Variaciones en torno a la Hipermúsica

Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.

Santiago Arango Naranjo en la Jornada Académica del IX Víboral Rock. Fotografía tomada por Fabián Rendón – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.

Variaciones en torno a la Hipermúsica

Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.

En la historia no se ha logrado –y nunca se logrará concluyentemente– determinar las fuentes originarias de las expresiones musicales, y así se dice que la música es un atributo universal de la cultura. Sin embargo, en todas las épocas la obra musical se ha preservado y reproducido apelando a distintos medios, en distintos espacios de la cultura: desde la tradición oral hasta el ecosistema digital. En el primer día de la IX versión del Víboral Rock, Santiago Arango reflexionó sobre la hipermúsica, la música en el contexto de la era digital. En consonancia con su charla (¿Nos saturó la época de la “hipermúsica”?), interviniéndola como se intervienen las obras musicales en las variaciones, recortando, ampliando y plagiando deliberadamente su objeto, propongo tres variaciones textuales:

I.

Israel V. Márquez, citando a Umberto Eco, cuenta que en todas las épocas la música se ha hecho con máquinas complejas, es decir, con la aplicación de tecnologías. Esto implica que lo puramente artístico de las expresiones musicales esté en gran medida definido por la herramienta a partir de la cual se expresa, y que no sea una completa novedad el hecho de que las tecnologías presenten canales diversos para producir y reproducir el sonido. Sin embargo, el fenómeno nos plantean cuestiones estéticas. El expositor, Arango, se pregunta hasta qué punto se han puesto en primer lugar las operaciones que posibilita el ordenador para editar los sonidos y se ha relegado la interpretación humana.

Sin el ánimo de responder la pregunta, señalo una paradoja: cuando uno escucha las bandas precursoras del punk y del metal en Colombia, se encuentra sobre todo con una cantidad de grabaciones de baja calidad que le imprimieron a estos géneros del rock un sonido chocante, de fierro retorcido, que pusieron en crisis una sociedad sumida en el anquilosamiento moral y en la guerra, ¿estos sonidos sucios no son ya un elemento estético? ¿No tenía este ruido de fondo gran parte en el valor trasgresor del género, errático como la vida misma? Por otro lado, cuando los viejos dicen de un género no menos trasgresor como el tango: “Carlitos cada día canta mejor”. ¿No es en parte gracias a la aplicación de tecnología que se ha podido recuperar toda la fuerza expresiva de su voz para nuestro tiempo?

II.

Según Santiago Arango, la hipermúsica ha creado una nueva audiencia: los prosumidores. Este público, además de consumir los contenidos digitales, simultáneamente está creando y difundiendo nuevos contenidos en la red. En el ecosistema digital este rol es fundamental: cuando un músico sube a internet una canción, el internauta puede comentarla, compartirla a través de las redes sociales, y además, criticarla. Los discos, la radio o la televisión no permitían establecer un diálogo en tiempo real entre la audiencia.

Pero, los efectos de este fenómeno también son paradójicos. Por una lado, esta nueva forma de interactuar es una forma de resistencia contra lo que se ha denominado ‘la aguja hipodérmica’, la estrategia de comunicación que pretende que el receptor del mensaje asuma los contenidos acríticamente, sin réplica. El público en la era digital, en cambio, deja de ser un agente pasivo. Pero por otro lado, los motores de búsqueda y las redes sociales tienen la posibilidad de rastrear los hábitos de consumo de los internautas, sus intereses, y explotar las interacciones de los usuarios de la web con fines comerciales o políticos.

En todo caso, la palabra prosumidor me resulta chocante: interpretar la cultura como bien de consumo es deslegitimar su importancia social y sus posibilidades políticas más allá del mercado.

III.

La hipermúsica nació en el contexto de la masificación de las nuevas tecnologías de la información. Según explicaba Arango, el 72% de los hogares colombianos tienen al menos un teléfono inteligente con el cual acceder a internet. Este hecho modificó radicalmente la forma y el tiempo de circulación de los contenidos musicales en todos los lugares del mundo. Hasta hace menos de dos décadas el artista lanzaba su creación musical, esta luego era distribuidas por agentes que las más de las veces las llevaban a las zonas centrales del mundo (los países occidentales, las ciudades capitales), y con suerte, nuevos agentes llevaban algunas producciones a algunos lugares de la periferia mundial. Esta operación duraba meses. Ahora, en tiempo real, el público –incluso el de la periferia– tiene acceso a los contenidos desde el mismo lanzamiento, y sobre todo se convierte en curador de lo que se difunde. Esta experiencia es, sin duda, más democrática. Pero, ¿la democracia ejerce una buena curaduría estética? Y, ¿la globalización no destruye justamente las experiencias locales de la música?

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