Por: Juan Manuel Vasquez V. Oficina de Comunicaciones.
El conteo inicia. Uno, dos, tres, cuá… Seis alumnos observan la partitura corporal que Ana María Calderón esboza sobre el suelo del salón. En el parlante retumba la cadencia de Cumbia sobre el mar y, de repente, el aula parece inundarse. Cinc, seis, siet, och… continúa Ana mientras hace corresponder cada número con un lance de su cuerpo a medida que recorre el ámbito. Lo hace por tierra —o mar—, en la forma de reptar propia de la danza contemporánea. Luego, sus estudiantes replican conjuntamente la sucesión de movimientos y ella guía la secuencia con su voz.
En conversación con algunos de los asistentes al grupo de Danza Contemporánea del Instituto de Cultura, llega la respuesta a la pregunta por el qué significa el acercarse a este tipo de baile. Justamente, de la voz de una de ellos llega la respuesta: «Fue una experiencia muy linda. Me ayudó a conectar conmigo misma. A ser más consciente de mi cuerpo y de ver lo que puede lograr. Me permitió dejar ir algunos miedos y me brindó un espacio en el que podía ser sincera sin necesidad de las palabras». Sinceridad era lo que unía todos aquellos gestos. No hay franqueza mayor —escuché decir alguna vez a alguien— a la de la voluntad en un cuerpo que se entrega a la danza. No hay encubrimiento, farsa o ficción: solo un fluir colectivo.
Los últimos compases de la cumbia aún navegan en el salón de baile del Instituto cuando los alumnos se apretujan en un costado para terminar la sesión de danza con el estiramiento. Ana me habla de su método de enseñanza, del que implica que cada uno cree una partitura con la memoria afectiva de su cuerpo, conformada también por sus olvidos. Del que cada uno y cada una de quienes habitan durante dos horas aquel lugar tome también el rol de pedagogo con sus compañeros. De pronto, justo antes de marcharse, la más pequeña de las alumnas alza la voz para despedirse de Ana, a lo que ella responde con una sonrisa y la palma de su mano en alto. Por la puerta entreabierta la joven regresa a su vida, pero su cuerpo ya no es el mismo, pues, como ella lo sabía, toda danza es una metamorfosis.