Escrito por: Yeison Castro Trujillo, Director del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
Buenas tardes, quería que esta intervención empezara de otra manera, pero debe empezar así: en estos últimos tiempos, en menos de una década, hemos experimentado un golpe de timón enorme en el municipio, este pueblo ha dado un giro escandaloso en correspondencia con lo que alguna vez fue, lamentablemente ya no somos los mismos.
Cada vez somos más, nuestra población es cada vez más numerosa, más diversa y móvil, a la vez que nuestra historia es cada vez más difusa, nuestros recuerdos son cada vez más borrosos, y cada vez más es menos claro para dónde vamos. Al parecer ya nadie llora las cosas como se lo merecen, las referencias de los acontecimientos son cada vez más anónimas.
Lo único que nos convoca, lo único que nos encuentra, me da la impresión, es siempre el acontecimiento, lo insólito, lo extraordinario; las cosas solo empiezan a existir una vez están enmarcadas en el escándalo, en la fisura, en el peligro, únicamente nos preocupa la seguridad es cuando aumenta el número de muertos, únicamente nos preocupa los bosques cuando estos ya están concesionados, y casi siempre, cuando ya no hay nada que hacer. Solo nos llama la atención las calamidades históricas, los conflictos sociales, los escándalos políticos…
En nuestra precipitación por medir lo histórico como lo importante y como lo significativo, lo revelador, dejamos de lado lo esencial; la “desigualdad social” nos parece solo preocupante en época de huelga, pero sin embargo la toleramos el resto del tiempo, las 24 horas del día, 365 al año.
Dormimos nuestra vida en un letargo sin sueño. Cómo darle sentido, un idioma a aquello que nos ocurre diario, lo que pasa delante de nuestros ojos, que habla de lo que somos, de lo cotidiano, de lo evidente, de lo común, cómo hablamos de nosotros, cómo interrogamos lo que somos. Lo trivial, lo insignificante es justamente lo que constituye lo esencial, nuestra verdad.
Desafortunadamente nuestra reflexión por el patrimonio en nuestro municipio se sigue argumentado sobre la pérdida, lamentablemente solo cuando algo se aproxima a su fin o es amenazado por la extinción, es cuando cobra relevancia para la memoria y su especial protección. Y por obvias razones, este caso no es la excepción. En estos momentos experimentamos un sentimiento de sobresalto al pensar precipitadamente que algo tan duradero como un edificio, que justamente uno espera que permanezca a través del tiempo, llegue a su fin de forma tan prematura. Es inevitable quedarse maravillado con sus formas, no hay nada forzado en su estilo, su arquitectura, su estética limpia y clásica; pero porqué nos ocupa solo ahora, quién o quiénes construyeron este antiguo hospital, cómo fue este lugar antes de hacerlo, cómo fue su construcción, cómo fue alguna vez su interior, cuántos años tiene este edificio, qué representa para un territorio como el nuestro.
Lo que nos ocurre hoy con la antigua sede de nuestro primer hospital de El Carmen de Viboral no es nada diferente a lo que ya nos ha ocurrido en distintas ocasiones con otras edificaciones, eso de que, ante la vista de todos, y con el silencio cómplice de todo un pueblo, un hito importante y determinante de nuestra identidad local, una infraestructura de las más representativas desde nuestra consolidación como poblado, se convierte como muchos otros, en ruina.
La reflexión sobre el patrimonio inmueble de El Carmen de Viboral, y bueno, de todo el patrimonio, por más que en apariencia conmueva los corazones de muchos y cause indignación en otro tanto, no ha posibilitado la construcción de una postura responsable entorno a su conservación. Seguimos echando tierra sobre las construcciones más emblemáticas.
El territorio, claramente, es un vivo reflejo de lo que somos como sociedad, sus patologías, sus virtudes, su armonía, su estética, su carácter, es el nuestro. Este territorio no es otra cosa más que la reproducción ampliada de nuestras vidas, la afirmación simultanea de las diversas identidades individuales y colectivas de lo que nos constituye. ¿Cuáles son sus componentes más significantes? ¿Qué es lo que nos convierte en carmelitanos? ¿Cuál es el estatuto de nuestra memoria y el patrimonio hoy? ¿En qué es en lo que nos reconocemos?
