un colibrí. Baila en las fiestas en minúsculos cierres de pasos ligeros. Es veloz el colibrí: pueden llamarla Sandra Milena Restrepo.
“Volar no cuesta nada”, segunda pintura.
En la fotografìa: Irley Ruíz
Foto: Fabián Rendón Morales.
“Hacer teatro en ese tiempo era salirse de los esquemas de la sociedad, de una familia. Yo estaba terminando mi bachillerato y esperaban que yo me dedicara a hacer otras cosas, para la familia no fue fácil porque decían que andaba con todos los vagos, pero para mí era importante porque quedé conectada con el teatro, porque entendí que el teatro era complicado, no como en el Centro Literario que nos ponían a dramatizar, que no tenía creación de personajes, vestuario, luces. Entonces me contaron que iban a crear una obra de teatro con música de Pink Floyd, La pared, y yo quedé impactada”. Las palabras de Irley Ruíz caen como una cascada. Abruman. se superponen entre sí, parecen un enjambre de abejas cercano. Entiendo entonces su velocidad en el pensar, la inquietud vital que le ha llevado a oscilar entre los terrenos de la danza, en la gestión cultural y a grabar el programa radial De lo sagrado y lo profano con Savia Taller y Teatro Tespys encerrados en el baño de Kamber, director de Teatro Tespys, para huirle al ruido y al tedio. Pero no abandona el teatro, el teatro por los siglos de los siglos, amén. Se inició en el teatro en el año de 1993 y ha realizado montajes en grupos como Umbral, Tespys y Teatro Farzantes. En las tablas descubrió que no quería desgastar los años en una fábrica porque su poder creativo solo puede traerse al universo con el arte, por eso no puede contraerse en las cosas ya sabidas y tiene la certeza que, como mujer creadora, su fuerza está en el aprendizaje, en recorrer con su mente y cuerpo el conocimiento que se le acerca porque “volar no cuesta nada”, dice. Ahora, mientras sonríe, habla de su amor por la vida de campo: Me parece verla trenzar la tierra con la totalidad de sus dedos.
Callar no es silencio, tercera pintura.
En la fotografìa: Ángela Valencia
Foto: Daniel Galeano.
Me has hablado con las acciones. Con teatro. Quizás así las palabras sobran, Ángela. Voy a suponer: El homenaje como una de las mujeres creadoras te ha sacado de escena. Quizás la capacidad de mostrar imágenes y poetizar con el cuerpo es algo que reservas para el teatro. Entonces, para ti, Ángela Valencia, no puede ser público porque tu ser para los otros ojos ya se queda con los espectadores. Por eso recibiste con cierta pena el homenaje que te han hecho por resistir en el teatro desde que eras una niña. Por eso has huido a mis entrevistas pero no a mi respeto. Ya has hablado suficiente con todos los personajes, con el brío que encaras cada proyecto de teatro Tespys y en la logística misma del Festival El Gesto Noble. Pero te hemos visto, Ángela, sabemos de tu sentido del humor y de la sonrisa inmortal que parece tallada en otro tiempo. A veces callar descubre un rugido más duradero. Es tu caso, Ángela.