Escrito por: Alejandro Arcila Jiménez, integrante de Opinión a la Plaza.
La Tropa
Fotografía: Farley Giraldo- Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
Escrito por: Alejandro Arcila Jiménez, integrante de Opinión a la Plaza.
Caminamos por la carrera 31 para llegar al Hospital. Aun no son las cuatro de la tarde y la gente se agolpa en las aceras expectantes, muchos no saben que tendrán que esperar hasta más de las 5 para ver al primer artista, pues el desfile de comparsas va a salir retrasado y va a avanzar despacio. Con todo eso, esperan, recostados a las paredes, apoyados en los balcones, sentados en el piso, que pase el carnaval, huracanado, electrizante y recompense la paciencia. Al tomar el giro de la derecha en la calle 19 pensamos en ir hasta el Parque Educativo, para atender al rito de la salida, pero los vestidos brillantes de Ayawaska nos atrapan. Los hombres y mujeres de la fundación Ayawaska tienen los ojos y la piel indígenas, que es lo propio del sur del país, de donde vienen, de esa frontera ya lejana, ya próxima, con Ecuador y El Perú, sonríen inquietos y por fin se da la orden, las quenas, las zampoñas, las malticas, lanzan sus gritos agudos y dulces, la percusión retumba jubilosa y quien dirige grita “¡Carnavalito!”, que es un ritmo festivo propio de los andes y que da nombre también a nuestro festival de música andina.
Corporación Cometa Carnaval del Agua
Fotografía: Andrés Alzate- Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
El carnaval se transforma en Carnavalito y, por esa grandiosa contradicción que opera cuando al imponer un diminutivo las cosas se magnifican, el Carnaval, antes una mera esperanza, se transforma en Carnavalito enorme y los vestidos amarillos, rojos, verdes brillantes comienzan a bailar gozosos. Se da origen al movimiento, no solo la gente disfrazada camina y con ella el desfile, sino que también comienza una permanente transformación en la que los colores cambian, las alturas varían permanentemente y la música parece caminar por el lomo de toda América Latina, ya Brasil y su batucada alegre, ya México y su corrido ebrio y delirante que juguetea con la muerte y el desamor, ya la chisga que reúne, en papayeras y conjuntos de chupacobres, los porros y las cumbias colombianas… y hasta el silencio pasa: las caras grises (“pero felices” dice el eslogan) del colectivo Luz de Luna de Bogotá, bailan en silencio una canción imaginaria del tiempo.
Las edades cambian, pasan sonriendo las señoras de la tercera edad, que deciden ponerse por nombre “Sueños dorados” y a la pregunta de “qué hacemos” de una de las señoras, alguien le responde “¡Streeptese!” para ver las sonrisas maliciosas de las mujeres. Este año animan diez grupos de El Carmen, me habían pedido prestar atención especial a lo que hicieran y trato de tomar nota entre la algarabía. Pasa “El paraíso de la serpiente” que clama por el agua y da en el punto al poner como cierre una carreta, carreteada por los gringos y tirada por unos cerdos con corbata y banda presidencial. La carreta se convierte en otra cosa cuando llega el grupo “Etnia”, adentro dos niños y la abuela sonríen, el niño le pide a la abuela no exagerar, mientras me dice, sin que ni él ni yo sepamos de qué se trata, que lo que él representa es “un príncipe nueva generación”. “Nuevo horizonte” representa un cuadro rural, de un matrimonio campesino, “Cometa” insiste en gritar por el agua y este grito se repite en las dos comparsas que le siguen (Edén de pájaros y Magia Verde), parece ser un asunto del pueblo ver el agua amenazada y espantar, con disfraces, la amenaza. Escarapaka, que pasa después, me regala una bailarina sonámbula y un par de poemas de José Manuel Arango. Pasan las camisetas del equipo de fútbol más bello del país, junto a las del Nacional, el Cali, el América y Millonarios, se abrazan, comparten sus canciones y pregonan la unidad en el fútbol; quizá es la que más me conmueve, sus tambores vigorosos suenan tiernos mientras los rivales se abrazan.
Generales
Fotografía: Fabián Rendón – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
Corro. Quedo sin aire al intentar poner en ochocientas palabras todo un carnaval en el que, no lo sé a ciencia cierta, debió haber más de ochocientos artistas: podría haber puesto cada nombre o agotar el es¬pacio vacío de la página en blanco con una gritería de adjetivos: delirante, embriagada, animosa, sonora, desordenada, paciente. Se me quedan en los dedos y en el lápiz otras ocho mil palabras, por eso me obligo a elegir lo bueno y no pensar más en las cosas que lamenté del evento: la lentitud, los huecos enormes que se formaban entre unas comparsas y otras, la falta que le hace a El Carmen una apuesta seria por formar grupos de comparsa profesionales, lo largo que terminó siendo el desfile. Al final me quedo con los saltos y el baile al que terminé unido detrás de la última batucada, la marejada de seres de todas las tallas y las edades que bailaban tras de mi, la señora de más de setenta años que hizo todo el desfile, desde el Hospital hasta el Parque Principal, sonriendo, pacífica, tras el alboroto.