Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Obra de teatro “A la orilla del mundo” del grupo Casa Taller Teatro en el Festival Internacional de Teatro de Manizales.
Fotografía: Sebastián Dolan.
Autor del texto: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
(Sandra Zea guarda silencio por un momento. La obra que acaba de ver en el Festival Internacional de Teatro de Manizales la ha conmovido, y su rostro trae por un instante a la conversación imágenes muy desgarradoras. Pero cuando aquellas imágenes se desvanecen, vuelve a hablar.) No sé si me gustó. Es una obra muy bella, tremenda, pero todavía me queda una sensación dolorosa. Algo distinto ocurrió cuando estábamos montando A la orilla del mundo: esta obra es una invocación a la alegría, partió de una profunda necesidad –personal incluso– de alegría, y su construcción no fue otra cosa que una inmersión o un camino para buscarla.
Antes de que Patricio Estrella llegara, en Casataller Teatro ya estábamos trabajando sobre un texto inicial. Sin embargo, cuando él se acercó a la idea escenográfica –una vez que estábamos jugando en la casa– nos comenzó a hacer una serie de propuestas. En medio del juego que él nos insinuó, Raúl Ávalos y yo hicimos una improvisación que duró apenas veinte minutos. Esa era la obra. (Sonríe y hace una pausa.) Al menos era la escena madre a partir de la cual todo se creó. Desde allí el resto fue como lanzarse a un pozo sin fondo: maravilloso.
A la orilla del mundo es un homenaje al teatro. El quehacer del teatro consiste en hacer mundos, igual que en la vida real. Pero en la vida real, en su lento tránsito, no somos conscientes de que estamos construyendo mundo. Vivimos como en piloto automático y así perdemos intensidad. En la obra aparecen un montón de elementos, de condimentos, que no pueden juntarse sin orden ni concierto para formar la nueva realidad escénica. La construcción del mundo en el teatro es intensa en la medida en que es una construcción consciente. Aunque la función suceda en un momento efímero, la intensidad aquí no riñe con la brevedad porque el tiempo en escena es un tiempo dotado de sentido.
¿No pasamos por alto, en la realidad, la magia de estar construyendo mundos? El teatro rescata la magia cuando trastoca las cosas y abre nuevos horizontes de sentido: hace las preguntas fundamentales y se convierte en ritual. En Casataller entendemos el teatro como un ritual que permanente nos está moviendo el corazón, donde podemos invocar la esencia de las cosas. Ahora tenemos la necesidad de invocar allí la alegría y creo que es posible hacer esto en el lenguaje teatral. (Vuelve a sonreír, evocando). Sí: con el trabajo que hemos hecho, y junto a la gente con quien hemos compartido, la encontramos.