El Rock, contra la tiranía del gusto popular

Escrito por: Alejandro Arcila, integrante de Opinión a la Plaza.

Fotografía tomada por Alejandra Londoño – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral

El Rock, contra la tiranía del gusto popular 

Escrito por: Alejandro Arcila, integrante de nuestro medio aliado en Víboral Rock Opinión a la Plaza. 

Charlie Parker dijo, a finales de los años treinta, que habría que hacer una música que pudiera liberarse de la tiranía del gusto popular; por esos días Elvis Presley podría tener al rededor de cinco años. Veinte años después, en 1954, grabaría “That’s All Right Mama”, una canción de dos minutos que marcó el inicio desenfrenado, voluptuoso y vital de esto que hoy llamamos Rock, sin saber muy bien cuáles son sus linderos y que, a más de sesenta años de su surgimiento, aún nos obliga a preguntarnos qué es lo que hace que el Rock sea considerado Rock. Nos preguntamos cómo es posible un género que abarque a Elvis y a Neil Young, a The Clash y Jethro Tull, a los Beatles y a Pink Floyd.

El problema de delimitación que nos plantea el Rock como género nos obliga a pensar que lo define algo que está más allá del estilo, pues a pesar de su diversidad sonora nos atrevemos a decir que hay música que es Rock y música que no lo es. ¿Podríamos decir que el criterio es metamusical? ¿Que va más allá de la música misma y que lo que realmente lo define es una especie de actitud frente al mundo?, yo me atrevo a decir que sí y –aventuro– que la clave está en ese imperativo de Charlie Parker: el Rock es esa música que logró liberarse de la tiranía del gusto popular.

La estridencia de las guitarras, la violencia de las baterías, su intencionada dificultad para ser escuchada hacen de esta música un novedoso género ante el que son insuficientes los tratados de estética y que pone en cuestión la idea de la música como “lo bello”, “lo armónico” o “lo popular”. El Rock es Rock y nos gusta, esencialmente, porque de un modo deliberado decidió ser lo no bello, lo inarmónico, lo impopular. Y de allí su diversidad, ante el riesgo de la costumbre, el Rock ha mutado y sigue mutando para causar confusión entre sus oyentes, dejaría de ser Rock en la medida en que nos acostumbráramos a sus notas.

En la jornada académica del 26 de mayo en el marco del Víboral Rock escuchábamos a Jaime López hablando de los tipos de Rock, del Rock libertario y del “otro” sometido al sistema “que pretende volver insignificante el pensamiento”; y acierta Jaime al no llamarlo “otro Rock” sino dejarlo, simplemente, en “otro”, pues el verdadero, aquel al que llamamos, sensatamente, Rock, fue hecho para socavar las bases del gusto y obligar al pensamiento a producir otras categorías para ajustarnos a eso que propone, para intentar entenderlo. Una música, que al ser incasillable en los viejos esquemas, nos obliga a hacer casillas nuevas.

La constante revolución en el Rock, la necesidad de mutar para seguir siendo –cambiar para permanecer, curiosa contradicción– no ha sido siempre pacífica, de hecho casi nunca ha sido pacífica. El cambio se impone con vigor y a la fuerza, ensancha las puertas del gusto, raspa las paredes, deja sus pelos en el alambrado. Los músicos del verdadero Rock sufren el rechazo, la apatía, el disgusto; en casa, en los conciertos, en la radio. Los conductores del gusto popular enfilan baterías para destruirlos. Y la resistencia es brutal, violenta, contestataria; quienes se adaptan a esa tiranía se liberan de la presión a costo de renunciar al Rock.

A modo de anécdota nos queda la historia de Spirit of Eden (1988), el deslumbrante disco de la banda inglesa Talk Talk, que se aprovechó de la “libertad creativa” que les había brindado el sello discográfico EMI, confiando en que el nuevo disco sonaría como el anterior –el exitoso The Colour of Spring (1986)– y que se vio decepcionada al escuchar el producto: un disco experimental, lento y casi inaudible. Ante el poco éxito comercial del disco, y muy a pesar de la acogida que tuvo dentro de la crítica, EMI decidió demandarlos por hacer música poco comercial. Con todo en contra Mark Hollis –líder de la banda– defendió no solo los derechos económicos de la banda sino el derecho a hacer música libre de la presión del éxito. EMI perdió en los estrados, pero incluyó una cláusula que obligaba a las bandas a garantizar el éxito en ventas; entonces Talk Talk no volvió a firmar contratos.

El último disco de la banda Laughing Stock (1981) fue publicado por el sello Verve Records, uno de los sellos discográficos más importantes de la historia del jazz, fundado en 1956, el mismo año en que inició el “fenómeno Elvis”, y que tuvo entre sus filas a Charlie “Bird” Parker, aquel que dijo que habría que hacer una música que pudiera liberarse de la tiranía del gusto popular.

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