Para comprender este alejamiento, no será necesario señalar la importancia de los antecedentes, es más, no los conocemos, es muy poco y así mismo son solo algunos escasos ciudadanos quienes han logrado avanzar en este propósito, solo nos bastará con dar una mirada y hacer un análisis de nuestro contexto local, intentar definir el carácter general del conjunto, analizar sus dominantes: pasar nuestra mirada por la armonía de las alturas, los colores, los materiales y sus formas, las fachadas y los tejados, las relaciones de los volúmenes construidos y de los espacios, así como sus proporciones medias y la implantación de los edificios, la disposición del conjunto. Solo hay que observar el pueblo que tenemos y las respuestas llegarán solas, por su propia cuenta.
Esto es lo que somos, un núcleo duro de indiferencia, una mirada neutra que huye, una ausencia del reconocimiento.
Sin conciencia histórica no será nunca posible apropiar debidamente el patrimonio local. La real forma de valoración del territorio es sobre su condición existencial. Sin vínculos, sin búsqueda de sentido no habrá nunca real apropiación. No es la administración del espacio, sino la comprensión para habilitar procesos culturales alrededor del mismo lo que le dan valor, es el modo en que lo habitamos, en el que le damos uso, los modos en que convivimos con él que se hacen especiales.
Respecto a nuestro antiguo hospital hay algo importante por considerar, y es lo que seguramente le da especial significación como patrimonio local: su pasado es importante.
Su origen tiene un antecedente semejante a nuestras actuales condiciones, fue a final del siglo XIX [1891] y principio de siglo XX, que en salud debió El Carmen invertir considerables montos por causa de un virus, el ataque de la viruela. Se debió atender al sostenimiento y tratamiento de virolentos y también al aislamiento de estos para los que se tuvo que arrendar casas que sirvieron de hospitales.
Las reiteradas epidemias de viruelas en los inicios del siglo XX, las acciones a las que condujo el tratamiento de los virolentos y los cuidados para evitar contagios llevaron a la construcción de casas, por parte del municipio, después de las diferentes iniciativas por parte de la parroquia, para que sirvieran como hospitales. Estos acontecimientos fueron los antecedentes más próximos al establecimiento del primer hospital municipal. Aunque los más remotos afloraron en noviembre de 1891 cuando se hizo su escritura; sobre el terreno que Mateo Ramírez vendió por $80.00 para tal fin al presbítero Ezequiel Quintero, y que éste había recogido en convites y con la ayuda de las limosnas de los fieles.
La existencia de este hospital data del año de 1902. Una casa vieja adquirida por iniciativa de la parroquia en condiciones deplorables, que albergaba a enfermos y ancianos, y que después de unas ciertas mejoras para 1914, logra formalizarse oficialmente en abril de 1916, cuando una comisión de concejales habló con el señor cura para motivarlo y lograr que el hospital -que funcionaba fundado por particulares y por iniciativa eclesiástica a principios del siglo- reuniera las condiciones y así tener derecho a cobrar un auxilio departamental.
En tal sentido, la citada entidad obtuvo la personería Jurídica por Resolución Ejecutiva del 28 de marzo de 1919, concedida por el presidente Marco Fidel Suárez y el ministro de gobierno Marcelino Arango, en la que se le dio el nombre de Hospital San Juan de Dios, la que fue publicada en el diario oficial en abril del mismo año.
En procura de cumplir la Ordenanza número 50 de 1919, el Concejo Municipal expidió el Acuerdo número 13 del 27 de junio de 1920, por el cual se tomó protección municipal del hospital ya existente para que no se dispersaban las fuerzas creando otra entidad. Tenía una junta integrada por el Señor Cura, el presidente del Concejo, el Síndico, nombrado por el gobernador, y dos vecinos a nombre de la comunidad; además, quedaría bajo la vigilancia de la Sociedad de Señoras y la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.
Ya empezando la década de los 40, las comunidades se quejaban de las lamentables condiciones de funcionamiento del hospital, y tras años de gestión y perseverancia, para el año de 1947 fue reformada completamente su edificación y puesta la institución al cuidado de la Reverendas Hermanas Siervas del Santísimo; ya contaba entonces con dos pabellones: uno para hombres y otro para mujeres, una sala de cirugía y una capilla, de la cual participó en su creación, a partir de sus diseños, el señor Ramón Antonio Giraldo Arango, el mismo diseñador de infraestructuras locales aún en pie y de gran relevancia para la historia local como la capilla del asilo, la cúpula del cementerio, y el palacio municipal, entre otros aportes cívicos a este municipio. Fueron muchas las campañas cívicas y las gestiones políticas para lograr la consecución del territorio (lote) para la nueva edificación, y todavía más arduo el trabajo para la financiación de las obras.
