Escrito por: Alejandro Arcila Jiménez, integrante de Opinión a la Plaza.
Aterciopelados en el IX Víboral Rock. Fotografía tomada por Daniel Galeano – Oficina de Comunicaciones del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral.
La consagración
Escrito por: Alejandro Arcila Jiménez, integrante de Opinión a la Plaza.
Cuando empezó, el Viboral Rock estaba confinado a los extramuros. El desfile de camisas negras viajaba por las calles de abajo hasta el Centro de Convenciones, después fue el patio de la Casa y las miradas extrañas, de rechazo, de los habitantes del pueblo. Al escozor natural que produce el rock se sumaba ese pudor de los pueblos que le temen a todo lo que no se vista, ni se vea, ni se escuche como la gente del pueblo. A mis papás les preocupaba la atracción que me causaba ver las bandas, los curas desde el púlpito advertían sobre los peligros de esa música y esa cultura que aunque el pueblo quisiera esconder, iba saliéndose por los poros y las grietas inconteniblemente. Las señoras se santiguaban.
Hace dos años, después de mucho insistir en el asunto, el festival comenzó a tener eventos de Rock en el parque principal y ayer fue su consagración definitiva: nunca antes había sentido que el Festival de Rock fuera, verdaderamente, un evento en el que participara todo el pueblo. Lo que hace más de diez años era la excepción excluida y amenazante, se ha convertido en parte de la cotidianidad de los carmelitanos. No solo una parte indiferente, sino una parte apreciada y respetada. Por lo menos ya mis papás no le temen, cuando le pregunté en la tarde a mi mamá sobre sus planes de la noche me respondió con un tono de pregunta burlona cuya respuesta es obvia “¿y usted cree que me voy a perder a Aterciopelados?”.
Y la lluvia no fue óbice, al llegar al parque me encontré con un mar de sombrillas ansiosas esperando el concierto y el final del aguacero, el segundo nunca llegó, pero la gente del pueblo se mantuvo firme bajo el agua. Al vuelo aparecían frases curiosas y significativas, muchos que no se sabían las canciones agradecían que las letras aparecieran en las pantallas, luego una niña, presa de una exaltación que no comprendían sus amigas, les decía, para animarlas “No importa, si no se saben la letra nos la inventamos, pero salten”.
El aguacero y la música arreciaban, fui a comer una asadura donde Los Punta y al atenderme el vendedor se fijó en mi escarapela para decirme que lamentaba la lluvia, que ojalá hiciéramos otro concierto al día siguiente en el parque, que era muy bueno ver la plaza llena. Al regresar encontré a mi familia reunida y tranquila, mientras Andrea Echeverri decía que amaba su culo y amaba sus tetas. Escuchaban con respeto y bailaban. Una señora con quien trabajé hace años en la Alcaldía se arrimó para preguntarme si la siguiente banda iba a ser de Metal o así chévere como Aterciopelados.
Al desayuno de hoy el tema de conversación fue el concierto, las lamentaciones por el aguacero, las quejas por la ropa mojada de todos y le pregunta de rigor sobre si les había gustado. Vienen las risas, mi mamá dice que le gustó bastante, mi hermanita cuenta cómo, mientras esperaban que empezara el concierto de LosPetitFellas, unas niñas comenzaron a cantar un reggaeton y, entre risas, los rockeros que las rodeaban, se les unieron en el coro. Mi hermano dice que en todo caso la mejor parte fue cuando cantaron bolero falaz y la empiezan a cantar juntos, ellos, que nunca han tenido interés por el rock. Se ríen y recuerdan que mientras sonaba la canción, Valeria, que tiene prohibidas las vulgaridades en la casa, miraba extrañada y divertida, cómo todos la cantaban, entonces se sintió autorizada a terminar gritando “Te dije no más y te cagaste de risa”.