Escrito por: Andrés Álvarez Arboleda, integrante de Opinión a la Plaza.
Momentos previos al inicio del Carnaval de Comparsas XXIII F. I. T. El Gesto Noble, Parque Educativo Agua, Barro y Biodiversidad.
Fotografía: Fabián Rendón Morales – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
Autor del texto: Andrés Álvarez Arboleda ,integrante de Opinión a la Plaza.
I.
Dos niños con las caras sucias miran el suelo: bosteza uno con desenfado, lo sigue el otro mientras juega con el polvo que se acumuló en la orilla de la calzada. Faltan todavía dos cuadras para que llegue el carnaval de comparsas y acaso los dos –en la espera– se habrán topado con el tedio por primera vez. ¿En qué gesto nuevo se trocaría este gesto de niños viejos al arrimarse los malabaristas, los músicos y los tragafuegos? Una voz de mando, respaldada por una cara contraída tras una cámara fotográfica, me había pedido que retrocediera para no estorbar en la foto. Después de eso, a los niños de caras sucias no los volví a ver.
Carnaval de Comparsas XXIII F. I. T. El Gesto Noble en la Calle de la Cerámica de El Carmen de Viboral.
Fotografía: Fabián Rendón Morales – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
II.
Un joven encaramado sobre la baranda de su balcón, como a caballo, quiere alargar la mano para tocarle la cabeza a los zanqueros. Está muy cerca de los cables de luz, y estos, al ser movidos por la escenografía móvil (tres columnas grecolatinas) de la primera batucada, le han dado un gran susto. El joven desaparece al interior de la casa y el resto de la familia, agolpada en el balcón, se ríe durante un buen rato. El mismo gesto de espanto se tomará el balcón más adelante, cuando pasen los tragafuegos y el calor quiera quemarle a todos las pestañas. En ese momento también regresará la risa.
Carnaval de Comparsas XXIII F. I. T. El Gesto Noble en la Calle de la Cerámica de El Carmen de Viboral.
Fotografía: Daniel Galeano– Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
III.
Un hombre ha dormido su siesta de borracho sobre la mesa de una cantina. Se despierta al paso de un actor con zancos que hace el personaje de una cortesana madura, acaso de su misma edad, y con una mirada bobalicona llama la atención de su compañero de tragos que todavía reposa sobre la barra del mostrador. La mirada perdida que usan los borrachos se convirtió en una mirada fija sobre el carnaval. Cuando la cortesana se levanta la falda y muestra las enaguas, los dos hombres emergen de todos sus años, de la pobreza agobiante que quieren disimular en el delirio, de los varios litros de licor que habrán ingerido desde la noche anterior, y muestran su sonrisa de niño.
Carnaval de Comparsas XXIII F. I. T. El Gesto Noble.
Fotografía: Alejandra Londoño– Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
IV.
Paula se encuentra a su abuela, de ochenta y tres años, asomada en la puerta de su casa. La anciana escruta cómo unos metros más adelante se prepara una de las comparsas comunitarias, y le pregunta a mi amiga: «mijita, ¿por qué hay en la calle tanta alegría?». Paula le cuenta sobre El Gesto Noble, la invita a mirar el carnaval. La abuela entra nuevamente a la casa para ponerse su mejor facha y se peina con la coquetería de una adolescente. Frente ella desfilan las trombas de los zanqueros (“no, qué miedo, se van a caer de eso tan alto”) y de los tragafuegos (“Mijita, ¿cómo hacen para que les salga candela de la boca”?) a los que veía por primera vez. Todos los artistas la saludan. Y es también un desfile el de las sensaciones nuevas que conmueven sus ojos añosos, unos ojos que se resisten a perder el fuego vital de la sorpresa.