Con los años este especial inmueble a cambiado su oficio, ha sido sede del colegio Marco Tulio Duque Gallo [anexa], Centro de Aprendizaje y Capacitación para el Empleo CAYCO, y últimamente la sede del SENA – Servicio Nacional de Aprendizaje.
Si bien para muchos la defensa del patrimonio en El Carmen es una apuesta y una defensa de lo inútil, y para ellos la historia es un mal negocio, es importante mencionar la necesidad de reestablecer y mantener viva la continuidad de nuestra historia estética. Somos nosotros, la ciudadanía y no solo el gobierno, los garantes de la permanencia del patrimonio cultural, tanto material como inmaterial, es el peso material y simbólico y la sensibilidad y apropiación de nosotros respecto a estos espacios, lo que garantiza un real patrimonio para El Carmen de Viboral.
Queremos como Administración Municipal e Instituto de Cultura aprovechar esta ocasión para proponer una nueva búsqueda de sentido, para colocar al pueblo como actor y objetivo. Es necesario articular y aunar esfuerzos para contribuir a enriquecer nuestro pueblo manteniendo viva la continuidad de su historia estética. Es importante incrementar el reconocimiento del valor identitario de nuestro patrimonio por encima de los intereses económicos, y asimismo es necesario devolver la propiedad del espacio urbano patrimonial a los habitantes de la ciudad, a fin de que sea la ciudadanía y no el gobierno los garantes de la permanencia del patrimonio cultural, tanto material como inmaterial.
La invitación es a resignificar, revalorar y reapropiar por la ciudadanía nuestro patrimonio cultural, es el reconocimiento de sus valores lo que solamente puede garantizar su transmisión a futuro, teniendo en cuenta que la conservación no se debe al objeto en sí mismo, sino especialmente a los valores asignados a él, ¿cómo hemos incidido en la implementación de procesos de participación social en materia de conservación urbana patrimonial?
Solo la ciudadanía puede ser la garante de dar carácter a la reurbanización especulativa que hoy enfrenta el municipio, la actual transformación y su acelerada renovación urbana. El Carmen de Viboral necesita fortalecer una sociedad en la que se forje el deseo de renacimiento, de la transmisión de memoria, asumiendo el verdadero sentido de la restauración en la idea de transmitir el “espíritu del tiempo”, y de asumir la materia sólo como el soporte a este espíritu, que somos nosotros.
La desarticulación del patrimonio está asociadoa a diversos factores, entre ellos, a la pérdida del uso original de las edificaciones, a la carencia de normativa asociada al patrimonio, la ausencia de políticas y acciones, el desconocimiento en el manejo de los bienes patrimoniales y la poca apropiación social, son quizás el problema más significativo que afecta hoy en día a los bienes en el municipio.
Es importante señalar que una pieza arquitectónica no debe convertirse en una pieza de museo, pues la arquitectura no está destinada solamente a la contemplación, sino también a ser utilizada, precisamente esta utilización constituye la única garantía de su permanencia, y esta falta es la que tiene hoy día a este apreciado inmueble en las condiciones que presenta en la actualidad.
Es curioso como la fe para El Carmen de Viboral funciona como uno de los fundamentales hechos inmateriales sobre las cuales se soporta el patrimonio inmueble local, es gracias a ella que podemos hablar de estas especiales creaciones, sus visiones históricas y estéticas.
La invitación y la reflexión aquí descrita solamente es un llamado a renovar nuestra organización social y replantear nuestro pensamiento espacial local, nuestra arquitectura local, su estética, permitiéndonos adquirir una nueva sensibilidad hacia los espacios que parece aún no tenemos, y restablecer socialmente el peso material y simbólico de lo que realmente significan estas estructuras para nuestro bienestar local.
Este escenario es solo una invitación de la Administración Municipal y del Instituto de Cultura tratando de dejar un vestigio, una huella, para hacernos retornar al rastro, para convocar y no perder del todo el rostro de lo que somos.
Esta intervención iba a terminar de otra manera, pero debe terminar así: en estos últimos tiempos, en menos de una década, hemos experimentado un golpe de timón enorme en el municipio, este pueblo ha dado un giro escandaloso en correspondencia con lo que alguna vez fue, ya no somos los mismos.
20 de octubre de 2020