Por: Andrés Esteban Acosta Zapata
Lejos del ruido, la poesía de José Manuel Arango se abre paso entre el silencio, lo necesita para surgir vivo en medio de la aparente infertilidad de la vida cotidiana. Una memoria de la tranquilidad de los paisajes de montañas permanece en el oficio de quien se maravilla por lo que ocurre siempre de manera diferente.
Así surge una obra que depende de un tiempo celebrado con la mirada, tiempo contemplado que convierte las imágenes en una sucesión de acciones que configuran un hecho en su totalidad. Sin ese hecho el mundo visto sigue siendo el mismo, sin estridencias o pompas. Pero, mucho mejor es captar ese hecho, ver como los elementos se juntan en un regalo que no merece ser tergiversado por las palabras. Para Arango, en su claridad, en su mirada honesta con los hechos, el instante es tal y cual ocurre, y las palabras se aproximan leves, como una caricia o un saludo sutil con la mano.
La lluvia, por ejemplo, pasa de la visión al poema sin sufrir una modificación de la emoción en el camino. Todo lo contrario, Arango conserva con la timidez de quien sabe que es difícil llegar a las palabras precisas:
1.
Y,
de pronto,
sin aviso, la lluvia.
Gruesos goterones comienzan
a rodar en el polvo.
La lluvia es tan común que no genera ninguna expresión distintiva. Sin embargo, la sutileza está en hallar lo nuevo en lo repetido, como descifrar de nuevo un secreto que de tan revelado se olvida.
Repentinos embates, ráfagas
bruscas: hay timbales en ella,
voces.
No hay superioridad en el poeta, ni otra posición de poder sobre la captación de la realidad. Las exigencias íntimas son tan variadas e inclasificables, que lo que alguna vez nos pudo generar rechazo, luego nos causa una emoción singular, mínima, apenas suficiente para desear la palabra que describe y que sintetiza tiempo y percepción. Arango va sin prisa, asimismo reconoce la lentitud de algunas imágenes, es decir, se deleita con sobriedad en un mundo que se lleva su tiempo para mostrar las cosas importantes.
Lo importante puede ser el vuelo de una mariposa, así como también la música de la lluvia:
Es una mariposa bermeja
-pero los bordes de las alas son negros-
que vuela en círculos
como una bailarina.
Detrás de la mariposa no se oculta una realidad ulterior, una interpretación que reduce a razones la experiencia. El vuelo de la mariposa es el instante que importa, el momento de la vida que vincula a través de lo pequeño con la existencia total natural.
Arango afina su sutileza y ve algo más, agudiza su mirada hasta hallar los detalles que hacen que el evento presenciado sea único:
No hay hueso, todo es piel.
Y no hay adentro: todo se figura,
se juega en el afuera.
Viene,
brilló,
se deshará.
La conciencia del instante viene dada por una certeza previa de su manifestación pasajera. Lo que ahora está ante los ojos luego dejará de estar, por esto hay que saber ver las cosas mejores.
*A una Fiesta del Libro en El Carmen de Viboral.
Andrés Esteban Acosta Zapata es profesor de la Universidad de Antioquia.