Obertura

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

Fotografía tomada por Fabián Rendónn – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral

Obertura

Escrito por: Julián Acosta Gómez, Promotor de Lectura de la Sala de Lectura José Manuel Arango e integrante de Opinión a la Plaza.

La lluvia revienta contra la tierra en una arritmia de estertores sordos; semeja los aullidos de las guitarras. La fiesta del Rock despunta como la mala hierba entre las hendiduras del asfalto. El cielo admite la tonalidad del silencio y se desgrana en pequeños corpúsculos como lágrimas…no de tristeza. El Carmen de Viboral está enclaustrado en las montañas; El Carmen, el jardín, la hon-donada que deja los golpes de los tambores como una memoria en las raíces. Es primero de junio y los paseantes advierten que en el parque principal brota un monumento a la música, es una ta-rima que será la base para los músicos que colmarán de vibraciones los cuerpos. El Rock es la voz de la sospecha, es un grito que no se reserva, el Rock se instaura en los intersticios de las vidas para contradecir, para incomodar, es la voz de los que pulsan el sonido hasta la infinidad por que la sumisión no es una posibilidad: la derrota es el vacío.

Me he dejado tentar por las palabras, los rimbos de la poesía emergen frente a lo innombrable. Es cierto, nombrar un evento como el Víboral Rock exige preguntarse siempre desde la individuali-dad, de la experiencia que se presenta ante los acontecimientos que superan la normalidad. Nací en el año de 1990, en una nación de pesadumbre que era derrotada por el reino del miedo. Nací en un pueblo donde mi hermano reproducía los discos de Pink Floyd como si meditara un homicidio. Pero ahora puedo dar mis palabras a la música que entusiasma y congrega. Recuerdo hace dos años, en la primera versión del Víboral Rock que tomaba el parque, que cuatro monjas saltaban entre los ritmos, vi abuelas sonriendo ante las puestas en escena cuando apenas salían de misa, vi a niños que entraban con sus padres a los conciertos de Metal y propiciaban fortísimos bailes…supe entonces que la negación, a veces, puede ser producto del miedo, que el arte gana sus terrenos sin colonizar pero sí con la seducción.

El Víboral Rock no solo pretende la presentación de la música sino la revelación del pensamiento. Genera un espacio para la reflexión: el arte -la música en este caso- se manifiesta como un mo-mento para la absorción de la realidad y su interpretación, pero en casos específicos es necesario el pensamiento sobre el arte, una exposición de campos interpretativos donde la creación alcance un instante legible que hable de lo real. Por ello, el Víboral Rock alcanza una integridad: conmueve al espíritu pero exhorta al pensamiento.

Son las tres de la tarde. En el Instituto de Cultura del Carmen las personas ocupan los pocos es-pacios. Esperan la Jornada Académica del Víboral Rock. Hoy es el triunfo de la fragmentariedad, de la multiplicidad (otra vez me he dejado ganar por las palabras). Las puertas de la sala del teatro Tespys se cierran, y el jardín del Instituto de Cultura resiste a la lluvia que azota. Las charlas de Rock empiezan: dejemos que las palabras sublimen el espíritu de la música; y cuando los sonidos caigan raudos sobre las pieles y la estridencia se emplace en la tierra, que la música revele la condición humana.

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